Llegan del colegio y nos cuentan que trabajan por equipos. Resulta que su pupitre ya no mira hacia la pizarra sino que se sientan en mesas redondas unos frente a otros. El profesor está en el centro del aula y pasea de mesa en mesa. Nos hablan de presentaciones y de tiempos y nosotros, que venimos de la era de la lección magistral, no entendemos nada. Pero las metodologías de trabajo cooperativo y colaborativo están dando sus frutos: no solo enseñan contenidos sino también las demás inteligencias, que son indispensables.
Las metodologías prácticas de trabajo cooperativo y colaborativo han llegado con paso firme a las aulas de los centros escolares. Las tradicionales clases magistrales en las que el alumno escucha la lección desde su pupitre de forma pasiva, aburrido y dando cabezadas, parecen poco a poco ir cayendo en el olvido. Todo lo contrario ocurre con las metodologías activas, como el trabajo cooperativo y colaborativo, que cada vez están cobrando un auge mayor gracias, en buena parte, al desarrollo de las nuevas tecnologías. A través de estas tareas, los niños son capaces de trabajar, además de unos determinados contenidos, un gran número de competencias emocionales.
Sin embargo, la metodología del trabajo cooperativo y colaborativo no es nueva. El movimiento de la renovación pedagógica que surge en el siglo XIX con la Escuela Nueva, entendió que el alumno tiene unas características psicoevolutivas que era preciso trabajar desde la propia escuela.
¿Trabajo colaborativo o cooperativo?
Aunque lo ideal es que ambos conceptos vayan unidos de la mano, es importante distinguir los matices que aporta cada uno de ellos para comprender qué competencias se quieren trabajar en el niño. «En el trabajo colaborativo, cada alumno aporta al grupo su idea, su visión de las cosas. En el cooperativo, todos los alumnos van a una. Siempre que se realiza un trabajo de este tipo, los niños están poniendo en práctica ambas competencias», explica la profesora de Magisterio y directora del Máster de Secundaria de la Universidad CEU-San Pablo, Cándida Filgueiras.
Se llame trabajo colaborativo, cooperativo, grupal o en equipo, lo importante es el objetivo que este persigue: que todos los niños vayan a una y trabajen todas las competencias que supone realizar una actividad en grupo.
El trabajo cooperativo es una apuesta segura
El trabajo colaborativo presenta muchas ventajas para la enseñanza. Los alumnos desarrollan competencias como el pensamiento crítico, la capacidad de razonamiento, la autonomía, la resolución de conflictos, la búsqueda, organización y selección de información, además de la tolerancia y el compromiso ético, entre otras muchos valores.
Caemos en el error de educar siempre en contenidos. Nos preocupa que los niños no aprueben los exámenes, no sepan inglés, informática y demás disciplinas académicas, sin embargo se nos olvida educar una esfera esencial de él, la parte psicoemocional.
Es necesario que padres y profesores caigan en la cuenta de que tan importante como aprender a leer y sumar es transmitirles a los niños unos valores y enseñarles a ser personas. El trabajo en grupo supone una excelente oportunidad para ello. «En el trabajo colaborativo se da paso a la inclusión, a la escucha de distintos puntos de vista, a distintas experiencias. En una sociedad cada vez más individualista, el trabajo colaborativo cobra un papel esencial, pues ayuda al niño a sentirse parte de un grupo», explica Marta Rodríguez Recio, Psicóloga de Familia.
Existen infinidad de propuestas de trabajos cooperativos y colaborativos que los alumnos pueden realizar con sus compañeros tanto dentro como fuera de las aulas. La lectura por parejas, debates, trabajos en equipo y todas las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías con los foros o las wikis son solo algunos ejemplos.
El profesor, figura clave en el trabajo colaborativo
Sea cual sea la actividad elegida por el profesor es fundamental estructurar la tarea y que los niños entiendan desde el principio qué es lo que tienen que hacer. Sin embargo, el docente no tiene únicamente que definir los objetivos de la actividad, poner ejemplos o recordar cuáles son las reglas del trabajo, sino que debe realizar una importante labor de observación desde la sombra.
De esta forma podrá detectar los posibles problemas reorientando el trabajo, moderando las discusiones o motivando a los alumnos a conseguir los objetivos de la actividad. Eso sí, cuidando en todo momento, que el profesor no se convierta en un miembro más del grupo y que los alumnos aprendan a desarrollar su capacidad para resolver los conflictos de forma autónoma.
¿Cómo se evalúa el trabajo cooperativo y colaborativo?
A la hora de evaluar el trabajo en grupo, el profesor deberá tener en cuenta tanto la actividad que se ha realizado en equipo, como el trabajo individual de cada uno de los alumnos que lo componen. Deberá pues prestar atención a una serie de indicadores o parámetros. La profesora de la Universidad de Gerona, María Jesús Gutiérrez del Moral ha realizado un estudio en el que expone los tres indicadores que todo profesor tendría que tener en cuenta a la hora de evaluar un trabajo cooperativo:
– Interdependencia positiva: a través de la cual se tiene constancia de la responsabilidad individual que asume cada uno de los miembros del grupo y si estos exigen al resto de componentes un esfuerzo para lograr los objetivos.
– Construcción de significado: hace referencia a las muestras de si explica correctamente los objetivos y contenidos del trabajo, si se plantea dudas y se formula preguntas y si existe una discusión crítica.
– Relaciones psicosociales: a través de este indicador, el profesor observará que el alumno haya puesto en práctica expresiones de ánimo, agradecimiento, disculpa y diálogo con el resto de sus compañeros.
Estos indicadores pueden ser utilizados tanto para la evaluación individual como grupal. Pero, puede surgir la pregunta, ¿cómo sé que un alumno no se está aprovechando del trabajo de otro? Aquí entra de nuevo en juego la importancia de la supervisión del trabajo por parte del profesor. «El profesor debe ir evaluando de forma continua el trabajo realizado por el grupo para corregir los posibles errores, reforzar el trabajo y motivar al grupo», explica Marta Rodríguez Recio.
¿Y si falla?
No todo son ventajas y facilidades a la hora de implantar este tipo de trabajo. Pueden existir reticencias por parte de los alumnos a trabajar en grupo porque no están acostumbrados, puede aparecer una falta de entendimiento entre ellos o una incapacidad para resolver los problemas que se les plantean.
En primer lugar, cuando un docente decide utilizar en el aula esta metodología debe realizar una buena planificación de la actividad desde el principio. Desde el planteamiento de la actividad a los alumnos y la observación durante el desarrollo de la misma, hasta la evaluación del trabajo.
Puede ocurrir que al poner en práctica un trabajo colaborativo, se consigan unos resultados negativos y contrarios a los objetivos esperados. En caso de que esto ocurra, no hay que entrar en pánico. «En educación no hay una fórmula, hay que ver qué ha fallado, si el contenido era el adecuado, si el grupo estaba bien formado. Habrá que hacer un análisis y un reconocimiento», apunta Cándida Filgueiras.
María Redondo
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