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El sorprendente efecto de los gritos en la educación de los niños

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Levantar la voz a nuestros hijos es algo que nos ha pasado a todos en alguna ocasión por estrés o nerviosismo, o a veces por cansancio o falta de paciencia. Aunque no nos guste gritar, hasta los padres más pacientes se habrán preguntado alguna vez el por qué recurrimos a los gritos.

El efecto de los gritos es sorprendente. Por un lado, con un grito conseguimos un efecto inmediato. Es un modo rápido y sencillo de frenar una situación que nos crea malestar, es el camino corto, el atajo fácil para zanjar una situación que nos altera o nos frustra, pero por otro lado los padres debemos ser conscientes de que tiene consecuencias negativas para los niños. 

Seguramente, en alguna ocasión, no hemos tenido suficiente paciencia y hemos gritado a nuestros hartos de repetirles lo mismo 20 veces para que lo hagan, o tras una pelea entre hermanos o una mala contestación. El grito surge como una explosión para sofocar ese estado de frustración, pero zanjar la situación con malas formas y con gritos no es la solución ni para nosotros ni para nuestros hijos. Y te vamos a contar el por qué.

El efecto inmediato de los gritos

Los gritos tienen un efecto inmediato en la conducta y en el comportamiento de los niños, pero es puntual. Los niños se tensan cuando escuchan el grito y rápidamente se quedan como paralizados y corrigen su conducta. A la larga no solucionan ningún problema de fondo.

En muchos casos, se reproducen de generación en generación debido a la herencia de los modelos educativos de antaño como el autoritario. Así, muchos padres que vienen de una crianza con gritos los han normalizado y cuando la emoción es fuerte, los gritos son difíciles controlar. Sin embargo, se puede cambiar para educar mejor a nuestros hijos.

El sorprendente efecto de los gritos en los niños

Como seres humanos somos imperfectos y nos dejamos llevar por las emociones. Aprender a manejar estas situaciones tiene enormes beneficios tanto para los padres como para los hijos y como no para la buena comunicación de la familia en general. Estas son las 3 razones por las que debemos hacer un esfuerzo para dejar de gritar a nuestros hijos cuando estamos disgustados:

1. Los gritos colapsan a los niños. Los gritos consiguen poner al niño en «modo de defensa», logran que salten todas las alarmas y que se asuste. Por este motivo, cuando le gritamos se colapsa, no está receptivo y no conseguirá aprender nada de la situación. En ese estado, el niño no puede eflexionar ni pensar en el error cometido ni en las consecuencias para mejorar.

2. Si tu gritas, ellos gritan. Los padres somos el ejemplo de nuestros hijos, de manera que si nos ven gritando, ellos también acabarán gritando. Para evitarlo es importante que aprendamos a gestionar la rabia y la ira.

3. Los gritos nos distancian de nuestros hijos. Los gritos producen rechazo en quienes los escuchan, y hoy más que nunca, necesitamos tener a nuestros hijos de nuestro lado, es importante que confíen en nosotros y que sepan que pueden contar con nosotros para lo que sea. Cuando gritamos estamos faltando a nuestros hijos al respeto, perdemos autoridad y dejamos paso al miedo. Esto hace que perdamos confianza, tan importante en la comunicación con nuestros hijos.

Hablar bajito: el truco para dejar de gritar

El mejor truco para dejar de gritar es hablar bajito y mirar directamente a los ojos del niño, pero realmente ¿funciona? En la mayoría de las ocasiones, sí. Se trata de captar la atención del niño/a poniéndonos a su altura física y hablando bajito. De esta manera, establecemos un contacto visual con los niños, creando un escenario ideal, una situación especial que les llena de curiosidad y de este modo, conseguimos que estén totalmente receptivos para decirles de la manera adecuada lo que nunca debemos decirles gritando. 

En este apartado, existe una versión que es el ‘grito silencioso’. Con esta oposición de palabras nos referimos a ese ‘grito’ que decimos en un tono espeluznante y en una frecuencia muy muy bajita, acompañado de un rostro rojo y unos ojos que se nos salen de las órbitas mientras miramos fijamente a nuestro hijo. Este grito silencioso es tan amenazador como el grito convencional y causa verdadero miedo.

Y es que los gritos generan una señal de alarma en el cerebro de los niños. Así su amígdala interpreta el grito como una amenaza, preparando al cuerpo a responder a este peligro, huyendo (miedo) o luchando (se enfrenta). Cuando un niño crece en un ambiente donde los gritos son constantes, su cerebro permanecerá en permanente alerta, buscando una manera de defenderse. 

Por otra parte, gritar a los niños puede causar seríos daños en la autoestima de los niños cuando lo interpretan como un signo de desprecio, pudiendo llegar a pensar que no son queridos por sus padres. 

Además enseñamos una manera errónea de resolver los conflictos, desaprovechando las pequeñas oportunidades que nos da el día a día. Nuestros hijos necesitan encontrar buenos modelos en nosotros, que les permitan comprobar de primera mano, que los conflictos se pueden resolver desde la tranquilidad.

Marisol Nuevo Espín

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