Uno de los motivos por el que muchos padres escolarizan antes de los tres años a los hijos es para que «socialicen». En ese momento, todo el bagaje que el niño tiene cuando comienza la escolarización lo ha aprendido en el hogar; ahora bien, escuela y padres deben ir de la mano.
Un niño de dos años llega a un entorno nuevo, la guardería o escuela infantil, en el que tiene que convivir durante horas con otros niños de su misma edad. No solo eso, hay unas personas adultas que van a marcarle claramente cuáles son las rutinas que se siguen: jugar, sentarse y escuchar un cuento, bailar al son de la música, comer, dormir, salir al jardín, pintar, merendar… Todo esto le aporta seguridad, si sabe lo que tiene que hacer en cada momento.
Se aprende viendo, actuando, practicando, imitando conductas positivas. El niño juega y por medio del juego aprende. Si quiere un muñeco que tiene otro niño y se lo quita, le dirán que no lo haga; por el contrario, si está construyendo una torre con bloques y otro niño le quiere ayudar y lo hacen juntos, le dirán «sí, muy bien». Interactuando con los demás se estimula la participación, la creatividad, el juego simbólico, el lenguaje hablado.
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Socializar a partir de los 3 años
A medida que va creciendo tendrá más oportunidades de interactuar y desarrollar sus habilidades sociales. A partir de los tres años, el niño pasará muchas horas del día relacionándose con sus compañeros de clase, sus profesores y las personas que trabajen en este entorno. La rutina se hace cada vez más exigente, los momentos en los que hay que escuchar y estar atento son más prolongados. También lo serán los ratos de esparcimiento y relajación durante los recreos. Ya es más consciente de quién es, y por tanto, de quiénes son los demás.
Las relaciones sociales empiezan a cobrar más relevancia. Habrá momentos de disfrute en los que se reirán, jugarán, compartirán y recibirán refuerzos positivos por su buena conducta. Sin embargo, también habrá ocasiones en las que se pelearán por un juguete, no obedezcan e incluso lleguen a desafiar o retar.
En las conductas negativas siempre conviene actuar con firmeza, se debe dejar claro que el camino lo marca el profesor, el padre o el adulto. Por un bien que ellos como niños no son capaces de discernir, el criterio respecto a lo que está bien o mal hecho es de la persona que educa, no del niño. Es fundamental enseñarles y respetar la línea de autoridad y afianzar a los padres como protagonistas de su papel que, por amor, hacen lo mejor para sus hijos.
Educar es una tarea difícil, inagotable y en ocasiones poco agradecida, pero hay que mirar más allá, poner la vista en el horizonte, en la persona adulta que ese pequeño llegará a ser. Los padres deben estar convencidos de que marcar límites, establecer pautas de actuación y dar ejemplo con su conducta llevará a sus hijos a desarrollar hábitos que se convertirán en virtudes. De este modo, llegarán a ser todo lo que puedan ser, desarrollarán sus talentos poniéndolos al servicio de los demás, por un bien mayor.
La coherencia también es vital cuando se educa. No se puede decir una cosa y actuar de forma opuesta. Del mismo modo, es fundamental que el niño vea y experimente que lo que se le exige en el entorno familiar -en cuanto a obediencia, sinceridad, orden y demás virtudes- son las mismas que se trabajan en la escuela. A la hora de elegir el centro educativo, los padres deben cuidar este aspecto, darle la importancia que merece.
Los amigos a los 4 años
Se suceden los cursos, pasa el tiempo, llegan los cuatro años, las relaciones ya están más establecidas entre iguales, los niños comienzan a tener predilección o mayor conexión con unos que con otros, la amistad es incipiente, se vislumbra. Aprenden lo que le agrada a un amigo, se preocupan por su bienestar y pasar tiempo juntos es algo a lo que aspiran con ilusión.
Con cinco años ya los niños son capaces de conocer los gustos y preferencias del otro, comienzan a empatizar y a tener afinidad según el carácter, las aficiones… En estos momentos la figura de padres y profesores es el ejemplo a seguir. Esto conlleva una gran responsabilidad, lo que hagamos, digamos y exijamos como adultos, va a ser observado y analizado al detalle. Sepamos estar a la altura.
Covadonga Saíns de Aja Collantes. Psicopedagoga y profesora del Colegio Orvalle de Madrid
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