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Seis formas dedecir “basta ya” sin gritar ni perder los nervios

El camino se bifurca en la montaña.

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A veces lo que hace falta es un “no” muy claro aunque en ese momento no entiendan el porqué. El respeto es fundamental.

Hay límites que no se pueden traspasar. Lo tenemos muy claro si pensamos, por ejemplo, en que jamás dejaríamos que nuestros hijos cruzaran la calle sin mirar si viene un coche o no permitiríamos que bebieran lejía. Es una cuestión de riesgo para sus vidas.

En materia educativa, los límites que no debemos dejar que traspasen, también ponen de algún modo en riesgo sus vidas, porque al borrar la idea del bien y del mal, al normalizar la agresión física o verbal como forma de comportamiento y al no reconocer la auctoritas de los padres -esa autoridad que no viene impuesta por el “ordeno y mando” sino por una mezcla de amor y experiencia- los estamos abocando al precipicio del mal comportamiento que hará imposible que se desenvuelvan como adultos sanos y felices. A veces, un “basta ya” a tiempo es la tabla de salvación que necesitan para salir adelante.

Explica el límite claro y tajante. Y nada más

Deja claro que este límite era una línea roja que no vamos a tolerar. No hace falta explicar mucho más. Ese día no están para sermones.

Es distinto de lo que pasa en otras situaciones. Aquí no hay diálogo, no hay debate, no hay “por qué has hecho esto”. Es, simplemente, que esta línea no se traspasa independientemente de las circunstancias que le han hecho perder el control. Las justificaciones no valen en este caso porque las faltas de respeto no son tolerables en ninguna circunstancia. No las aceptamos como efecto de ninguna causa.

Son nuestros hijos, no nuestros amigos ni nuestros followers

Nuestra calidad como padre no depende de si nuestros hijos le dan a “like”. En educación no hace falta que los hijos estén de acuerdo, ni que sometamos todo a votación.

Uno de los errores más frecuentes de algunas corrientes educativas en pensar que siempre necesitamos el consenso en educación. Es bueno, por supuesto, oír la opinión de los hijos en determinados temas, dejarles margen para que tomen sus propias decisiones y ganen en autonomía. Pero en otros, pocos, fundamentales, imprescindibles para su buena educación, podemos estar en desacuerdo y no debemos sentirnos mal por ello porque lo hacemos por su bien.

Los hacemos más libres si aprenden a elegir bien

La libertad no consiste sólo en poder elegir, sino en poder elegir bien, sin ataduras que los lleven a tomar una decisión equivocada.

Para tomar el camino correcto en cada elección, van a necesitar estar preparados, tener fortaleza y templanza suficientes para valorar las situaciones con la perspectiva necesaria y no dejarse llevar por un emotivismo excesivo que embota sus sentidos. Cuando no les consentimos una falta de respeto, les estamos entrenado bien para esas ocasiones en las que tendrán que elegir en la vida.  

Si estallan o estallamos, mejor lo dejamos para dentro de un rato

Cuando las cosas se complican, dejamos claro que la situación es insostenible, nos retiramos y lo hablamos cuando estemos más calmados.

Es la técnica que llaman el “time out”. Si nos hemos metido en una vorágine de agresividad, es poco probable que tengamos éxito. Saldrán a relucir más trapos sucios, empezaremos a hacer una bola de nieve con todo y la situación no va a mejorar. Es el momento perfecto para un “luego hablamos”. Cada uno se calma como puede, y cuando ha pasado un tiempo prudencial, poco, retomamos el tema y, con mucha calma, explicamos que ese comportamiento en esta casa no se va a tolerar jamás.

Confía en tu buen criterio, tu experiencia y  tu sentido común

En educación no hay recetas milagrosas. Eres quien más quiere a tus hijos. Si tu sentido común te dice que hay que parar ese comportamiento, páralo.

El difícil equilibrio entre el autoritarismo y una educación sin valores está en esa autoridad bien comprendida en el que los padres debemos saber cuándo poner el punto y final a una situación. Duele porque sabemos que van a sufrir. Pero hay que recordar que sufrirán más en la vida si son incapaces de controlar esos impulsos violentos así que recuerda que, en realidad, les estamos haciendo un favor.

Recuérdales lo mucho que los quieres, especialmente en los días malos

La familia es el lugar donde nos sabemos amados hagamos lo que hagamos. Corregimos, pero siempre porque los queremos.

Eso sí, aunque les digamos que los queremos, no podemos esperar que en ese momento se lo crean, que nos abracen y que nos digan que nos quieren muchísimo porque entienden perfectamente por qué los hemos regañado. Eso pasará (o no) dentro de muchos años. Quizá cuando ellos sean padres. Como nos pasó a nosotros. Pero ese “te quiero” no lo van a olvidar y ese día es especialmente importante para ellos.

María SOLANO ALTABA
Director de Hacer Familia
Profesora Universidad CEU San Pablo

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