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El secreto de la comprensión lectora para los niños

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Los alumnos de habla hispana empiezan a leer extraordinariamente rápido en comparación con otras lenguas. La confluencia de sonidos y letras permite que sea relativamente sencillo transformar las grafías en sonidos. Pero los expertos ven un riesgo grave: algunos niños se quedan «atrapados» en la lectura mecánica, no pasan correctamente a la comprensiva y, en el camino, se dejan el amor por los libros. Hay esperanza, estamos a tiempo de evitarlo.

Los datos del último informe PISA disponible, elaborado mediante pruebas externas en 34 países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), no dejan lugar a dudas. España y México, los dos de habla hispana que se incluyen en el estudio, obtuvieron resultados muy poco favorables en la remesa de 2012, muy lejos de países a la cabeza como Japón y Corea del Sur o los más cercanos Finlandia e Irlanda, que superaron con creces los 520 puntos. Frente a la media de la OCDE de 496 puntos, y a la de la Unión Europea, algo más baja, 489, España quedó en un puesto 23 con 488 y México, a la cola, con 424 puntos. La conclusión es que nuestros niños leen pronto, leen rápido, pero leen mal.

Sería un atrevimiento simplificar los factores por los que se produce esta disfunción en la comprensión lectora de nuestros alumnos, área fundamental para el desarrollo de cualquier otro conocimiento. Pero sí queremos acercarnos a una de sus causas, que no la única, que incide en la decisiva influencia que ha tenido en la vocación lectora la llamada «lectura mecánica».

Métodos tradicionales y modernos para comprender la lectura

La mayoría de los que en estos momentos leemos estas palabras aprendimos con métodos alfabéticos tradicionales. Solíamos empezar con «la eme con la a», ma; «la eme con la e», me, pero no es una ecuación lógica, es «un acto de fe». Por otra parte, cuando utilizamos el método fonético, basado en la lógica del sonido-grafía nos encontramos con la dificultad de que algunas letras tienen diferente grafía y el mismo sonido y otras veces la misma letra tiene dos sonidos diferentes. El cerebro esponja de los niños absorbe todo, pero muchas veces mecánicamente. Y van adoptando la lectura como una especie de rutina, sin comprensión, sin lógica.

Es evidente que este método sirve para enseñar a leer, puesto que generaciones y generaciones de niños han aprendido así a descifrar las combinaciones posibles del alfabeto. Pero para algunos estudiantes, el proceso mecánico de lectura resulta tan proceloso y tan alejado de la realidad que les genera un cierto grado de rechazo. Se convierte en un trabajo al que no le ven el sentido porque leer no es solo juntar letras, sino entender lo que se dice, el primer paso para la comprensión lectora.

¿Se le puede dar la vuelta a la ecuación?

Para la pedagoga Maite Vallet, que ha dedicado buena parte de su trayectoria en España e Iberoamérica a la enseñanza de la lectura, nos viene muy bien un giro de 180 grados, un giro que ponga el acento en las historias que cuentan las palabras y no tanto en las letras que las conforman. La idea de la que parte es sencilla: un niño que aún no sabe leer, con el suficiente entrenamiento es capaz de reconocer su nombre escrito de entre otras muchas palabras que no comprende. No es que conozca las letras que componen su nombre, es que conoce la forma que tiene su nombre.

A medida que vaya aprendiendo, descubrirá que su nombre contiene letras con las que se conforman otras palabras. «Tenemos que conseguir leones y leonas», dice Vallet con una gráfica expresión con la que explica que quiere niños enamorados de la lectura, niños que disfruten descubriendo que, detrás de cada libro, se esconden maravillosas historias que esperan a ser desentrañadas. Ella ha plasmado esta idea en un método de lectura, Leolandia, que incide en la importancia de que los niños comprueben, desde el primer día que se acercan a los libros, que esos signos gráficos que no consiguen entender todavía, esconden cuentos que sí pueden disfrutar.

El primer paso, el más obvio, es al mismo tiempo el más importante: mucho antes de que las letras cuenten cosas, son las imágenes las que tienen que hablar a los niños. Aquí no vale la televisión, porque como verbaliza los mensajes, deja poca capacidad de desarrollo a la imaginación y la organización de contenidos.

La clave reside en mirar cuentos

Mirar, que no leer, porque de esta manera los niños toman conciencia de que se pueden expresar ideas mediante la imagen. Por eso, el dibujo está tan relacionado con la lectoescritura, es el paso previo para que comprendan, de manera intuitiva, que están frente a un complejo sistema de comunicación. Después llegan las primeras palabras asociadas a las primeras letras. Pero siempre mediante conceptos que ellos entiendan. No se trata de que vean palabras que contengan determinada letra, sino de que miren conceptos en los que se repite un sonido y una grafía que conocen, es decir, a la inversa: la palabra va primero.

Así, si se ha aprendido la a, los niños buscan otras palabras en cuentos e historias en las que les suene la a, y van reconociendo esas palabras. Pero siempre están asociadas a conceptos que conocen para que así ese proceso lector sea, desde el origen, comprensivo.

El sistema parte de la necesidad de un descubrimiento personal por parte del niño, que será quien localice en su entorno, que requiere de una mínima biblioteca, el trabajo que se está realizando. No se trata de una repetición mecánica que, cuando ya se ha asumido, cobra sentido, porque entonces se corre el riesgo de que no se haya interiorizado correctamente y nunca se comprenda del todo. Poco a poco, el puzle con todas las piezas empieza a encajar y los niños van comprendiendo más palabras y descubriendo que están compuestas por sílabas y letras. Pero eso es solo el final.

Una pequeña biblioteca

Los leones necesitan leer, necesitan contar, mirar, expresar, descubrir. Por eso Maite Vallet, psicopedagoga y desarrolladora del método Leolandia, considera imprescindible que cada aula tenga una pequeña biblioteca. No tiene que ser grande ni cara, porque, curiosamente, a los niños no les importa lo más mínimo que los ejemplares de los anaqueles sean siempre los mismos, les encanta repetir.

Lo importante es que ellos puedan manipular los libros desde su más tierna infancia y dispongan de tiempo para mirarlos, para entenderlos y contarlos del modo que consideren. Entonces habrán entendido qué es comunicar. Después, podremos invitarles a escribir con dibujos sus propias historias. Redactarlas más adelante con palabras será solo cuestión de técnica.

La ortografía con facilidades

Si bien el español ofrece facilidades en su lectura porque «se lee como se escribe», no es menos cierto que la ortografía de algunas palabras es especialmente complicada. Para enseñar a escribir correctamente se han utilizado numerosos sistemas. Desde las repeticiones de antaño hasta sistemas que permitían escribir con errores y luego han resultado funestos a la hora de corregir.

La profesora Vallet explica que, cuando los niños se inician en el mundo de la escritura, es muy difícil pensar que sean capaces de recordar las numerosas reglas ortográficas que rigen nuestro idioma. Sin embargo, es muy importante que desde el principio sepan que hay palabras peculiares, palabras que hay que recordar porque se escriben de una forma especial.

Para palabras especiales, historias especiales. Esta es la estrategia empleada por Maite Vallet para enseñar ortografía desde el primer día. Mediante estrambóticos cuentos en los que aparecen las palabras con una ortografía especial, esta pedagoga despierta la memoria de los alumnos que, el resto de su vida, recordarán que esos términos están ligados a las historias de ortografía dispar. De hecho, con este sistema que ella aplica con éxito, se consigue el que es el verdadero reto de maestros y profesores: que los alumnos se den cuenta de en qué palabras tienen que dudar.

Alcia Gadea

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