Como en muchas otras facetas de la educación de nuestros hijos, el mejor maestro para enseñarles educación para la higiene personal será también el ejemplo. Entre los 3 y los 8 años será fundamental que los niños nos vean, desde mucho antes que se lo exijamos, cómo procuramos ir siempre aseados, bien peinados, limpios… Y para ello debemos crear rutinas para lavarnos las manos, los dientes, ducharnos, ponernos ropa limpia…
Tampoco podemos olvidar una regla de oro de educación para la higiene personal: las alabanzas, en educación, son mucho más efectivas que cualquier reprimenda. Mejor que regañar, prueba a destacar lo bien que se han peinado hoy tus niños y señalar que quizá eso es muestra de que ya podemos hacerles responsables de nuevas tareas en casa. Eso tendrá mucho más efecto sobre su voluntad que castigarles sin merendar por haber destrozado sus pantalones del colegio.
La higiene personal: 5 retos de educación
Durante los primeros años de vida, las pequeñas rutinas de higiene que rodean a nuestros hijos se irán convirtiendo, poco a poco, en una costumbre que ellos mismos desearán mantener el día de mañana.
Así, mantenerles aseados, ventilar su habitación con puntualidad, insistir para que se acaben el biberón, será el primer peldaño que nos permitirá construir en sus vidas sus primeros buenos hábitos.
En cuanto tengan cierta autonomía y coordinación de movimientos, podremos enseñarles a cepillarse los dientes igual que lo hacen papá y mamá.
1. Cepillarse los dientes. Desde que cumpla el año y medio, este juego de imitación les resultará más que divertido. Una vez se acostumbren y desaparezca la novedad, quizá cueste que lo hagan después de cada comida pero, por lo menos, habrá que lograrlo a la hora de acostarse.
2. Peinarse. El peine será también otro caballo de batalla ante el que tendremos que luchar. Para evitar sus reticencias tendremos que poner especial cuidado con los tirones, por ejemplo, pues puede ser un motivo para que los niños tomen tirria al instrumento.
Con las niñas, la coquetería natural jugará a nuestro favor. Con los niños, en cambio, tendremos que encontrar algún truco efectivo que nos ayude a inculcarles este hábito. Un peine original o un cepillo de colores podría ser la solución para nuestros hijos no rechisten a la hora del cepillado. En ambos casos, sin embargo, insistiremos en repasarles cada vez que vayamos a salir a la calle.
Respecto a la higiene corporal, podemos planteársela como pequeños campos en los que les vamos concediendo grados de autonomía: las manos, la cara, la ducha… Lo más probable es que no les guste, pero puede motivarles el ver que se va confiando en ellos en función de su responsabilidad.
¡Qué niño tan educado!
No todo es cuestión de higiene. Existen otros factores fundamentales que hemos de inculcar a nuestros hijos desde que son pequeños.
El primer paso será el de eliminar gestos como meter el dedo en la nariz, bostezar exageradamente, toser o estornudar sin disimulo…
3. Cuidar los gestos. Para un adulto, estos pequeños «espectáculos» resultan, a veces, incluso divertidos, pero si no los corregimos pronto podrían terminar convirtiéndose en feas costumbres.
Casi desde que nacen, podemos comenzar a enseñarles por la sencilla vía del ejemplo. Si en casa solemos taparnos la boca para bostezar y hacer lo propio para estornudar, además de girar la cabeza, el bebé de año y medio no tardará en imitarnos. Aplaudir esas iniciativas será el mejor estímulo para él. A los tres años, ya podemos hacerles un regalo simbólico: una cajita de pañuelos, para que lleve siempre uno en el bolsillo.
4. El uso de la servilleta también es una costumbre que podemos trasmitir a nuestros hijos a través de nuestro ejemplo. Si el niño no come con nosotros (lo hace habitualmente en la guardería, por ejemplo) tendremos que inculcarle este hábito de otra forma: darle de comer siempre con babero, irle limpiando las comisuras de la boca mientras le damos la papilla… Una vez termine de comer, podemos conducirle a un espejo para que vea lo sucio que está, y limpiarle frente a él.
Se trata de limpiarles no como imposición, sino como un «favor». Él se sentirá cuidado y agradecido, aunque no le guste que le froten la cara.Vestidos para la ocasión.
5. La ropa es otro punto en el que también debemos educarles. Podemos invitarles a distinguir la más apropiada para cada ocasión, a conservarla en buen estado… Se trata de una tarea que debemos saber perdida de antemano en muchísimas ocasiones pero que no por ello podemos abandonar.
Por activa y por pasiva habrá que explicarles cuándo pueden ensuciarse y cuándo deben mantenerse aseados, hasta que entiendan que no vamos a reñirles si vuelven del parque con barro hasta las cejas, pero que no vamos a consentir que salgan de casa con los bigotes de leche.
Lograr que vayan formando ese criterio será cuestión de que entren en la dinámica familiar de quitarse la ropa de calle para estar en casa, doblar cada noche sus prendas, separar las sucias de las limpias…
En casa y en la calle
Los niños no deben entender tampoco que en casa vale todo y que tan sólo hay que preocuparse de cómo van cuando salen a la calle.
También cuando estamos en familia hay que conservar cierto «tono» en el vestir. Ciertamente, todos procuramos usar la ropa y el calzado más cómodos, que suelen ser también los más usados, pero no tienen que resultar incompatibles con el buen gusto y el respeto a los demás.
Así, tendremos cuidado de cambiar las zapatillas cuando se estropeen, poner rodilleras a los pantalones gastados, combinar los colores en la medida de lo posible, reponer los botones, planchar las camisetas… Estos pequeños detalles también van a ser recogidos por la despierta inteligencia de los niños, y les ayudarán a formar su propio juicio sobre la diferencia entre comodidad y dejadez, además de su sentido estético.
Elena López
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y oriendora familiar
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