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El recuerdo de su vida: una consecuencia natural de la muerte

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La gran factoría de dibujos animados Disney Pixar ha traído a nuestras pantallas una película sobre la muerte que debería ser un imprescindible para niños, adolescentes, jóvenes, padres y abuelos en todas las casas: Coco. Ambientada en México, permite que «cruce el charco» una tradición muy arraigada en su cultura, el recuerdo de los muertos.

Mientras que en este lado del mundo dejamos que sea Halloween en su versión más truculenta la fiesta que tome posesión de las celebraciones de Todos los Santos, se desvanece poco a poco el sentido original de esta tradición en una especie de carrera para huir de la muerte.

Es llamativo cómo la sociedad actual no teme que los niños y adolescentes se acerquen a distopías como los fantasmas, los espíritus o los zombies y, sin embargo, los aleje deliberadamente de realidades como la enfermedad, la discapacidad o la muerte.

Pero en nuestra tarea como padres, tanto la muerte como los procesos que conducen a ella deberían formar parte de la educación que queremos dar a nuestros hijos porque no reflexionar sobre esta realidad solo conduce a robarles la posibilidad de afrontarla de la manera adecuada.

Lo que no se cuenta, no existe

Muchos padres argumentan que es mejor que los niños vivan felices y que no escuchen hablar del dolor y de la muerte. Al fin y al cabo, tarde o temprano acabaran por encontrarse con esta realidad. No sienten la necesidad de adelantarse a este momento. Sin embargo, contarles que que existen con un lenguaje y unas imágenes adecuadas a la edad de cada niño siempre favorecerá su crecimiento personal. Solo si son conscientes de esta realidad, podrán entender su alcance.

En las anteriores generaciones, niños y adolescentes palpaban la enfermedad y la muerte desde pequeños. Había unos índices elevados de mortalidad temprana y las familias extensas compartían casa o residían muy cerca de modo que los nietos vivían con abuelos con los que compartían su enfermedad y los acompañaban de cerca en el tránsito a la muerte. Hoy no es tan frecuente que a su alrededor se den situaciones así, y si ocurren, muchas familias las ocultan para tratar de evitar un sufrimiento a los menores.

Pero los psicólogos apuestan por permitir que los niños y adolescentes sean partícipes de estas situaciones para que vayan interiorizándolas y aprendiendo a gestionar las emociones que les producen. De lo contrario, corremos el riesgo de que lleguen a la juventud o a la edad adulta sin esa capacidad desarrollada y se enfrenten al dolor desde una respuesta poco reflexiva, marcada en exceso por la emoción.

Planteamiento positivo

La cuestión central de la perspectiva con la que afrontemos el dolor y el sufrimiento para tratar de trasladárselo a nuestros hijos tiene que ver con el enfoque que le demos. Como explica María José Calvo, médico de familia, el optimismo es la clave para trasladar realidades que pueden generar emociones y sentimientos negativos. Por ejemplo, pensemos en los procesos de deterioro físico y cognitivo que puede padecer una persona mayor. La sociedad, basándose en el pragmatismo productivo de la economía de mercado, tiende a etiquetar estas situaciones como negativas.

Sin embargo, la familia puede trasladar sentimientos muy positivos entorno al dolor y al sufrimiento, tanto respecto de la persona que lo padece como de los que están cuidando de ella. Los niños reciben un mensaje de entrega, generosidad y cariño muy valioso para su educación en virtudes.

Menos Halloween y más recuerdo

Es posible que en su caso luchar contra el influjo de Halloween y sus rocambolescos disfraces, contra la avalancha de golosinas y la atracción de todo lo que suene americano, resulte casi imposible. Pero los padres podemos hacer de la necesidad virtud y aprovechar este modo de celebración, una mezcla del origen religioso con tradiciones paganas, para añadir lo que verdaderamente es importante en estos días: recordar a los que no están.

Recuperar la tradición de la celebración del 1 de noviembre, el día de todos los Santos, es una oportunidad para ayudar a nuestros hijos a crecer. No solo porque es una oportunidad para hablar de la muerte en función de la edad y capacidad de cada hijo, sino sobre todo porque permite mantener un sentimiento de pertenencia a la familia, el cariño a los que no están y el reconocimiento a la vida cotidiana de las personas que dejaron su impronta en nosotros.

Alicia Gadea

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