Cuando María ha entrado en casa, no ha hecho falta preguntarle de qué humor venía: «Mamá, doña Carmen me tiene manía. Hoy me ha castigado sin descanso injustamente; me ha hablado en clase Lourdes y la «seño» me ha castigado a mí«. Escenas parecidas a ésta son normales en casa. María, a sus nueve años, tiene un genio vivo y un enorme sentido de lo justo e injusto. O, al menos, de lo que le parece a ella que es así.
Que María diga eso es fácil de entender. No lo sería tanto si tuviera en lugar de seis años, dieciocho; tampoco lo sería que a su madre le pareciera cierto. Los chicos y chicas de la edad de María están en el periodo sensitivo en el que aflora con enorme fuerza el sentido de la justicia. Más adelante se ampliará al juicio de la sociedad. En estos primeros años se centra mucho más en colegio y familia.
Simpatías y antipatías entre profesores y alumnos
Es verdad que en ocasiones los profesores nos dejamos llevar de simpatías y antipatías. Menos de lo que parece, pero ocurre; y suele ser un síntoma de los que comienzan en la profesión o de los que no han alcanzado madurez profesional. En una clase con veinticinco o treinta alumnos hay una gran variedad de situaciones y suelen darse tres o cuatro alumnos revoltosos, buenos o malos estudiantes, y que suelen ser corregidos con frecuencia. Ahora está de moda entre los pedagogos hablar de alumnos hipercinéticos, es decir lo que siempre se ha llamado movidos.
Los alumnos o alumnas que al comenzar la Primaria querían enormemente a su profesor o profesora, al llegar a cuarto o quinto se comienzan a distanciar, el juicio sobre sus profesores comienza a ser crítico y ya no les parece necesariamente bien todo lo que hace o dice. Es una reacción lógica, propia de la evolución sicológica, y que anuncia lo que se acentuará con la adolescencia.
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Reacciones de la familia: la sobreprotección de los padres
Las diferencias más notables se producen como consecuencia de la reacción de los padres. Actualmente, el entorno social es más exigente y crítico con los profesores que hace unos años. Antes, las decisiones del equipo educativo eran respaldadas por casi todas las familias de un colegio. En la actualidad, hay una gran disparidad de unas familias a otras. Cuando a un hijo o hija en fase sicológica crítica se unen unos padres sobreprotectores, tenemos el caldo de cultivo propicio para que se produzca una tensión familia-colegio.
Hace unos años, un error frecuente era no escuchar al hijo o hija, y sin mediar conversación, respaldar la actuación del profesor. Esto ha cambiado pero, de todas formas, en algunos casos es como si se hubieran vuelto del revés las cosas: ahora el niño tiene siempre razón y el profesor ha de demostrar lo contrario.
Escuchar y analizar a los implicados
Siempre debe escucharse al hijo o hija, aún sabiendo que por apasionamiento o por falta de perspectiva muchas veces estará equivocado. La sensatez de los padres les llevará a que si el asunto es grave o repetitivo, vayan al colegio a hablar con el tutor o el Jefe de Estudios. En ocasiones no será oportuno que el hijo conozca esta visita; en otras, no hay inconveniente en comentarlo, siempre y cuando no se plantee la visita como un agravio, ni para el hijo, ni para el profesor. El resultado educativo de los enfrentamientos suele ser nulo o contraproducente.
En la mayoría de las ocasiones no procede dar más importancia a lo que son los pequeños roces naturales de la convivencia. Los hijos deben acostumbrarse a saber que sus profesores son personas de carne y hueso, que hay unos más simpáticos que otros, que uno es muy exigente y otro menos. En fin, la vida es variada y cuanto antes se acostumbren a esa diversidad, antes se adaptarán al mundo.
La respuesta a esa excusa infantil de la supuesta manía del profesor, debe ser ayudar al hijo a reconocer su responsabilidad personal y a asumir las consecuencias de esa mala actuación, bajo rendimiento académico… Sólo en aquellos casos que con suficiente fundamento percibamos que el chico o chica tiene razón, procede actuar de otra manera.
En muchas ocasiones, el tutor tiene suficientes datos sobre profesor y alumno como para darnos un consejo acertado. Si el afectado es el propio tutor lo aconsejable es acudir a alguna persona del equipo directivo.
En el conflicto profesor – alumno, ¿quién tiene razón?
Para un profesor no debe ser motivo de afrenta el pedir perdón a un alumno por una mala actuación. Eso no es perder la autoridad salvo para quien, por orgullo, no está dispuesto a rectificar. Por la misma razón, hay que enseñar a los alumnos a pedir perdón, en público o en privado. Es mucho más frecuente el apasionamiento y la ceguera entre los alumnos que entre los profesores y no suele ser buen método un careo entre profesor y alumno.
En principio, y mientras no se demuestre lo contrario, se debe presuponer equidad en el profesor y que por tanto no actúa por simpatías o antipatías. Cuando no sea así, su inmediato superior deberá corregir al profesor con toda la claridad necesaria pero salvando siempre la autoridad moral que el profesor necesita tener delante de los alumnos.
José Manuel Mañu. Director de Formación del Colegio Gaztelueta
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