Ante la incertidumbre afectiva del momento, donde aparecen trastornos por todas partes y donde los profesionales de la educación y los padres andamos perdidos para ayudar a nuestros hijos a encarar todo su mundo afectivo a flor de piel, me pregunto: en lugar de actuar cuando el problema ya está sobre la mesa, ¿por qué no aprendemos «a prevenir más que a intervenir» en la formación de los niños y de los adolescentes? En un abrir y cerrar los ojos, serán los padres del mañana. ¿No será esto una mayor riqueza en su formación?
Llevamos tiempo hablando de inteligencia emocional como un aspecto importantísimo de la persona, pero no la hemos sabido encajar en la formación de nuestros hijos, desde que nacen hasta que crecen, y llegan a la vida adulta. Tenemos información, quizá mucha información, pero no tenemos la formación suficiente para ponerla en práctica, porque es un tema que nos obliga a ir por delante a los adultos. Esto nos asusta porque nos enfrenta a nosotros mismos y nos obliga a predicar con el ejemplo e ir por delante. Los hijos nos miran constantemente y vale más una imagen que cien palabras.
Los padres educan, los profesores enseñan
Pero la realidad es que cuanto más unidos estén padres y profesores más se beneficia el alumno, nuestro hijo. Sin lugar a dudas, los padres somos los primeros educadores de nuestros hijos, por eso tenemos el derecho a elegir el centro escolar donde pensemos que se puede enseñar y formar a nuestro hijo según las líneas educativas que tengamos en nuestro proyecto de familia.
Vamos a trabajar en equipo con los tutores de nuestros hijos, no solo para que sepan lengua, matemáticas e idiomas, sino para que a lo largo de su vida escolar se forjen como personas que son, sacando lo mejor de sí mismos para poder, en un futuro, servir a la sociedad en pro de los demás.
Para ello no solo se aprenden teorías sino que se aprende a vivir, insisto, como persona, utilizando la razón, la voluntad y el corazón, y aprendiendo el equilibrio entre estas tres ‘fuerzas’ para desarrollar su libertad interior en toda su amplitud.
Esta idea no nace ante el ‘susto’ de la adolescencia, sino que hay que empezar a trabajarla en casa mucho antes, y por qué no, en el colegio desde la educación infantil.La gestión de nuestros afectos pasa por el aprender a conocerse uno mismo, con sus puntos fuertes y sus puntos débiles, el saber que somos cuerpo y espíritu y el valor de cada uno, el identificar nuestras emociones y el saber controlarlas, el saber que nacemos en un medio, la familia, donde aprendemos a querer siendo queridos.
Todo esto nos puede suponer una utopía inalcanzable, pero no es así si desde el principio, cuando empezamos la andadura de ser padres, tenemos un proyecto claro de que queremos para nuestros hijos y vamos a una, unidos padre y madre . Los problemas no faltarán, pero trabajando unidos se consigue.
Además con la colaboración con un centro escolar que tenga los mismos ideales que nosotros y que sepamos que luchan en nuestra misma dirección. Dicho esto a modo de pensamiento para poder abrir algún horizonte, me atrevo a resumirlo en dos ideas madre.
Educar hacia la madurez
Forjar hoy a nuestros hijos y alumnos para ser personas de una pieza de cara a la madurez de la vida adulta nos obliga a:
1. Ir por delante: pensar si nos conocemos los suficiente para saber nuestros puntos fuertes y débiles, si sabemos que la madurez se alcanza cuando uno acepta lo que tiene y saca de ello lo mejor, cambiando lo que se puede, y encajando lo que no, cuando los estados de ánimo no dirigen nuestras vidas y cuando creamos un núcleo familiar donde la entrega a los demás es lo más importante.
2. Trabajar en equipo con el centro escolar desde la educación infantil para empezar desde ya a un entrenamiento para llegar a la Olimpiada de la vida.Los educamos no para que sean perfectos sino para que sean felices amando y sintiéndose amados.
Rosa María Aguilar. Pedagoga de updateeducation.es
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