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Ni premios ni castigos: cariño, libertad y responsabilidad

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Entre la educación autoritaria de los abuelos y la falta de normas de los padres superprotectores se encuentra la opción de la libertad responsable con la que se consigue formar en valores y fomentar la autoestima. Y es que hay padres que en su afán de libertad no educan, y otros que, por su afán de educar, no respetan la libertad de sus hijos.

La educación ha cambiado mucho desde aquella época en la que los cinturones de cuero se blandían como amenaza a la menor oportunidad y los castigos eran la tónica de los hogares. Ha pasado por etapas en las que el exceso de permisividad, sumado a una exagerada superproducción por un concepto equivocado de lo que deben ser los cuidados parentales, ha dado lugar a niños, jóvenes y los primeros adultos que no están preparados para adentrarse en los vericuetos de la vida en sociedad.

Pero entre el castigo permanente de aquellos padres autoritarios que basaban la educación en el miedo y la falta de normas de los llamados «padres helicóptero«, ausentes sobre el terreno, pero sobrevolando permanentemente preparados para intervenir, hay un amplio elenco de posibilidades educativas que han demostrado ser las más eficaces. 

¿Castigos, premios? Mejor, educar en responsabilidad

Está demostrado que el autoritarismo marcado por los castigos educa, pero genera graves problemas de falta de autoestima. También que la falta de normas no prepara para la socialización e incapacita a los niños para resistir la frustración. Como dictan los clásicos, es en el término medio donde está la virtud. La apuesta es sencilla y pasa por educar en libertad pero sobre la base de la responsabilidad.

El secreto reside en pedir a los hijos una responsabilidad que les haga dueños de su propia vida, siempre desde la sabiduría del corazón, como explica Victoria Cardona, experta en educación. En su último libro, Autoridad y libertad en la educación de los hijos (Eunsa, 2015), Cardona explica que no se debe castigar ni premiar, sino que la educación consiste en valorar acciones concretas y guiar a los hijos de tal manera que, desde su más tierna infancia, aprendan a adquirir responsabilidades. «Un niño de un año y medio puede tener por tarea asignada llevar el pañal sucio a la basura. Poco a poco, se van introduciendo nuevas responsabilidades adecuadas a cada edad».

La clave está en establecer previamente los criterios de actuación. Maite Vallet, especialista en educación en responsabilidad, establece un sistema adecuado y sencillo para garantizar a los padres que educarán correctamente. Se basa en tres patas: normas, límites y consecuencias.

Este sistema permite evitar tanto el excesivo autoritarismo de «castigar por todo» como caer en una educación sin normas claras que fluctúa en función del estado de ánimo de los padres y que solo está sujeta a sus respuestas viscerales y cambiantes en cada circunstancia concreta.

Abandonado en la actualidad el sistema autoritario, el modelo de padre superprotector que evita imponer normas suele caer en este tipo de situaciones: castigos variables para situaciones variables en circunstancias variables. Llevado al extremo, explica Vallet, era mejor el sistema autoritario porque al menos los niños sabían a qué atenerse, conocían las reglas de juego y las aplicaban, aunque fuera por temor al castigo.

Inconvenientes de educar sin castigos

El gran problema de la educación sin responsabilidad y sin castigo radica en que no se facilita a los hijos el marco de comportamiento en el que necesitan desenvolverse. Esto genera inseguridades además de limitaciones para una correcta socialización y una plena inserción posterior en la vida compartida con otras personas, ya sea en la etapa académica, ya en la profesional.Pero existe otro riesgo de extremada gravedad que es imprescindible evitar.

Los niños buscan patrones de comportamiento que les permitan responder adecuadamente ante determinadas circunstancias. Si no localizan unos patrones fijos, fruto de determinadas normas establecidas y prefijadas y unos límites inviolables, buscarán cuales son los criterios de los progenitores.

Si los padres no han establecido esas normas claras sino que su modelo educativo depende fundamentalmente de cuestiones externas como su estado de ánimo, su disponibilidad de tiempo o el estrés externo, los hijos aprenderán a buscar los indicios que les hagan comprender en qué situación emocional están los padres y a actuar en consecuencia. Las acciones dejarán de ser buenas o malas por sí mismas, por su naturaleza, y pasarán a ser factibles o no en función del estado de ánimo de los padres.

María Solano. Profesora del CEU y directora de la revista Hacer Familia

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