Desde la última mitad del siglo pasado, se viene mostrando que los primeros años de vida son claves para establecer unas buenas bases del aprendizaje gracias al descubrimiento de los periodos sensitivos. Si los niños tienen la posibilidad de recibir una atención adecuada en este momento va a influir en el desarrollo posterior.
Así, se han definido los periodos sensitivos del niño como aquellos que hacen referencia al período de la vida en el que el aprendizaje se realiza con mayor facilidad, los momentos en los que hay cierta facilidad o propensión para el aprendizaje de determinadas capacidades, períodos o fases que son especialmente fértiles u óptimos.
Todos los seres humanos nacen con una estructura neurológica inmadura que se configura, desde antes del nacimiento y a lo largo de toda la vida, gracias a dos componentes: el componente genético y el componente ambiental.
Precisamente, esta inmadurez, gracias a la cual existe la posibilidad de aprender y de adaptarse al entorno cultural en el que se nace, se relaciona con los mecanismos madurativos que configuran el Sistema Nervioso Central [SNC]: la plasticidad neuronal y la especialización.
Aunque son temas amplios y difíciles de delimitar, se puede decir que la plasticidad anatomofuncional permite la adaptación del niño a los azares que alteran el programa genético. La especialización, en cambio, hace referencia a que cada una de las partes del cerebro vaya adquiriendo una función determinada. Pero, ¿existe un período óptimo para favorecer esta especialización?
La trascendencia educativa de los períodos sensitivos
La cantidad de conocimientos nuevos en los que se inicia el niño en este primer trienio de vida y los cambios neurológicos que se observan, indican que es una etapa ideal para fomentar el aprendizaje. No obstante, sin perder vista que estos periodos no son criterios rígidos, lo que debe imperar ante todo es el deseo de ayudar a madurar al niño en su interacción con el mundo, con las personas y con los objetos.
Varios autores, argumentan que los primeros años son claves para el desarrollo físico, psicológico armónico, para la formación del desarrollo de la personalidad, para potenciar las facultades intelectuales del niño y las habilidades sociales. Sin embargo, no es indicativo de que más tarde no se sigan dando las condiciones suficientes para continuar con un buen aprendizaje; o que determinados aprendizajes deban fomentarse en ese lapso de tiempo, salvo pena de perderlos.
El papel del ambiente en el desarrollo de las capacidades del niño
A lo largo de la historia, se ha intentado medir la influencia que puede ejercer sobre la inteligencia, el componente genético y el componente ambiental. Y aunque resulta bastante difícil cuantificarlo, la interacción de ambos factores parece influir positiva o negativamente en la inteligencia.
Como medida general, podemos afirmar que cualquiera que sea la carga genética del niño, es conveniente cuidar el ambiente en el que se mueva, para ayudar a desarrollar correctamente sus capacidades.
Influencia del entorno escolar
El niño desarrolla sus capacidades en el entorno familiar, escolar y social. Sin embargo, el entorno escolar (con el apoyo directo de los padres) es el medio en el cual todos los niños (tengan o no trastornos) deben conseguir el desarrollo pleno de sus facultades. Por esta razón, es lógico pensar que las actividades que se desarrollan en él, engloben las finalidades educativa, terapéutica y preventiva.
En cualquier caso, la comunidad escolar debe respetar el proceso madurativo del niño y no olvidar que la actividad de potenciar sus capacidades es sinónimo de enriquecimiento, pero no de aceleración. Las actividades sugeridas deben acompañar el proceso fisiológico, y, sobre todo, no deben tratar de acelerar o interferir en el proceso de desarrollo buscando una especialización prematura que pueda ser contraproducente.
Por tanto, se aboga por el uso del término educación temprana, como «el proceso educativo global, secuencial, continuado y regulado, iniciado antes de los tres años de la vida del niño, aprovechando el momento en que el Sistema Nervioso Central se encuentra en el momento de mayor plasticidad y sin forzar su curso de desarrollo normal. Este perseguirá, en el entorno escolar, la optimización y desarrollo de las capacidades del niño con o sin déficit, para potenciar sus capacidades, siempre en estricta colaboración con el entorno familiar».
Con esta expresión se contempla el desarrollo de las posibilidades del niño, la prevención de posibles dificultades y la paliación de las que existen. Una educación justa, también en la etapa preescolar, no es una educación igual para todos, sino una educación diferenciada y personalizada para cada uno, que permita fomentar las capacidades en todos pero por distintos caminos.
Sonia Rivas Borrell. Doctora en Ciencias de la Educación. Autora del libro «Educación temprana en el niño de 0 a 3 años a través de programas«.
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