Le tenemos mucho miedo al error, al fracaso, a tropezar, a hacerlo mal. Y la realidad es que cada vez que fallamos o que nos caemos por los muchos obstáculos del camino, estamos un paso más cerca de hacerlo mejor.
Nuestro éxito no está en la meta, que es solo un momento más de nuestra vida, sino en los muchos momentos que constituyen nuestra trayectoria, con sus altos huevos sus bajos.
Revisamos qué hemos hecho mal, sin flagelarnos
Ya está, pasamos página, aprendemos del error y seguimos. Lo importante no es caer sino aprender de la caída mientras intentamos mejorar. Nada de victimismos.
Conocemos nuestros propios límites
Saber verdaderamente quiénes somos, sin engaños, nos ayuda a descubrir en qué debemos esforzarnos más y a querernos cuando las cosas no salen como esperábamos.
Descubrimos nuestras luchas pendientes
Educar en el carácter supone asumir los puntos de mejora en los que tenemos que pelear sin desfallecer y no tirar la toalla a la primera de cambio.
Ponemos soluciones a nuestras carencias
Buscamos la manera de levantarnos, somos creativos para encontrar la mejor solución y tenemos más paciencia con lo que más nos cuesta.
Pedimos la ayuda que necesitamos
No estamos solos. Vivimos en familia y en sociedad y tenemos que saber cuándo pedir ayuda y aprovechar la que nos brindan.
Aprendemos durante el camino
El objetivo no es sólo llegar sino aprovechar todo lo que hemos aprendido en el trayecto. No nos fijamos en la caída, sino en que nos hemos levantado.
Desarrollamos nuestra paciencia
Tesón, esfuerzo, entrega, sacrificio, templanza o fortaleza son palabras en desuso que harán que nuestra vida sea mejor y no nos hundamos en los fracasos.
Nos queremos tal como somos con virtudes y defectos
La familia es el lugar del amor incondicional, el que no se mide en logros ni espera nada a cambio. Aquí el fracaso no es el final sino un punto más de nuestra biografía.