Por un oído les entra y por otro les sale. A veces nos frustra mucho tener que repetir las cosas hasta la saciedad. Qué decimos y cómo lo decimos influye mucho en la relación con nuestros hijos.
Una parte de la educación de los hijos implica que hagan lo que les decimos, bien para que adquieran los hábitos que se convertirán en virtudes, bien porque consideramos que eso les estamos pidiendo es bueno para ellos, bien porque lo que están haciendo ellos está mal.
Los padres a veces nos agotamos en esta ingrata tarea. Decimos una vez, con voz calmada, dos, tres, a la quinta estamos gritando y a la décima corremos el riesgo de perder los nervios. Conseguir que nuestros hijos nos hagan caso no es tarea sencilla, pero algunas pistas nos pueden ayudar a que el día a día en las casas no sea una batalla campal.
No todo puede ser conflicto. Hablamos desde la calma
Reservamos el tono serio y algún necesario enfado para circunstancias que de verdad lo requieran. El día a día lo podemos manejar con un tono amable y quitamos mucha tensión.
Uno de los problemas en muchas familias es que se acaba generando un insoportable clima de violencia verbal. Todo el mundo se trata mal, nadie obedece a gusto, se hace todo con desgana, se contesta de manera inadecuada y con faltas de respeto. Si vamos mejorando el tono doméstico en el día a día y pedimos lo que queramos que hagan nuestros hijos desde un tono calmado, empezaremos a salir, poco a poco, de la espiral de violencia verbal en la que estamos insertos.
No los volvemos locos con demasiadas cosas a la vez
Si les pedimos mucho y todo junto, acaban tan embotados que ni nos escuchan. Tareas concretas, las necesarias, de poco en poco y asumibles.
Nuestra capacidad de prestar atención funciona de una manera muy concreta. Cuando estamos muy centrados en algo, lo más probable es que no recibamos los mensajes que nos llegan en ese momento porque nuestro cerebro está dedicando todos sus esfuerzos a la principal tarea encomendada. Con los hijos, nos pasa muchas veces que les encargamos algo cuando están a otra cosa y no garantizamos que realmente nos hayan escuchado. Además, su capacidad para organizar tareas, tiempo y recursos es más limitada, así que si les ayudamos a organizar lo que tienen pendiente y fragmentamos las solicitudes, cumplirán más y mejor.
Las normas que ponemos, pocas, se cumplen siempre
Si nos hemos propuesto que obedezcan con algo, debemos perseverar para que no piensen que es muy fácil zafarse de lo encomendado. Pero que sean pocas cosas.
Si ponemos pocos límites, muy claros, que ellos conozcan perfectamente, y abordables, será más sencillo conseguir un buen clima en casa porque no les costará cumplir con lo que les hemos pedido. Si los abrumamos con un montón de peticiones, algunas a lo mejor menos relevantes, siempre tendrán la sensación de que algo están haciendo mal. Pero cuando establecemos nuestra lista básica de normas, esas hay que cumplirlas y conseguir que se cumplan.
Elegimos bien qué batallas dar y cuáles ahorrarnos
Nos reservamos para los temas importantes. Otras veces, para no desgastarnos, merece la pena hacer la vista gorda y pensar que no había mala voluntad y quizá ha sido sólo un despiste.
No podemos “quemarnos” corrigiendo cada más mínimo detalle del comportamiento de nuestros hijos. De hecho, ese constante ensayo y error es precisamente el camino de su natural aprendizaje. El hábito se hace virtud pero con mucha constancia. Si en alguna ocasión consideramos que hay que hacer una corrección más rigurosa, que sea un tema importante, para no perder fuerza con cuestiones menores que, aunque necesitarían corrección, posiblemente irán mejorando con el tiempo.
Dejamos que a veces se equivoquen, aunque nos duela
Hay veces que, aunque sepamos que están haciendo algo mal y tendrá consecuencias, tenemos que dejar que se tropiecen porque es la mejor forma de aprender.
Nadie escarmienta en cabeza ajena. Por eso, a veces, aunque hayamos intentado que nuestros hijos nos hagan caso en algo porque sabemos que es bueno para ellos, si no nos hacen caso hay que dejar que asuman las consecuencias de sus actos. Sólo entonces se darán cuenta de por qué habíamos hecho tanto hincapié en que siguieran nuestras recomendaciones. A veces crecer implica que nos toca sufrir un poco porque los vemos sufrir.
En un día tranquilo, hablamos con ellos de los límites y sus consecuencias
Los niños y adolescentes necesitan conocer bien las reglas de juego para poderlas cumplir y saber a qué atenerse si se saltan las normas.
El castigo es mucho menos eficaz que este sistema. Sin duda, hay una forma de “castigo” después de un incumplimiento, pero en vez de verlo como una decisión espontánea de los padres, los hijos se dan cuenta de que es la consecuencia, ya avisada, del incumplimiento de una norma que conocían de antemano.
El día malo, recordamos lo que dijimos el día tranquilo
Cuando no han hecho lo que les habíamos pedido, en lugar de un gran sermón que va a funcionar poco en ese momento, recuperamos la memoria de lo que hablamos.
Cuando estamos en medio de un enfado por la razón que sea, todos, padres e hijos, tendemos a hablar de más y a escuchar de menos. Por eso esta técnica es tan útil. Porque en lugar de tener que soltar un sermón que se nos puede ir de las manos y no quieren escuchar porque están muy enfadados, sólo recurrimos a lo que ya tienen almacenado en su memoria y dejamos el resto de la corrección para otro momento si es necesario. Muchas veces, el mero recuerdo bastará como corrección.
Pedimos las cosas por favor y damos las gracias
No podemos perder las formas cuando estamos educando. Incluso si lo que les pedimos es su obligación, dar las gracias es reconocer su esfuerzo.
La autoridad de los padres no se consigue con gritos y con imposiciones. Ellos saben que los corregimos por su bien. Pero corregirlos de malas maneras sólo genera más tensión. Sin embargo, si saben que de verdad agradecemos el esfuerzo que hacen con cada tarea, serán más conscientes de por qué les estamos pidiendo que nos hagan caso y sigan nuestros criterios.
María SOLANO ALTABA
Directora Hacer Familia
Profesora Universidad CEU San Pablo