El niño necesita alicientes para esforzarse y los padres premios para motivar a los niños. Entre los premios que más gustan tanto a los padres como a los niños destaca la felicitación. Es recomendable valorar con frecuencia los esfuerzos de los niños y tener, de vez en cuando, una recompensa para ellos: «como has prestado ‘tu’ camión a tu amigo y has sido generoso, te voy a dar dos caramelos, para que los compartáis».
En cualquier caso nuestro hijo es quien debe desarrollar el hábito y de nada sirve -más que para salir del paso- obligarle a compartir «su» balón con el hermano, el amigo o el vecino. Aunque se agote la capacidad de sugestión paterna, siempre es preferible que sea el niño quien tome la decisión de compartir. Como explica Tomás Melendo, en su libro Todos educamos mal… pero unos peor que otros, «al animar y elogiar es preferible anteponer el esfuerzo realizado (más cercano a lo que ‘es’), al resultado obtenido (más relacionado con lo que ‘hace’ o logra): lo que importa es que el hijo se sienta cada día más a gusto por el hecho de ir mejorando, de ser progresivamente mejor persona, y no por lo que hace, o tiene, o recibe».
Tipos de motivaciones para los niños
1. Motivación material: cuando lo hacemos a través de premios o castigos materiales.
2. Motivación intelectual: cuando lo hacemos dando razones intelectuales para mover la voluntad a buscar la verdad.
3. Motivación moral: cuando ofrecemos razones a la inteligencia para que la voluntad, libremente, busque el bien.
La motivación material no ayuda a educar, se actúa por razones materiales en vez de buscar el bien en sí mismo y en vez de conseguir hábitos buenos puede promover el consumismo y el materialismo. En cambio, el amor, el cariño, dar nuestro tiempo, etc., son la mejor manera de motivar a los hijos. Aunque parezca que entre los 3 y los 6 años son muy pequeños para aplicar estas teorías, lo cierto es que los niños interiorizan todo lo que ven y oyen. Por esto, debemos ofrecerles explicaciones adecuadas a su edad y madurez, y paulatinamente darles la posibilidad de hacerles partícipes de las decisiones.
Así por ejemplo, podemos establecer una asignación de puntos por cada cosa que hagan bien los niños: ponerse los calcetines sin ayuda, llevar sus prendas de vestir al cesto de la ropa sucia, ayudarle a papá a guardar los cubiertos cuando termine el lavaplatos, colgar la mochila en su percha al llegar del colegio, enjuagar la taza después de tomarse la leche, etc.
Por cada acción bien hecha le daremos un punto y el que más obtenga será el domingo el «campeón familiar» al que todos darán un aplauso de felicitación. Además, le haremos ver lo orgullosos que estamos de su comportamiento y le animaremos a disfrutar de la alegría que siente uno mismo al ver que ha hecho las cosas bien.
Esta actitud de los padres es más educativa que prometerle, por ejemplo, que si se ducha rápidamente el siguiente domingo le compraremos chuches; de este modo, tan sólo le motivamos por premios materiales, que en nada son beneficiosos para su futuro.
Se premia el esfuerzo, no la acción en sí
– Procura exigir sin amenazas o premios extraordinarios para que el niño obedezca porque sabe que es bueno. En lugar de gritarle: ¡Procura lavarte los dientes porque si no* se te cae el pelo!, es mejor decirle: Recuerda lavarte los dientes como un chico mayor y luego das un beso a papá antes de acostarte».
– Si prometes algo agradable, no debe ser demasiado excepcional y siempre haciendo énfasis en lo feliz que nos hace y los beneficios para él mismo. Así podemos decirle: Pero qué contento estoy de que le hayas dejado tu pelota al vecino. El domingo, que tocan chuches* pienso comprarte ¡dos!, porque eres un mayor.
– El niño reconoce de forma intuitiva la autoridad de los padres pero, a partir de los 5 años, la exigencia directa debe combinarse con el razonamiento. «Venga, ordena tus juguetes y así cuando te acuestes estarás muy contento de ver lo bien que has dejado la habitación, igual que papá y mamá antes de irse a dormir, ¿verdad?».
– No debes gratificarle constantemente porque le enseñamos a actuar por la recompensa que recibe; es decir, a pensar más en sí mismo (en su premio). Así, si siempre le prometemos algo para irnos del parque, esperará el premio para obedecer: «Si nos vamos ya, en casa te doy una chocolatina». Y además, el día que no haya se sentirá decepcionado.
– Un premio en el momento adecuado puede ser un buen estímulo para nuestro hijo para seguir comportándose bien, además de reforzar su autoestima. Sorprende a tu pequeño con manifestaciones de cariño cuando se coma toda la cena -aunque sea de su comida preferida-, si se ducha a la primera o si deja la ropa ordenada para el siguiente día. De este modo le ayudarás a interiorizar la satisfacción de las cosas bien hechas.
María Lucea
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