Educar es un proceso unido al desarrollo de los niños. La educación persigue impulsar el desarrollo y la maduración para que el individuo alcance sus máximas posibilidades. A menudo buscamos ese desarrollo máximo, queremos que nuestros niños alcancen sus metas, queremos que logren sus objetivos y que venzan cualquier obstáculo y, aunque eso es bueno, a veces podemos caer en el peligro de exigir demasiado a los niños.
Es muy importante encontrar el equilibrio en nuestras exigencias como padres, ya que exigir demasiado a los niños implica importantes riesgos con consecuencias tan negativas como no exigirles. Se trata de una labor que requiere mucha paciencia, mucho respeto, comprensión y empatía.
Los peligros de exigir demasiado a los niños
Es lógico que busquemos dar a nuestros niños la oportunidad de lograr sus metas, pero a menudo podemos confundir la oportunidad con la exigencia. En este sentido, queremos que saquen mejores notas, que destaquen en deportes y actividades extraescolares, queremos que sean buenos amigos, que sepan comportarse bien, que sean educados y obedientes, que tengan su personalidad y no se dejen influenciar, etc.
En definitiva queremos que sean felices y les exigimos que lo sean a través de múltiples tareas en las que tienen que destacar, sin llegar a tener niños estresados. La felicidad de los niños se convierte en una obligación impuesta. Y su mundo se convierte en una competición constante, en la que tienen que responder a las exigencias y alcanzar metas, en una carrera constante, para lograr así ser felices. Entonces nos olvidamos de que son niños, nos olvidamos de escuchar su corazón, de sus necesidades y de que su felicidad no es una obligación sino un estado deseable.
Imaginemos vivir en constante competición, imaginemos que alguien espera siempre lo mejor de nosotros. Como consecuencia de esto:
1. No se atiende a las verdaderas necesidades del niño.
2. Podemos conseguir el efecto contrario, y que con el tiempo el niño se rebele a las exigencias. Ya que las exigencias a menudo son demasiado altas.
3. Creamos un ambiente de desarrollo en el que prima la tensión, y el estrés, ajeno a la felicidad que buscamos. En dicho ambiente es fácil que aparezca la frustración.
4. No respetamos el ritmo de desarrollo del niño.
Cómo cambiar la exigencia por un impulso en el desarrollo infantil
Aunque exigir demasiado a los niños tiene peligros que debemos evitar, la solución no es dejar al niño sin metas, sin objetivos, sino de aprender a guiar al niño en su camino, y no forzarlo. Educar es una labor que puede convertirse en todo un arte y saber favorecer el camino hacia sus metas forma parte de este arte. No es cuestión de exigir más o menos, sino de cambiar nuestra actitud al hacerlo, dejar de exigir y empezar a impulsar. Debemos recordar que se trata de favorecer un proceso que ha ser agradable y natural, y no de forzarlo llenándolo de tensión y emociones negativas. Como adultos debemos cambiar nuestra actitud y dejar de exigir para empezar a impulsar o favorecer.
¿Cómo cambiar exigencia por responsabilidad?
Para cambiar nuestra actitud debemos recordar que somos adultos y ellos son los niños, nuestro esfuerzo va encaminado a nuestras actitudes.
1. La amabilidad y el afecto. Debemos favorecer su desarrollo desde una postura amable y afectuosa, dejando de lado posturas excesivamente autoritarias, y los comentarios que puedan herir o dañar.
2. La confianza. Mostrar confianza es la base para que logren sus metas.
3. La paciencia. Es importante ser pacientes y dejar su tiempo.
4. La coherencia. Saber distinguir momentos y situaciones. En determinados momentos será necesario pedirles que se esfuercen un poco más y en otros no.
5. Escuchar activamente. Se trata de escuchar no solo lo que nos dicen, sino sobre todo lo que nos quieren decir.
Pautas para impulsar el desarrollo de los niños
– Partir del respeto. Respeto a la infancia y a sus tiempos de desarrollo. Los niños no son adultos en miniatura y requieren de tiempo para su desarrollo y para lograr sus metas.
– Cambiar nuestro punto de vista y dejar de centrarnos en las metas para centrarnos en el proceso. A menudo, pensamos en el futuro de los niños, en su felicidad futura, y aunque eso está bien, nos olvidamos de su felicidad presente.
– Escuchar su corazón y atenderles con corazón. A menudo les imponemos metas que son nuestros deseos y no los suyos. Si queremos que sean felices debemos atender a sus deseos, a lo que les hace felices.
– Dejar que se ilusionen con eso que les hace felices, no lo conviertas en una obligación.
– Demostrarles que les quieres por lo que son, no por las metas que logran.
– Ayudarles a lograr sus metas. Enséñales que el esfuerzo es necesario para lograr sus objetivos. Acompáñales en el camino y ayúdales a superar los obstáculos, en lugar de presionarles ayúdales a buscar soluciones.
– Animarles cuando fracasen, en lugar de reñirles y hacerles sentir culpables, animales a seguir intentándolo. Ayúdales a ver lo que tienen que cambiar.
– Dejar que sean niños y recuerda que necesitan jugar y tiempo para ellos..
Celia Rodríguez Ruiz. Psicóloga clínica sanitaria. Especialista en pedagogía y psicología infantojuvenil. Directora de Educa y Aprende. Autora de la colección Estimular los Procesos de lectura y escritura.
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