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De padre a abuelo, el primer nieto

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El primer nieto provoca una «revolución emocional» para los recién estrenados abuelos. Pero lo cierto, es que esa llegada de los nietos constituye otra etapa de la vida. Sin duda, los nietos introducen en la vida plácida de los abuelos una incidencia ruidosa de risas y llantos, que nos devuelven a nuestra juventud. Sin embargo, son mucho mayores las compensaciones que se producen por el simple hecho de disfrutar de una sonrisa. 

Se habla de que algunas personas mayores temen «perder la posición» en la familia, por lo que es vital recordar que para los abuelos lo primero siempre ha de ser el otro cónyuge, después los hijos y en tercer lugar los nietos; esto a los treinta y a los ochenta años. Los celos en los adultos son una mezcla de envidia, deseo de acaparar, egoísmo soterrado y siempre, desorden. Ya se sabe que el que no pone en orden sus amores hace oposiciones a ser muy desgraciado.

Las tensiones de los abuelos novatos

Otra reacción de los abuelos puede ser la aparición de los deseos de mangoneo -que a todos nos encanta- y que llegan a extremos tan ridículos como decir dónde tienen que poner los cuadros en su propia casa. Nuestros hijos tienen derecho a protagonizar su vida y mucho menos estamos dispuestos a aceptar que una tercera persona, a la que conocimos hace poco, tenga mayor poder de influencia que nosotros. Esto refleja que no conocemos el significado de la palabra libertad -a pesar de ser tan cacareada- y mucho menos somos coherentes con el amor que aseguramos sentir por nuestros hijos.

No les dejamos que sean ellos mismos. Es esta una asignatura pendiente desde que fueron niños, cuando ya intentábamos «sustituirles» hasta en las decisiones más pequeñas. Teniendo claro que los primeros educadores de los hijos (nietos para nosotros) son sus padres, es muy conveniente que llevemos en la mano una «jarrita de aceite» para echarla en los rodamientos cuando el ardor de los años lleve a que se calienten los «cascos».

Aconsejar sí, sermonear nunca

Lo cierto, es que se es padre toda la vida y se tiende a seguir aconsejando, pero los hijos al hacerse ellos padres reclaman una independencia. Por tanto, los «discursos» o «sermones» valen para poco, tanto a los tres como a los treinta años. A cualquier edad lo que «hace impacto» en los demás son los hechos. Las palabras solo deben responder -de la manera más clara y concisa- al propósito de dar razón de nuestra manera de obrar. Eso supone morderse la lengua una y mil veces, pero con ello demostramos que sabemos quererles. Cuesta mucho aprender a estar «disponibles», ser «acogedores» y no sorprenderse por nada que hagan, por mucho que choque con nuestra manera de ver las cosas. No lo olvidéis nunca, son libres. Precisamente porque les hemos educado para la libertad y sabemos que después de escucharnos van a hacer lo que les venga en gana, tenemos el deber de hacer las sugerencias que encontremos oportunas -y que ellos esperan porque nos conocen-, aunque recalquemos que la decisión es solo suya.

Es muy importante que nuestros hijos, bastante antes de ser padres, estén convencidos de que en el hombre la educación no termina nunca, aunque tengamos todos noventa años. Esa es la servidumbre y la grandeza de la condición humana: que constantemente podemos mejorar. Para que estas consideraciones nuestras tengan un eco positivo -en los hijos y en los nietos-, para que sean un verdadero camino de ida y vuelta, es imprescindible que sepamos ser unos abuelos sin una gota de amargura, ni una visión pesimista de la vida. Nada de estar de vuelta, ni pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Estamos en el mejor de los tiempos.

María Lucea
Asesores: Antonio y Pilar. Abuelos

Más información en el libro: Corazón de padre, de Osvaldo Poli.
Si quieres leer el primer capítulo, pulsa aqui.

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