«Siempre se está quejando», ésta es la frase que mejor define el comportamiento de los niños protestones, susceptibles o picajosos. Los padres podemos ayudarles a superar este pesimismo para que puedan disfrutar de los pequeños detalles de la vida. Algunos niños son realmente protestones; cualquier cosa les incomoda, les molesta y se pasan el día refunfuñando.
Los niños protestones son los que ven siempre «la botella medio vacía», parece que todo el mundo se mete con ellos, que nunca la culpa es suya, que tienen la sensación que son los que más ayudan en casa (cuando no es así), los que cuando les encargamos algo protestan diciendo «siempre me lo pides a mí» y para ellos* todo son pegas. Si tenemos niños protestones, ¿cómo podemos trabajar su fortaleza?
Cómo es la personalidad de los niños protestones
La segunda infancia coincide con la etapa educativa de primaria, es decir, desde primero hasta sexto curso. Es en este tiempo, entre los siete y doce años, cuando chicos y chicas comienzan a mostrar una personalidad mucho más definida.
Algunos, denotan un optimismo arrollador, todo les parece absolutamente perfecto; en cambio, otros se pasan la vida protestando y quejándose continuamente. «Papá, no te das cuenta, Pedro siempre me está molestando», «Mamá, por qué no recoge el desayuno Alejandra, sólo me pides las cosas a mí»* Y así, este hijo nuestro tiene en la recámara una batería de respuestas quejosas para todo: porque sólo ayuda él, porque todo el mundo le molesta, porque no tiene sentido del humor y se pica en cuanto se le gasta una broma, etc.
Aprende a disfrutar de lo que tienes
Si tenemos un hijo susceptible o protestón debemos ayudarle -cuánto antes- a superar este mal hábito; de lo contrario, crecerá convirtiéndose en un adulto con ciertas dificultades para disfrutar de la vida, valorar a los demás o crear un ambiente agradable a su alrededor. No es raro encontrar a jóvenes incapaces de saborear las pequeñas cosas de la vida, simplemente, porque les puede su «afán de protesta».
Uno de los fallos más habituales en estos casos es atribuir sus quejas al propio carácter del niño: «Es inevitable. Desde siempre ha sido así», comentan muchos padres. Es cierto que todas las personas desde su nacimiento tienen una incipiente personalidad que les conduce a comportarse de una determinada manera, pero el carácter de nuestros hijos es como un bloque de barro que debemos moldear. Del esfuerzo y dedicación que se derroche en esta tarea, dependerá que el barro se transforme en un bonito jarrón o en un simple cenicero.
Pequeñas metas y grandes logros para los niños protestones
Para conseguir que un chico o chica de estas edades comience a dominar ese cierto «pesimismo» que le invade es necesario hablar mucho con él, transmitiéndole constantemente nuestra opinión (crítica positiva) sobre su comportamiento, poniéndole ejemplos concretos de su actuación habitual: «¿Te das cuenta que desde que te has levantado te has quejado de que el desayuno estaba frío, de que tus pantalones preferidos estaban sin planchar, de que tu hermana se entretiene demasiado en el baño, de que tu hermano no te deja vestirte tranquilo…?».
De este modo, resultará mucho más sencillo proponerle pequeños retos a corto plazo, que le ayuden a no ser tan «picajoso». Por ejemplo, puedes proponerle que sea él quien prepare el fin de semana el desayuno para todos, con el fin de que aprenda a reconocer el esfuerzo que supone; animarle a que planche él mismo un día su ropa -si tiene 11 ó 12 años- para que sepa lo que cuesta realizar este tipo de tareas, etc.
Niños protestones, cómo trabajar su fortaleza
Algunas veces, los padres (con un cariño mal entendido) pretenden evitar a sus hijos las dificultades. Los protegen y sustituyen, llevándoles sin darse cuenta hacia una vida cómoda, sin exigencias, donde por poco o nada de esfuerzo consiguen todo lo que quieren. De ahí, precisamente, vienen muchas de las actitudes protestonas de los chicos, en cuanto lo más mínimo no sale conforme a su gusto. Para remediar esta situación el niño debe adquirir el hábito y la capacidad de esforzarse.
El reconocerle y valorarle positivamente cuando se ha vencido en algo que le costaba esfuerzo le ayudará también en gran medida a adquirir este valor, como por ejemplo, si le pagamos con una sonrisa el «aguantar sin quejarse la sed» durante una excursión o viaje; o dejar la ropa preparada por la noche sin rechistar. Existen muchas oportunidades en la vida cotidiana para que los hijos se ejerciten en el valor de la fortaleza: soportar un dolor o molestia, superar un disgusto, dominar la fatiga o el cansancio, cumplir los deberes familiares sin murmurar y con constancia, etc.
Teresa Artola. Doctora en Psicología y Orientadora Familiar
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