Según los especialistas, los niños se convierten en prepotentes por dos razones diametralmente diferentes: una debida a una manifiesta carencia afectiva, principalmente por parte de los padres; y la otra, por un amor mal entendido, caracterizado por consentirles todos sus caprichos, malas actuaciones y educarles en una competitividad mal entendida, haciéndoles creer que son los mejores en todo y que en la vida uno es alguien cuanto más éxitos materiales consiga.
Razones que convierten a los niños en prepotentes y arrogantes
1. La falta de cariño
La primera razón está fundamentada por la destacada psiquiatra norteamericana Elizabeth Berger. En su opinión, la frustración causada en la temprana infancia del niño, que se sintió dejado de lado o no querido por sus padres, está en la base de una conducta prepotente.
Según Berger la prepotencia de estos niños es como una defensa psicológica en contra de una herida o pérdida en las primeras relaciones de amor. Con el transcurso del tiempo y después de muchas desilusiones, el niño se torna hacía sí mismo como la única persona de la cual puede depender. La soledad y la envidia estimulan la actitud prepotente.
La psiquiatra señala que son niños que están mucho tiempo en casa sin la compañía de los padres, sobre todo los fines de semana y en compensación, éstos les llenan de regalos caros. Actúan como si fueran superiores a los demás, por no sentirse reconocidos en su propia riqueza.
2. Tú tienes que ser el mejor
La otra vertiente que origina niños prepotentes es educarles en la competitividad y el éxito a toda costa: «Hijo, tienes que ser el mejor, tú solo te tienes que valer en la vida». Los padres también suelen caer en actuaciones prepotentes, algo que servirá de «ejemplo» para el niño. Paradójicamente, esta forma de educar puede causar en el niño el efecto contrario, ya que ante las frustraciones y los fallos, se pueden venir abajo en lugar de convertirse en prepotentes.
Píldoras para frenar el complejo de superioridad de los niños prepotentes
– Ayúdale a descubrir qué puede aprender de los demás.
– Enseñarle a hacerse auto-crítica: equivocarse es bueno, pedir perdón también. Aceptar una crítica con buen humor.
– Mirarse al espejo con cara de superioridad: ¡la imagen es feísima!
– Saber escuchar e interesarse por lo que cuentan los demás, sin querer dar su propia opinión.
– Reírse con los demás, no de los demás.
– Hacer cosas por los demás, sin buscar alabanzas.
– Pedir ayuda a los demás. No es síntoma de inferioridad.
– Saber ceder y si falla lo que el otro proponía, no arremeter contra él diciendo: «Lo ves, si ya te lo decía yo».
– No estar siempre pendiente de su propia imagen y estar más pendiente de la imagen de los demás.
– Que no se ponga siempre como ejemplo cuando quiera dar un consejo.
Si crees que tu hijo tiene actuaciones prepotentes y arrogantes, piensa cual puede ser la causa: por falta de cariño o por educarle en que tiene que ser el mejor. Así, podréis actuar pasando más tiempo con él, abrazándole más o bien, poniendo en práctica alguna de las píldoras recomendadas contra el complejo de superioridad.
Educar en la humidad a los niños
La arrogancia y prepotencia surgen si no se educa en la humildad. Reconocer los fallos, debilidades y equivocaciones no es un síntoma de inferioridad, sino todo lo contrario: nos hacemos grandes ante los demás. Alfonso Aguiló, en su libro Educar el carácter, de Ediciones Palabra, afirma que no debe confundirse la humildad con algo tan simple y ridículo como tener una mala opinión acerca de los propios talentos. La humildad no está en exaltarse ni en infravalorarse, sino que va unida a la verdad y a la naturalidad. La humildad es aceptar que a veces hacemos las cosas mal y no pasa nada.
Marta Santín
Asesoramiento: Javier Urra. Escritor. Primer Defensor del Menor. Psicólogo Clínico y Forense. Patrono de UNICEF. Profesor Universitario.
Más información en el libro:
Educar el carácter, de Alfonso Aguiló. Ediciones Palabra.
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