Antes de lo que nos imaginamos, los niños aprenden lo molesto que nos resulta a los mayores verlos chillar y patalear, e intentan aprovecharse de ello para lograr sus deseos. Pero no habrá motivo para preocuparnos si estas crisis se repiten, ya que son una excelente oportunidad para educarles, enseñarles a obedecer y demostrarles cómo deben pedir las cosas y cómo deben comportarse.
Las pataletas en niños no son por mal carácter
Ante las pataletas del niño, no debemos alarmarnos, sino tener en cuenta que los primeros años de vida son siempre inseguros. El niño no sabe desenvolverse, y los berrinches son causados en gran parte a sus propios miedos.
Estas situaciones no son por lo tanto un defecto de carácter, sino una consecuencia de su proceso evolutivo y en concreto, del afianzamiento de su personalidad respecto a la de sus padres. A partir del año y medio, el niño comienza a tener conciencia de su propio yo como algo diferente de sus padres, y por lo tanto, con voluntad propia. Esto le lleva a la necesidad de reafirmar la diferencia yo-mamá. Tal tendencia es, en principio, positiva siempre que sepamos encauzarla para que no desemboque en la tiranía del llanto.
Ante las pataletas: serenidad y firmeza
Ante su rabieta incontrolada, lo mejor es conservar la serenidad y transmitírsela. Debe darse cuenta de que la violencia no es forma de obtener nada, pero tampoco debe sentirse abandonado.
Ponerse a su nivel y actuar con malos modos no le calmará, sino que se sentirá aún más asustado y llorará más. Si se calla será por miedo, y con esa actitud habremos dado un paso atrás en la tarea de educarle.
La violencia de los padres, aunque se reduzca a dar un portazo en un momento determinado, no crea más que inseguridad y actitudes violentas en los hijos.
Responder con cariño y autoridad
Aunque sintamos enormes ganas de seguirle la corriente y poner la guindilla al espectáculo con un grito o un bofetón, lo mejor será quitar importancia al problema. Si permitimos que llore a solas unos pocos minutos, podrá descargar su tensión, pero intentar cogerle en pleno pataleo sólo provocará mayor rabia en su protesta. Cuando esté más tranquilo podremos secarle las lágrimas con todo nuestro amor mientras lo abrazamos. Entonces sí nos los permitirá e, incluso, está deseando que lo hagamos.
Una vez tranquilo, cuando esté totalmente calmado y sea capaz de razonar, podremos explicarle lo malo de su comportamiento y cómo debe pedir las cosas, evitando hacer recriminaciones que hagan crecer el sentimiento de culpabilidad en el niño. Debe saber que ha actuado mal, pero también -y esto es importante- que le perdonamos y confiamos en que no volverá a hacerlo.
Buscar el por qué de la rabieta
Tras el berrinche de un niño hay siempre una causa que a él le produce impotencia y temor, aunque para nosotros resulte ridícula. En cualquier caso, debemos intentar conocerla en cada caso, ya sea observando a nuestro hijo o dialogando con él a su nivel.
Quizá son sólo caprichos, pero también puede ser algo que debamos conocer: quizá el portero se dedica a atemorizarlo y le dé miedo salir de casa, o vio algo en la TV, o no puede abrir la caja donde guardó un puzle…
También puede ocurrir que se sienta agobiado porque no le dejamos hacer nada y percibe que sus iniciativas son siempre anuladas, así que su reacción es multiplicar sus rabietas. En estas ocasiones, lo más conveniente será ceder en unos casos y obligarle a comportarse bien en otros. Así podrá ver que sus preferencias también son respetadas en algunos campos que no son importantes para él y no para nosotros. Por ejemplo, será él quien decida a qué juega, pero después le insistiremos en que recoja todo antes de hacer otra cosa.
Las rabietas son una prueba
Contra las rabietas debemos cooperar tanto el padre como la madre. Haciendo un frente común para plantarles cara, el pequeño se verá obligado a buscar un modo más civilizado para obtener lo que desea.
En ningún caso cederemos a sus requerimientos. Quizá sea posible concederle más tarde lo que pide, pero debe tener claro que la rabieta no le conduce a nada. En cualquier caso, nuestra decisión de de permanecer firmes debe ser unánime: si uno de los dos cede y el otro no, se acostumbrará a arrimarse a la vela que mejor viento lleve.
Aunque las causa de una pataleta pueden ser muy variadas, en muchas ocasiones lo que está ocurriendo es que el niño quiere probar la resitencia de los adultos.
Con mayor razón, por tanto, deben estos evitar seguirle la corriente. Si el niño ve que no son ante sus rabietas, los padres pueden echarse a temblar. El reto puede llegar a ser titánico, pero el resultado será definitivo: si el niño comprueba que sois inamovibles ante sus berreos, empezará a buscar métodos alternativos -ruegos, sonrisas, insistencia, pequeños méritos…- para lograr lo que desea. Sin embargo como palpe nuestra debilidad… tendremos ‘serenata’ para rato.
Marina Berrio
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