Hasta los 6 ó 7 años el niño empieza a tener miedo a los insectos, a los animales, a la oscuridad, a las personas desconocidas, a los ruidos fuertes, a juguetes desconocidos, a los truenos y a las tormentas, a la muerte, etc. La mayoría serán miedos pasajeros. Con los cuentos para niños con miedo podrán superar cada uno de ellos en cada etapa.
Nuestros hijos pueden tener miedo a dormir con la luz apagada, a los truenos o al ir a un colegio nuevo. Quizá hasta ahora no hemos logrado convencerles del sin sentido de éstos miedos y sea momento de recurrir a los cuentos para niños con miedo. El objetivo de la creación de los cuentos personalizados según el particular miedo de cada niño es ayudarle a superarlo. Vivir el miedo en tercera persona, ayuda al niño a sentirlo de forma distinta y a quitarle peso.
¿Qué es el miedo?
Imaginemos por un instante a nuestro hijo, sin miedo, junto a un precipicio… No, mejor no visualizar el desastroso final. Temer situaciones de ese tipo es importante, ya que, de la misma manera que el dolor físico actúa como una señal de alarma, el miedo es una llamada de atención psicológica que nos alerta si se puede comprometer el bienestar físico y el emocional de la persona. El miedo cumple una función adaptativa, impidiendo que nos arriesguemos en situaciones en las que podríamos salir dañados.
Del miedo natural a la fobia
Hasta aquí más que un problema es una ayuda. Pero hay ocasiones en las que lo que se siente «es tan grande, tan grande» y «asusta tanto, tanto», como dirían nuestros hijos, que condiciona el bienestar emocional de los pequeños y también el nuestro. Es entonces cuando tienen y tenemos un problema, el miedo se ha convertido en fobia. En este instante, en esos momentos de angustia emocional, la vida deja de ser maravillosa, tornándose oscura.
El miedo nos hace experimentar sensaciones físicas muy intensas (rigidez muscular, sudor, ahogo…) y también nos provoca imágenes muy dolorosas (miedo a perder el control, a volvernos locos, a morir…). Los niños sienten sin interpretar y ante estas sensaciones provocan imágenes próximas a su mundo infantil, llenas de fantasía e imaginación para expresar su miedo.
De esta forma, cuando temen ser abandonados, no ser queridos, a la oscuridad, a atragantarse… imaginarán fantasmas, monstruos, dinosaurios o «al más malo maloso» que está ahí esperándolos. Y sucederá que ellos seguirán teniendo miedo aunque les expliquemos que no pasa nada. Y es que, las emociones no entienden de razones, por muchas que demos.
Crear nuestros propios cuentos terapéuticos
Los cuentos, que son la vida traducida a fantasía, les ayudan a eliminar su angustia. Son historias breves repletas de magia, que empiezan y terminan, y se cuentan de una sola vez. Transmiten de forma sencilla y rápida, pero con calma y con ritmo. Mantienen la tensión y atrapan al que nos escucha. Es una forma directa de acceder al sistema emocional, en el que nacen las emociones y en el que también crecen los miedos.
Hay cuentos en la literatura que, de forma general, presentan un escudo frente a los diversos miedos infantiles. Otros cuentos, con pequeñas modificaciones, pueden convertirse en excelentes herramientas para ayudar a los niños con miedos. Y, finalmente, también está al alcance de todos los padres y madres, conociendo algunos recursos sencillos, crear nuestros propios cuentos terapéuticos. Podemos adaptar las historias a la medida de los niños para que, cuando salgan de ellas, nuestros pequeños posean el valor y las herramientas necesarias para hacer desaparecer sus miedos, sintiéndose así los héroes de su propia historia.
Cómo ser un gran contador de cuentos
Pero claro, como en toda buena historia, resulta fundamental que el narrador de cuentos alcance el estado emocional necesario para contar su cuento de la forma apropiada. Por ello, es importante que los adultos -modelos a seguir por nuestros hijos- aprendamos a relajarnos y a relajar, a serenarnos y a serenar; a potenciar, con pequeñas y cotidianas conductas y actitudes, la felicidad y el bienestar de nuestros hijos. Pues de lo contrario, aunque nuestra intención sea buena, es probable que, sin quererlo, provoquemos justo lo contrario de lo que nos gustaría.
Ana Gutiérrez y Pedro Moreno, psicólogos clínicos