Transmitir valores, tener buenas relaciones familiares y dedicar tiempo son tres factores decisivos para el logro de la calidad en la comunicación. El arte de escuchar a los hijos tiene como beneficio conocerles bien tras haber invertido muchas horas de conversación, evitando forzar su intimidad con preguntas que le pongan en una situación incómoda.
Con una cierta visión de futuro, si queremos lograr una amistad futura con nuestro hijo, antes tendremos que haber convivido muchas horas juntos. Pero no basta sólo con estar, hace falta que haya algo más que coexistencia. Así, por ejemplo, es mucho más enriquecedor prolongar una sobremesa que dedicar dos horas a ver la televisión. En este último caso, los comentarios del otro son fácilmente considerados como motivos que interrumpen el programa y difícilmente lograremos entablar una conversación con nuestro hijo.
Dificultades para comunicarse con los hijos
Las principales dificultades para una buena comunicación son las siguientes: el exceso de trabajo, una larga jornada laboral o escolar que dificulta el trato familiar, lo mismo que una intensa vida social, los viajes frecuentes, la pereza, etc. Suponiendo que efectivamente le dediquemos cierto tiempo a nuestros hijos, ¿qué grado de conocimiento hemos alcanzado?, ¿sabemos si se comporta igual en casa, en el colegio y en la calle? A través de nuestras conversaciones, deberíamos saber cómo va madurando su afectividad; si tiene o no fuerza de voluntad; en el caso de que suspenda, si es por falta de capacidad o de esfuerzo, cuáles son su mejores amigos, cómo está considerado en clase y un sinfín de aspectos más que nos irán guiando para ayudarle acertadamente en su proceso de maduración.
Tiempo sí, pero de calidad en familia
Tan importante como la propia comunicación es la calidad de ésta. Son muchos los chicos y las chicas que se quejan de que a sus padres sólo parece importarles las notas. La verdad es que esa apreciación es injusta, pero en ocasiones lógica, si reflexionamos sobre los temas habituales de conversación con nuestros hijos y de cuáles hacemos realmente un seguimiento diario.
Nuestros hijos necesitan que les comprendamos, que les escuchemos, aunque no siempre tengan la razón ni, por supuesto, se la demos. No aceptan los gritos como modo de corrección aunque puedan estar de acuerdo en el contenido de las regañinas. Por esto, para lograr una calidad en nuestra comunicación es necesario que contemplemos una serie de valores que queramos transmitirles. Los hijos no se conforman con que les vistamos, alimentemos y preguntemos por sus notas. Requieren a gritos, aunque no nos lo digan, que les «atendamos» y reclaman nuestra fortaleza para resolver los múltiples interrogantes que se les plantean en esta etapa de sus vidas. Así, para lograr esta comunicación tan deseada no deberíamos volver sistemáticamente tarde a casa, pues ya no tendremos del tiempo necesario para hablar con calma de sus cosas y, en ocasiones, a la calidad se llega por la cantidad.
Un último factor que ayuda a entablar o mejorar el diálogo con nuestros hijos es la paz familiar. López Ibor veía como principal dificultad en la comunicación entre padres e hijos, no tanto la falta de tiempo como los problemas familiares que la impiden. Concluyendo, parece que esforzarnos en transmitir valores, tener buenas relaciones familiares y dedicar tiempo a los hijos son tres factores decisivos para el logro de una comunicación de calidad.
Más que palabras en casa
Por desglosar de un modo sencillo la cuestión podemos distinguir dos grandes apartados: las conversaciones personales y las familiares.
1. El minuto de oro. En algunas familias ha dado un buen resultado el llamado «minuto de oro» en el que el padre o la madre, al finalizar la jornada dedica un tiempo breve con su hijo para hacer un breve balance del día (conversaciones personales, de tú a tú). Muchas veces, el adulto se encontrará con que el niño no dispone del vocabulario emocional suficiente para expresar lo que le pasa; para eso es muy útil que, después de escuchar atentamente, le vayamos sugiriendo términos que reflejen con precisión lo que nuestro hijo trata de transmitirnos. El glosar brevemente el contenido de lo que nos ha pretendido comunicar, le da al niño la seguridad de haber sido entendido.
2. En estas conversaciones es más importante escuchar que hablar. Se trata de «hacerse cargo», de servir de «desahogo» o aclarar puntualmente una idea confusa que tenga y que pretende contrastar con nosotros. Y, sobre todo, jamás forcemos la intimidad del niño haciendo preguntas que le pongan en una situación incómoda. Es preferible fomentar la confianza sin más, tan necesaria para que la pregunta pueda hacerse del modo adecuado y en el momento oportuno.
Hay veces que eso no es posible hacerlo a diario por lo que, en algunos casos, es útil que nuestros hijo sepa que a lo largo de la semana habrá un momento en el que podrá estar a solas con su padre o con su madre: ir a comprar juntos el periódico el domingo, pasear al perro, regresar de la superficie comercial con las compras de la semana, etc.
3. Aprovecha las conversaciones familiares que surgen a lo largo de las comidas, mientras recogemos la cocina, en las tertulias de los fines de semana o mientras vamos de camino hacia el colegio.
María Lucea
Asesor: José Manuel Mañú Noain. Psicólogo
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