Educar a los niños para ser solidarios no es un asunto trivial o secundario en su formación: la solidaridad implica empatía, generosidad y sensibilidad, aspectos vitales que los niños deben asimilar para aprender a vivir en sociedad. Cada vez hay más niños egoístas que sólo miran por y para ellos. Para cambiar esta actitud, los niños tienen que percibir que los padres estamos pendientes de otras personas.
El ser humano es un ser social por naturaleza y debe aprender a vivir, a convivir y a relacionarse dentro de la sociedad. Esto implica que no se puede ser individualista ni egoísta porque supondría una dificultad para favorecer esa socialización. Es importante, para aprender a ser solidario, potenciar en los niños la solidaridad y la capacidad de pensar en los otros.
El niño no aprende a ser solidario hasta los dos años ya que, hasta entonces, la interacción con el resto es para la búsqueda de la propia satisfacción. A partir de los dos años, empiezan a tener en cuenta al otro como alguien diferente. Es difícil hablar de empatía antes de estas edades, pero sin duda es el momento adecuado para empezar a desarrollar la capacidad de pensar en los demás.
Pautas para enseñar solidaridad a los niños a partir de los 2 años
Cada vez existen más actividades y eventos que potencian la solidaridad promovidos por los medios de comunicación o por entidades sin ánimo de lucro que realizan campañas a favor de diferentes causas. Se podría pensar así que la solidaridad está muy presente en la vida de los niños, en cambio, no llega a impregnar sus estilos de vida.
– El individualismo. Se refleja en los niños pequeños debido a la sobreprotección familiar. Hoy en día los padres quieren ver sufrir a sus hijos lo menos posible. Como consecuencia de esto, los niños están acostumbrados a que siempre haya alguien pendiente de ellos, a ser los protagonistas constantemente, por lo que no se paran nunca a pensar en los demás.
– El ejemplo de los padres. La familia tiene un papel muy importante a la hora de lograr que la solidaridad sea parte de la vida de cada uno de sus hijos. Como en todos los aspectos educativos, el ejemplo de los padres debe ser la primera pauta a tener en cuenta. Ellos tienen que percibir que nosotros estamos pendientes de otras personas, que nos preocupa cómo estén los demás, que preguntamos por los demás, que tratamos de ayudar, de compartir nuestro tiempo, esfuerzo, recursos, etc. Esto debe formar parte del día a día de la familia como algo natural y propio del hogar.
– El tiempo. Esto implica además tener la capacidad de dejar nuestras cosas a un lado para dedicar tu tiempo y tu esfuerzo en los demás, no estar constantemente hablando de lo que a uno le preocupa, piensa y siente, sino ser capaces de preguntar por los demás, transmitir la preocupación que se tiene por los demás y ayudar a los demás. Este tipo de conductas no tienen que dirigirse exclusivamente a personas que no conocemos o a personas que puedan parecer más necesitadas, sino también a la propia familia.
– Las virtudes íntimamente relacionadas con la solidaridad son generosidad, la resiliencia o capacidad para sobreponerse a periodos de dolor emocional o traumas, la bondad, la lealtad, etc. Pero para transmitir las virtudes, hay que tenerlas y vivirlas, por eso el papel de los padres es fundamental para educar la solidaridad.
Pequeñas obras de solidaridad que pueden realizar los niños
Pero, ¿qué actividades puede ejercer un niño de estas edades para asimilar y practicar la solidaridad? Puesto que estamos hablando de niños pequeños, lo mejor es empezar por pequeñas obras que tendrán que asimilar:
– Saludar a los demás.
– Preguntar cómo está el otro y si necesita ayuda.
– Compartir lo que tienen con otros niños, compañeros de clase, amigos, familiares* No sólo lo que les sobra sino todo lo que tienen, incluso lo que más les gusta.
– Acostumbrarse a pensar en qué pueden necesitar los otros de ellos mismos.
– Ayudar a los demás como un acto de generosidad, sin esperar nada a cambio.
Todo este tipo de actividades es más fácil potenciarlas trabajando en grupo. En el caso de familias con varios hermanos, se puede pensar en actividades familiares para potenciar la solidaridad, como pueden ser: visitar a personas enfermas, acudir a comedores sociales, responsabilizarse cada uno de ellos en ayudar a otros miembros de la familia (acompañar al hermano pequeño a las actividades extraescolares*). En el caso de familias más pequeñas, en que no existan tantos miembros, será más fácil aprender la solidaridad participando en actividades fuera del entorno académico: grupos sociales, clubes de tiempo libre, deportivos, etc.
Actualmente, una tarea que dejamos pendiente muchas familias es enseñarles a ser solidarios con los propios padres. Estamos muy acostumbrados a que los padres sean los que se entregan 100% a sus hijos. Esto es realmente positivo pero, algunos niños crecen pensando que solamente los padres son los que tienen que estar pendientes de ellos y no desarrollan la capacidad de pensar que los padres también necesitan de sus hijos.
Conchita Requero
Asesora: María Campo. Directora Centros Educativos Kimba
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