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Normas para los niños: pocas, fundamentales y nunca arbitrarias

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En la educación de los hijos debemos establecer muy pocas normas, muy fundamentales, y nunca arbitrarias. Es importante también que en casa haya plena libertad en todo lo opinable para dejarles ser ellos mismos. Tenemos que reflexionar mucho sobre nuestra autoridad para poder ejercerla con acierto.

Aunque es imprescindible que los hijos tengan normas, también es fundamental que sean pocas, razonadas, fundamentales y nunca arbitrarias. Hay muchas cuestiones, de carácter opinable, en las que tendremos que dar libertad a nuestros hijos, aunque lo que elijan no coincida con lo que nosotros habríamos elegido.

Y la razón es que, en virtud de su singularidad personal, ellos gozan de todo el derecho -o más bien la obligación- de llegar a ser aquello a lo que están llamados, y nosotros no tenemos ninguno a convertirlos en una réplica de nuestro propio yo, a hacerlos a nuestra imagen y semejanza.

Normas fundamentales y objetivas

Por tanto, debe tratarse siempre de normas fundamentales y objetivas, con las que de veras se procure el bien de los demás y la armonía en la familia. ¿Ejemplos?

– Evitar las peleas, los gritos a destiempo, los insultos, las malas contestaciones.

– Ayudar a los demás cuando lo necesiten y esté en nuestras manos.

– No faltar al respeto debido a los otros, en particular, a los padres y abuelos y, si lo hubiere, al servicio doméstico.

– Comer con gratitud aquello que nos sirven, aunque no sea del todo de nuestro agrado.

– Adaptarse a los horarios que hacen posible la convivencia y la buena marcha del hogar…

– Y dejar una absoluta libertad en lo opinable, que es… casi todo.

Cuando nos equivocamos

A veces, sin embargo, se prohíbe algo sin saber bien por qué, qué es lo que encierra de malo, solo por impulso, por las ganas de estar tranquilos o de afirmarnos, o porque uno se siente nervioso y todo le molesta.

Se compromete así la propia autoridad sin necesidad alguna, abusando de ella, y se desconcierta a los muchachos, que no saben por qué hoy está vedado lo que ayer se veía con buenos ojos o viceversa.

Cualquier niño sano tiene necesidad de movimiento, de juego inventivo y de libertad. Lo que debería preocuparnos, por tanto, es que estuvieran quietecitos y sin explorar su entorno, que «fueran buenos y no dieran la lata», como a veces decimos. Dejémosles que sean lo que son -niños repletos de vida-, aunque a veces nos resulte ‘menos cómodo’.

Además, interviniendo de manera continua e irrazonable, se acaba por hacer de la autoridad algo insufrible. Como aquella madre de la que se cuenta que le decía a la niñera: «Ve al cuarto de los niños a ver qué están haciendo y… ¡prohíbeselo!»

Firme, ponderada y serena

Por otro lado, la convicción del niño de que nunca hará desistir a los padres de las órdenes impartidas posee una extraordinaria eficacia, simplifica en gran medida nuestra actividad formadora, hace que no nos ‘quememos’ y ayuda enormemente a clamar las rabietas o que no lleguen a producirse.

Lo más opuesto a esto es repetir veinte veces la misma orden -lávate los dientes, dúchate, vete a dormir- sin exigir, con la misma suavidad que decisión, que se cumpla de inmediato.

Provoca un enorme desgaste psíquico, tal vez sobre todo a las madres, que suelen pasar la mayor parte del tiempo bregando con los críos, al tiempo que disminuye o elimina la propia autoridad.

Por tales motivos, antes de dar una orden o imponer un castigo, conviene pensar con calma si se está en condiciones y plenamente dispuesto a hacerlos cumplir, aunque eso suponga la molestia de levantarse, dejar lo que nos ocupaba o distraía, tomar al niño o a la niña de la mano y, con idéntica calma y paz de determinación, sin elevar el tono de voz y sin la menor brusquedad, ‘hacer que haga’ lo que debe hacer.

Tomás Melendo Granados. Autor de El encuentro de tres amores (Palabra, 2017).  Director del Máster en Ciencias para la Familia UMA – Edufamilia.com

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