¿Es malo que nuestros hijos ‘sufran’ porque no les salen bien las tareas escolares? ¿Debemos intervenir cuando están jugando y no consiguen que otros niños les hagan caso? ¿Se van a frustrar si están sentados en la mesa con ese otro niño que no nos gusta nada?
La respuesta es «no» en la práctica totalidad de las situaciones. Al contrario: es bueno que los niños aprendan que las cosas no siempre van a ser como ellos quieren. El miedo de los padres a la frustración de los hijos supone una merma considerable en su capacidad de resiliencia.
A los niños hay que prepararlos para la vida. Eso no significa que debamos entrenarlos cada mañana en una pista americana propia de los marines ni someterlos a pruebas extraordinarias de conocimiento. Significa, sencillamente, que tienen que aceptar que en la vida no siempre pasa lo que queremos. Y que eso no nos puede generar frustración.
Mantener a los niños entre algodones
Algunos padres interpretan de manera incorrecta su papel respecto a sus hijos y creen que son mejores padres cuanto más los alejan de cualquier forma de sufrimiento. La realidad es bien distinta. Mantener a sus hijos entre algodones en una urna de cristal -con la intención de evitarles lo que ellos consideran una ‘frustración’- solo propiciará que sean incapaces de manejar la verdadera frustración cuando se les presente. Y se les va a presentar.
Es fácil reconocer a los niños aquejados de este problema educativo. Son los que, en el parque, necesitan recurrir permanentemente a sus padres para resolver situaciones propias del juego infantil, los que reaccionan con un llanto incontrolado porque otro niño ha tocado su cubo, los que se niegan a comer fuera de casa porque el arroz no está servido como a ellos les gusta.
En las aulas también tienen un perfil marcado. Desarrollan pocas habilidades para resolver problemas sencillos porque se colapsan, acostumbrados a que sean sus padres los que les solucionan cada situación. Pueden llorar durante un buen rato porque no tienen lápiz y no se les ocurre preguntar a la profesora si les puede dar un lápiz. Sus padres tienden a protestar por numerosas decisiones pedagógicas: dónde está sentado, con quién está sentado, por qué hacen tanta caligrafía, por qué no hacen suficiente caligrafía. Pueden llegar a quejarse por la práctica de que los niños lean en alto en clase porque el suyo lee peor que los demás y eso le está frustrando.
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Consecuencias de vivir en una urna de cristal
El problema para estos niños es que les inducen a vivir en un entorno que no es el real, un entorno creado de manera ficticia para ellos. Los niños se acostumbran a que todo tiene que ser maravilloso, perfecto, tal como se lo dan en casa. Pero fuera de casa -y son muchas las horas que pasan sin sus padres-, no son capaces de enfrentarse a las situaciones propias de su edad.
La consecuencia de esta incapacidad se deja sentir en su autoestima. Como no se sienten capaces de resolver situaciones sencillas, su autoimagen se ve lesionada. Cuando esto ocurre, los niños tienden a actuar de dos maneras opuestas. La primera es que se vuelvan muy retraídos. Tienden a no comunicarse con nadie por miedo a que les lleven la contraria. Son niños solitarios porque no saben entrar en el juego de otros como ellos.
La segunda situación es la contraria: para hacer frente a la frustración que les genera el no sentirse capaces, reaccionan a través de la soberbia. Se vuelven niños ariscos con una falsa impresión de autosuficiencia que esconde realmente toda su debilidad. Actúan con prepotencia respecto a cualquier forma de autoridad y tienen dificultades para relacionarse con su grupo de iguales porque solo toleran ocupar la figura del líder.
Al final, el problema de esta sobreprotección, por miedo a la frustración de los hijos, es que no favorece en absoluto al desarrollo integral de los niños. Los padres debemos cuidar de ellos, pero eso también significa enseñarles que no todo en la vida será como ellos desean y hay que aprender a aceptarlo.
María Solano
Asesoramiento: Madalena Rodríguez. Psicopedagoga, profesora de Educación Infantil en el Colegio Alameda de Osuna
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