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Grandes en responsabilidad, pequeños en estatura

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Ser responsable es la capacidad de decidir apropiadamente y con eficacia. Y si esto lo llevamos al plano de la educación en familia, conviene que los niños comiencen a tomar decisiones y a afrontar problemas por sí mismos desde que son pequeños para entrenarse en el ejercicio de la responsabilidad.

Está claro que a un niño de cinco o seis años no se le puede pedir que sea completamente consecuente con sus actos, pero sí es cierto que a esta edad ya se le puede comenzar a exigir que asuma ciertas obligaciones. Si le educamos en la responsabilidad, estaremos sembrando de cara al futuro, pues esta es una virtud muy importante que los niños deben desarrollar cuando aún son pequeños.

Responsabilidad no es obediencia

Hay muchos padres que, llegados a este punto, suelen confundir obediencia con responsabilidad. Conducir a nuestros hijos hacia un camino de sumisión y aceptación total de nuestros mandatos no es educarle en la responsabilidad, ni mucho menos. Los niños, por pequeños que sean, deben tener derecho a réplica. Es decir, cuando nosotros le mandemos a la cama a las ocho de la tarde lo más probable es que él nos responda con un «pero, ¿por qué, mami?» o, simplemente, con un «no quiero». En estos casos suele ser mejor hacerle ver que un chico responsable tiene que aceptar ciertas reglas que obligarle «a gritos» que se acueste sin rechistar.

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Además, a los chicos que se les acostumbra desde pequeños a la imposición suelen terminar reaccionando a la larga de dos maneras muy diferenciadas: o se rebelan o, se convierten en unos niños incapaces de tomar ningún tipo de decisión por su cuenta. Precisamente por ello, es importante que asu nivel debe comenzar a asumir sus errores, a pagar por sus faltas y por supuesto a cumplir con sus obligaciones en la forma debida.

Consecuencias lógicas de la responsabilidad

Si educamos al niño ofreciéndole este margen de confianza no cabe duda de que irá adquiriendo el sentido del deber necesario. Este camino, duro en ocasiones y más a esta edad, le permitirá cosechar éxitos cada vez con mayor frecuencia a la vez que se beneficia de las consecuencias positivas de dichos triunfos.

Cuando nuestro hijo compruebe que confiamos en él y que no dudamos en hacerle pequeños encargos (dar de comer al pájaro, poner la mesa…) no podrá evitar sentirse orgulloso. Y más aún si estos los lleva a cabo correctamente y nosotros le felicitamos y achuchamos cariñosamente por su buen hacer.

Si, por el contrario, optamos por no estimular este campo, nuestro pequeño terminará convirtiéndose en un chico completamente irresponsable con las consecuencias que se suelen derivar de ello. El niño que actúa irresponsablemente suele sufrir constantes castigos y reprimendas reduciéndose significativamente su autoestima.

Cómo evitar que sea irresponsable

Educar a un niño en la responsabilidad exige un «toma y daca» constante. Es una labor que se debe realizar poco a poco y cuyos primeros éxitos se alcanzan a base de experiencia, de repetir ciertos actos a diario y gradualmente.

En cualquier caso, es difícil que un niño mejore su comportamiento si no consigue ninguna recompensa ni alabanza por su conducta. Por eso es importante felicitarle en sus pequeños logros, animarle en sus fracasos y enseñarle, con optimismo, a asumir las consecuencias de sus propios actos.

De lo que no cabe ninguna duda es que nuestro pequeño seguirá siendo irresponsable si la respuesta que obtiene de nosotros es la crítica excesiva, la exposición al ridículo o, simplemente, la vergüenza.

Fomentar la responsabilidad

Para alcanzar todos estos objetivos tendremos que procurar que el niño viva en un ambiente tolerante y paciente. Al tiempo, los adultos debemos ser claros y coherentes al expresar lo que esperamos de él. El «Raulito, hijo, cuando termines de jugar debes recoger tus juguetes», por ejemplo, debe ser una constante en la vida de nuestro hijo. Esto quiere decir que nuestra actitud debe ser siempre la misma, aún cuando estemos de excelente humor o hayamos tenido un buen día en el trabajo y no nos importe recogerlos nosotros mismos.

También es fundamental saber aceptar que los niños cometen errores y que, por lo tanto, necesitan que se les explique el porqué de dichos errores, así como las eventuales alternativas disponibles. Sólo cuando los padres actúan de esta forma contribuyen de la manera adecuada al desarrollo de su madurez futura.

Para potenciar esta virtud tendremos que ofrecerle, además, las máximas oportunidades para tomar decisiones. Y todo ello, lo antes posible, de acuerdo con la edad y atendiendo a las características individuales de nuestro pequeño.

Si nuestro hijo hace tiempo que aprendió a asearse solito, debemos instarle a que lo haga cada mañana. Por mucho que eso suponga tener que madrugar un poquito más cada día.

Marisol Nuevo Espín

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