En general, los niños (y muchos adultos) ayudamos a los demás o damos cosas propias «esperando algo a cambio». Sin embargo, la generosidad desinteresada es una de las virtudes humanas que más perfecciona a la persona y más le acerca a la felicidad. Se encuentra directamente conectada con el amor y la justicia.
Había un rey que deseaba edificar un gran palacio y encargó a uno de sus hijos que lo construyera. Le entregó el dinero necesario y el hijo, que era un listillo, pensó: «Construiré el palacio con malos materiales y me quedaré con el dinero que ahorre». Así lo hizo y cuando lo terminó, se presentó a su padre y le dijo: «El palacio ya está terminado. Puedes disponer de él». El rey tomó las llaves y se las devolvió a su hijo con estas palabras: «Te entrego el palacio que construiste. Esta es tu herencia».
Esta historia nos puede ser muy útil para explicar a nuestros hijos el valor de la generosidad. Cuando uno actúa habitualmente con esa mentalidad de buscar el provecho propio por encima de casi todo, suele sucederle como a este príncipe, que recibe el pago de su falta de generosidad y se encuentra con que, con su egoísmo, se ha hecho mucho daño a sí mismo. Cada uno cosecha lo que siembra.
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Generosidad, un valor que proporciona felicidad
Tendencia a ayudar a los demás y a dar las cosas propias sin esperar nada a cambio. Nobleza o grandeza de carácter. Acto desinteresado de la voluntad por el cual una persona se esfuerza en dar algo de sí misma, con el fin de cubrir una necesidad de otra persona buscando su bien.
El período sensitivo de la generosidad se vive entre los siete y los once años. Con la conciencia más desarrollada, experimentan el impulso de prestar servicios y ayudar, una mayor apertura a los padres, una tendencia a obedecer, así como un sentido natural de la justicia y el comienzo de la sociabilidad.
Por lo tanto, debemos aprovechar esta etapa para educar a nuestros hijos en la generosidad, relacionando cuatro palabras: DAR-AMOR-ALEGRÍA-BUENO. No es la cantidad que se da lo que mide el valor de la generosidad, sino el esfuerzo realizado por la persona y sus intenciones intrínsecas. A partir de esta edad, ya pueden convertir la costumbre de dar cosas, que han ido adquiriendo desde niños, en auténtica virtud.
¿Qué gano yo? Esta es una pregunta que nuestros hijos se harán y nos harán en muchas ocasiones. ¿Por qué tengo que prestar mi lápiz a un compañero si es mío, además él nunca me deja nada? ¿Por qué tengo que compartir el balón con mi hermano, me lo estropea? ¿Qué gano yo? A partir de ahora, necesitan que les demos motivos para esforzarse en ser generosos, en vez de buscar contraprestaciones u otros intereses. La explicación general es hacerles ver que los demás necesitan de mí como nosotros necesitamos de ellos, y esta relación nos hace más felices.
La pirámide de la generosidad: un valor en tres niveles
Reflexionemos, a partir de la siguiente pirámide, los motivos que nos conducen a ser generosos y lo que ganamos con ello.
Primer nivel: doy de lo que me sobra
Dar de lo que me sobra o dar algo que no nos cuesta, no es verdadera generosidad. Es una visión materialista de la vida. Sin embargo, debemos ver el hecho positivo en esta acción de nuestro hijo más que el lado negativo, porque comienza a avanzar por la pirámide de la generosidad.
Tu hija de 8 años le regala una muñeca a su amiga (en buen estado, claro) porque ya tiene 3. Le ha regalado una que le sobra. ¿Qué gana con ello? Dar una alegría a su amiga. Sin embargo, si tu hija de 8 años solo tiene esa muñeca y se la regala a una amiga que se ha puesto enfermita, su amiga pensará: «Qué buena eres, me la regalas cuando solo tienes esa, cuánto me quieres». Habrá ganado ver a su amiga muy feliz, y tu hija sentirá a su vez una enorme satisfacción.
Segundo nivel: doy esperando una recompensa
Tampoco es auténtica generosidad, aunque tanto los niños como los adultos, esperan reciprocidad de la gente a la que quieren. Sin embargo, esta clase de recompensa «reciprocidad», es diferente a obligar o exigir al otro contraprestación: «Te doy este coche si tu me das la moto». En esta acción, tu hijo está dando de forma interesada, está buscando primero su propio bien y por lo tanto, no está desarrollando la virtud de la generosidad. «Pongo la mesa si tu me pagas por ello», tu hijo no está ayudando de verdad en casa, sino que exige una recompensa económica.
Por otra parte, aunque este nivel se encuadra también dentro de una visión materialista de la vida, puede ayudar al niño a crecer en generosidad, siempre y cuando le hagamos razonar de la siguiente manera: «¿Cómo quieres que te vean los demás, como un niño que no comparte y egoísta o como un niño generoso?». La verdadera generosidad no consiste en buscar la alabanza de los demás, sino en «ser» realmente una persona generosa por el hecho de buscar el bien del otro, como veremos más adelante.
Aún así, conviene fomentar en nuestros hijos que presten cosas a sus hermanos o compañeros, o que dediquen parte de su tiempo a los otros, aunque busquen una recompensa. Se trata de proporcionarles muchas oportunidades para que se esfuercen en dar y compartir aunque los motivos sean en principio, insuficientes. Tampoco podemos exigir a nuestros hijos de estas edades que se esfuercen más de lo que realmente les es posible. Están aprendiendo. Les estamos educando a ser generosos.Por lo tanto, si nuestro hijo siempre da exigiendo a sus padres, hermanos o compañeros la obligación de devolver, o da de manera interesada buscando solo su propio bien, terminará siendo un egoísta. Tiene que buscar lo que necesitan los demás y no solo sus intereses personales.
Tercer nivel: doy algo de mi mismo con esfuerzo
Este modo de actuar conlleva satisfacción y alegría al realizar algo bien hecho y a esta edad, ya se comprende este lenguaje. Cuando uno da y se da, encuentra más felicidad que cuando tiene y retiene. Para seguir en este camino de la formación en la generosidad, los padres podemos enseñar a nuestros hijos el valor de las cosas, de lo que poseen, ya sea dinero, objetos concretos o su tiempo. Todo se consigue con trabajo y sacrificio. Así irán poco a poco descubriendo las necesidades de los demás y el valor de dar algo de lo suyo con esfuerzo.
Y no solo hay que educar a nuestros hijos en dar o compartir cosas materiales, sino también el propio tiempo y en darse a sí mismo. A veces, tendrán que dejar un trabajo o el mismo estudio, para atender algo que le pide su padre, su madre, su hermano o un amigo. Se es generosos cuando se escucha con paciencia a un hermano, cuando se agradece las cosas a un amigo, cuando se cuida de un hermano menor, y por su puesto, cuando se perdona.Interesa explicarles que la generosidad y el servicio a los demás es un deber a las personas y que se gana la satisfacción de realizar algo bueno por lo demás.
En un principio, buscarán agradar a la persona que aprecian, que les resulta simpática y se actuará en favor del que nos cae bien, no del que lo necesita. Poco a poco y con esfuerzo, serán generosos también con aquellos que no les caen tan bien. Si los padres alabamos los pequeños esfuerzos que hacen sus hijos, les estaremos motivando a seguir con estos actos generosos.
Patricia Palacios
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