Representada como el famoso Pepito Grillo en Pinocho, la conciencia es la herramienta que va a guiar a nuestros hijos en aquellos momentos de libertad en el que se les retará a descubrir la verdad de las cosas.
¿Qué responder a los niños y adolescentes cuando preguntan sobre la conciencia? ¿Si siempre hay que actuar en conciencia, significa que esta es infalible? En primer lugar, se puede decir que la Real Academia Española define que la conciencia es, entre otras acepciones, «la facultad que permite al ser humano formular juicios espontáneos e inmediatos sobre los actos propios y ajenos»; o el «conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios».
Diferencia entre consciencia y conciencia
En la conversación con los hijos, sobre todo a partir de la adolescencia, lo primero que tienen que aprender es que la consciencia no es la conciencia. La palabra «consciencia» se refiere a la capacidad de cognitiva sensible de las cosas que existen en el universo, y también a las nociones «fenoménicas» derivadas de la influencia psicológica personal o cultural (consciousness, en su traducción al inglés). La voz «conciencia» (awareness, en inglés) significa la potencia o hábito natural para conocer lo verdadero o falso, la bondad o la maldad. En suma, se puede decir de forma descriptiva que la «consciencia» es función mientras que la «conciencia» es entidad, dada la intencionalidad del quehacer humano.
El principio de actuar en conciencia, no significa, como afirman algunos, por ejemplo, J.G. Fichte, que la conciencia no se equivoca ni puede equivocarse nunca por ser «juez de toda convicción» que «no acepta ningún otro juez superior». Esta actitud de prepotencia, propia del «superhombre», este endiosamiento humano, ignora que la acción humana no se refiere a ningún dinamismo subjetivo, parcial; sino a la actividad de toda la persona en cuanto tal, y al conocimiento verdadero de las cosas al desplegarse en su dinamismo unitario.
Sin duda, el hecho de que el cerebro consiga crear patrones neuronales que acotan las cosas de la experiencia como imágenes es una parte importante del proceso de ser conscientes (Damasio, A. 2010). Sin consciencia, los animales, incluido el ser humano, no tendríamos acceso a la mente, dotada de subjetividad, es decir, no tendríamos forma de acceder al conocimiento sensible, ni al hecho fenoménico.
El despertar de la conciencia
La consciencia abre en la evolución una «ventana» a estar despierto ante el mundo, no solo para percibir y sentir, sino además para estar vigilantes ante las amenazas de los depredadores, mediante la acción de defensa o ataque. Y en los humanos se facilita el pensamiento subjetivo, psicológico. Sin embargo, insistimos, la consciencia no es la conciencia humana.
Se hace necesario recordar también, antes de continuar nuestra reflexión crítica de elogio de la conciencia, que la primacía del método sobre el objeto de estudio, lleva a una hipertrofia del conocimiento, al prescindir de la finalidad a la que se ordena la investigación, el comportamiento intencional.
Esta actitud en el investigador, como dice Sanz Santacruz (1991), significaría el desarrollo de un cierto mecanicismo, con su rechazo de las causas finales, tan frecuente a lo largo de la época moderna. La única causalidad real, eficaz, sería ahora, por prejuicios epistémicos, la causalidad eficiente, la que tiene que ver con el movimiento, la generación y la reproducción, siendo relegada la causa final al ámbito de la creencia que, en suma, no sería más que el ámbito de la ignorancia.
El elogio de la conciencia
El elogio de la conciencia, habrá que decir finalmente, es merecido porque hace posible a los humanos el comportamiento digno, no solo en su escenario inmediato propio de su existencia sensible, sino que permite ampliar el horizonte del conocimiento hasta llegar a saber de los principios del conocimiento y los principios morales. Claro que, además de saberlos, ha de ejercitarse en ellos, como el atleta en su disciplina propia.
La conciencia tiene que hacerlos operativos en la ‘cancha’ del comportamiento diario con la ayuda de la fuerza que aportan el ejercicio de las virtudes humanas, y no solo con sus valores subjetivos propios del «yo», que se estimen subjetivamente convenientes.
Es patente que los hijos -y en general todos- se encuentran cada día ante el reto de usar su libertad o no, y hacerlo inteligentemente, en relación con la verdad de las cosas. Los padres, los principales e inmediatos educadores, han de hablar en su afectiva relación de lo verdadero de las cosas del universo.
Emilio López Barajas Zayas. Catedrático Emérito de Universidad.
Te puede interesar:
– Cómo transmitir la conciencia medioambiental a los hijos