El arte de educar a los hijos es una tarea difícil, pero al mismo tiempo hermosa y llena de compensaciones. Todos los padres tratamos de hacerlo lo mejor posible, pero solo para ser mejores padres, los buenos padres necesitamos estar bien informados y poner mucho empeño por nuestra parte.
Ahora sabemos que de nuestra manera de ser y de actuar en la educación de los hijos se desprenden muchas consecuencias que afectan directamente a los niños en su comportamiento y conducta, en su autoestima, en sus relaciones con los demás, en su capacidad de esfuerzo y superación. ¿Qué tipo de padre eres?
¿Con qué estilo te identificas a la hora de educar?
Padre Punitivo. Semáforo rojo
Son padres para los que todo es «no». Pierden el control frecuentemente, son agresivos, castigan en exceso, desvalorizan al niño porque creen que no puede elegir ni pensar ni comportarse bien y nunca ven lo positivo de lo que su hijo hace. Esto da como resultado niños muy resentidos, emocionalmente afectados. Cuando son pequeños, los hijos son obedientes y sumisos, reprimen sus impulsos y pensamientos, pero son agresivos con los padres.
En las relaciones sociales son muy ansiosos, muy tímidos, tienen muchos sentimientos de desesperanza, es decir, «no tiene solución, soy el malo de la película, qué voy a hacer, soy así», siempre piensan que ellos son los culpables porque en realidad, los culpan todo el tiempo de todo. Si a una persona la crían diciéndole continuamente «esto no lo hagas», cuando sea adolescente y salga al mundo funciona diferente y la disciplina tradicional le inspirará rebeldía.
Padre Inconsistente. Semáforo amarillo
El semáforo en amarillo trae tantos problemas como el semáforo en rojo, porque el semáforo en amarillo significa que no sé si es «sí» o no sé si es «no». Por ejemplo, Juan está jugando a la pelota en el salón. «Juan, no juegues a la pelota ahí que puedes romper algo». Juan sigue jugando a la pelota en el salón. «Juan, ¿no te dije que no se juega en el salón?». Juan sigue. «Juan, ¡por favor!, no juegues en el salón». Juan sigue. Y finalmente, Juan rompe el florero. Entonces la madre decide quitar los objetos de valor del salón y al día siguiente Juan jugará a sus anchas.
Son padres que se dejan guiar por su estado emocional. Los padres inconsistentes son padres con sentimientos ambivalentes, adoran a sus hijos, pero por momentos los quieren matar, no los soportan más y están deseando el fin de semana en casa de la abuela. Refuerzan y castigan la misma conducta dependiendo de su estado de ánimo.
En este ejemplo, la madre de Juan no tiene claro si está bien o mal jugar al fútbol en el salón de la casa y si lo tiene claro, no tiene claro cómo hacérselo entender a Juan. Y, como consecuencia, encontramos niños que no aprenden conductas adaptadas, que no saben cómo solucionar problemas, por lo tanto, o no le da importancia a un problema serio o se ahoga en un vaso de agua y un problemita le parece un problemón; es inhibido y ambivalente, son inseguros, son temerosos, no tienen habilidades sociales porque no saben a qué atenerse.
Padre Indulgente. Semáforo verde.
El semáforo en verde: «Haz lo que quieras, estoy cansado, si no quieres comer, no comas, si no te quieres bañar, no te bañes, no te laves los dientes, y cuando se te caigan los dientes es tu problema, no el mío». Cuando se produce un comportamiento inadecuado que exige un límite, no viene el límite, viene la amenaza.
Si uno amenaza verbalmente que va a hacer cosas que no cumple, en realidad el niño aprende el mensaje: «Yo hablo pero no actúo». Finalmente, lo que tenemos es un niño absolutamente tirano del hogar; decide qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Entonces, los padres son sus esclavos. Son desconsiderados y egoístas, y son demandantes, no cooperan, son antisociales.
Esto aparece frecuentemente unido al mismo discurso: «Lo que pasa es que yo puedo darle lo que quiere y yo no tuve todo esto, y ahora que puedo y me está yendo bien, quiero gastarlo en mi hijo, y si a él le gusta otro juego, a mí no me cuesta nada y se lo compro». Sin embargo, es bueno que el niño aprenda a esperar la gratificación porque la vida es eso; tiene que aprender a esperar. Cada vez que nosotros, por omisión, no ponemos un límite damos un paso para atrás.
Ignacio Iturbe
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