Hemos perdido de vista en muchas ocasiones que el objetivo de la educación de nuestros hijos debe ser ayudarles a ser personas felices. Pero con la verdadera felicidad, la que no depende de las cosas o acontecimientos externos, sino la que está dentro de nosotros y nos ayuda a interpretar esa realidad en clave de optimismo e ilusión.
Lo cierto es que hay causas para la tristeza o el pesimismo que pueden estar en el propio niño. Habrá que ver cuáles de ellas podemos solucionar y cómo.
Hay otras que deben llevarnos a una profunda reflexión sobre el estilo educativo que estamos imprimiendo en nuestra familia. Lo más habitual es que los padres seamos permisivos. Con palabras del profesor Aquilino Polaino: «El estilo permisivo en educación ya ha dado de si todo lo que tenía dentro y sus frutos han sido amargos. Hay que «regresar» a un estilo que no confunda permisividad, dejar hacer y comodidad, con el amor ni con la libertad.
La felicidad infantil exige la seguridad del niño, y esta seguridad supone un estilo propio en educación, un estilo que pasa por el empleo equilibrado y adecuado según la edad y personalidad del niño, de la disciplina y la libertad y por la expresión sin medida del amor, de un amor humano que sea, mitad necesaria rigidez y mitad ternura infantil».
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Otra causa que apuntábamos es el ritmo de vida que imponemos (o que nos viene impuesto) a nuestros hijos desde muy pequeños. Tenemos poco tiempo para estar con ellos y el poco del que disponemos no sabemos disfrutarlo en su compañía. Recordemos que a estas edades lo vivido con los padres son experiencias muy significativas para los niños, que marcan profundamente su talante en el futuro: pesimista/optimista, alegre/triste, introvertido/sociable,…
La felicidad de los niños: tiempo de calidad
Recientes estudios han revelado que el 40% de la felicidad infantil depende de los padres. Por tanto, se trata de sacar el máximo partido al tiempo que tenemos para estar con nuestros hijos. No es tanto cantidad como calidad.
Lo importante es que lo pasemos bien con nuestros hijos, que la relación sea gratificante para todos. Pasarlo bien con ellos y hacérselo pasar bien a ellos. ¿Cómo conseguir esto?
1. Es fundamental que estemos con nuestros hijos relajados, sin prisas, sin pensar en lo que acabamos de hacer ni las mil cosas que nos quedan por hacer.
2. Debemos idear actividades para casa, el tiempo de ocio, el fin de semana, que sean placenteras para toda la familia. Esto no significa que tengamos que estar todo el día jugando. De lo que se trata es de aprender a realizar cada actividad de la vida cotidiana en un clima relajado y amable. Gratificante no significa falta de exigencia. Más bien, la exigencia debe darse en un clima de calidez, en una buena relación afectiva. Recordemos que la verdadera felicidad del niño pasa por un estilo educativo que se compone a medias de ternura y disciplina.
3. Conocimiento profundo de nuestros hijos. Saber cuales son sus gustos, sus ilusiones, sus capacidades, sus problemas. Para esto es imprescindible escuchar y comprender a nuestros hijos. Saber intuir lo que necesitan o les preocupa. Así evitaremos formarnos una imagen irreal de ellos, hecha a nuestra medida, resultado muchas veces de nuestras frustraciones o fracasos.
Así pues, si observamos que nuestro hijo tiene pocos amigos, ninguna ilusión, está triste, se frustra fácilmente, pasa mucho tiempo solo,… una vez descartados los problemas físicos, es el momento de pensar que los valores (optimismo, alegría, tenacidad,…) no se explican sino que se transmiten con nuestra vida.
Elena López
Más información en el libro: Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas, de Stephen Covey.
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