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Educar… cuando se está solo

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Si educar a los hijos es acompañarles a lo largo de su vida, la falta del padre o de la madre ha de suponer, necesariamente, un gran bache en ese camino. No todas las familias están completas; a veces, una muerte imprevista puede echar por tierra muchos proyectos.

Y si ha sido consecuencia de una enfermedad inesperada y dolorosa, fruto de la pandemia de coronavirus que estamos viviendo, ha de influir especialmente en los hijos. Son momentos que exigen una mezcla de fortaleza y decisión para mirar hacia el futuro y no anclarse en el pasado.

Educar es cosa de dos, del padre y de la madre. Su mirada sobre los hijos, con sus características propias, ha de ser la misma. Como demuestran diversos estudios, la influencia de la madre sobre los hijos varía desde el nacimiento a la juventud: durante los primeros años resulta fundamental, pero va decreciendo hasta el bache de la adolescencia y se recupera en la juventud.

El caso de la influencia paterna resulta complementaria: muy pequeña al principio, crece hasta convertirse en el referente fundamental en los años difíciles y rebeldes de los hijos, para igualarse a la de la madre en la juventud. Por lo tanto, la falta de uno de los cónyuges ha de suponer un importante vacío en esta labor al unísono.

Familias incompletas

Un buen día, de improviso o como algo anunciado, la familia puede quedar incompleta. Uno de los padres queda desgajado: el núcleo, como en las reacciones nucleares, se rompe en pedazos y nadie queda incólume. En este artículo vamos a centrarnos en el tipo de educación que necesitan los chicos a quienes les falta alguno de sus padres a causa de una muerte, repentina o no.

Es importante tener en cuenta el origen de la ausencia, pues marcará el modo de educar a los hijos. Es distinto que fallezca uno de los padres a que se dé una separación o divorcio. Separarse o divorciarse es una opción personal, que se toma con todas las consecuencias, mientras que quedarse viudo es un modo de vida no elegido. Y, aunque parezca una paradoja, para los hijos es mucho más duro sufrir una separación que la ausencia definitiva de su padre o su madre. Como esa ausencia no ha sido deseada previamente, el niño no alberga ninguna duda de la sinceridad, de la autenticidad de ese nexo. Hay dolor, ¡pero no duda!

En medio del dolorEn la edad que nos ocupa, los hijos entienden muy bien el significado de la muerte, y es un hecho que no debe ocultarse ni maquillarse ni dar falsas expectativas que luego no se cumplen («se ha ido de viaje»). No se puede privar al hijo de esta experiencia que seguramente puede ayudarle a alcanzar un mayor grado de madurez.

Pero el dolor siempre va a estar presente, como afirma Mercedes García: «Quedarte viuda es una situación que ni la esperas, ni la quieres, ni la deseas. No la escoges. Nunca esperas que vaya a tocarte a ti. Pero cuanto antes lo aceptes, mejor. Es una auténtica tragedia y en lo primero que piensas es en gritar y revolcarte. Los primeros días no puedes ni salir a la calle porque el ver simplemente a una familia paseando y riendo te da ganas de llorar. ¡Es que no crees que se pueda volver a reír en el mundo después de lo que te ha pasado a ti!».

¿Anclarse en el pasado?

Es normal que la figura de la persona que se fue tenga su presencia en la familia, pero no hay que anclarse en el pasado. Erróneo sería idolatrar al que falta llenando la casa de fotos y mencionándole para todo porque, al contrario de lo que parece, estaríamos educando en base a algo que no puede ya incidir objetivamente en las vidas: «si tu padre estuviera aquí…». Esto es un chantaje inconsciente. Realmente le estaríamos usando para nuestros intereses.

Algo muy diferente es recordar el día de su muerte, visitar la tumba, acordarse de que tal día era su cumpleaños… pues es un hecho objetivo que se introdujo en la vida de la familia para cambiarla. Y como media el afecto… ¡qué menos! Esto no obedece a ninguna estrategia, sale solo.

Educar, ¿solo?

La pregunta surge por sí sola: Realmente, ¿es posible educar estando solo? «A veces me quedo mirando a mi hija y no la entiendo, no sé que hacer, hacia dónde tirar», decía un padre que había enviudado. ¿Cómo es posible continuar siendo padre (o madre) en una situación tan dolorosa?

Con la marcha de uno de los cónyuges queda una incertidumbre. Antes, la responsabilidad de las decisiones era compartida; ahora, hay que tomarlas en solitario, sin poder celebrar su éxito y sin poder compartir la amargura de los fracasos. Por ello, hay que hablar más, preguntar más, leer más. La educación de los hijos es un motivo muy importante al que agarrarse para luchar y no caer en la nostalgia.

Más relaciones

Cuando el mundo de un chico o chica en una familia de este tipo cambia o desaparece, lo primero que se ve afectado es la propia conciencia de seguridad. Del mismo modo, también se ve influida la facilidad para aprender, que tiene mucho que ver con la estabilidad de ánimo. El desarrollo de los hijos necesita un contorno básico que le dé puntos de apoyo y una seguridad afectiva que le haga abrirse positivamente al mundo. Si la muerte de su padre o su madre se toma como una tragedia, como un túnel sin salida, acabará repercutiendo en sus estudios, sus amigos, su carácter…

En algunas ocasiones, sobre todo al principio, puede existir la tentación de recluirse, esconderse y no relacionarse. Las primeras Navidades sin el otro… son muy dolorosas, por ejemplo. Sin embargo, por el bien de los hijos hay que sobreponerse y favorecer que crezcan en un ambiente rico en relaciones: los abuelos, los primos, el tío o los amigos. La relación con la familia resulta, por tanto fundamental, pues es el entorno que sigue proporcionando puntos seguros. En especial, hay que seguir estrechando lazos con la familia del que se fue.

Y lo mismo ocurre en los asuntos escolares. Si se convoca una reunión de padres, es bueno que los hijos vean que sigue importando a su padre o madre y que guarda su dolor para acudir… sin el otro. No hay que obsesionarse por buscar un «sustituto». Lo que hay que buscar es la naturalidad: seguir jugando con sus amigos, participar en las mismas actividades que antes o que las de sus compañeros, etc.

Padre y madre

El que se quede tendrá que saber compaginar la fortaleza y autoridad del padre, con la ternura y mano izquierda de la madre. Todo un reto que quizá sólo se aprenda a lo largo de los años. Según algunos expertos, en ciertos casos podría ocurrir la tendencia, especialmente de la madre, a arropar excesivamente a los hijos, sobreprotegiéndoles y haciendo de ellos, si esta actitud se mantiene en el tiempo, personas sin voluntad y sin capacidad de reacción.

A no ser que el hijo mayor sea bastante maduro y responsable y tenga una edad adecuada (alrededor de los veinte años), hay que intentar evitar que caigan abusivamente sobre él las responsabilidades del padre que falta. Una cosa es apoyarse en los hijos y apelar a su responsabilidad; otra, hacer que salten -y pierdan- la etapa de la infancia. Es especialmente importante si el mayor es una chica.

En definitiva, es necesario abrirse a la esperanza. A pesar de lo doloroso de la situación, es posible salir adelante. Realismo (que no es tener informado al niño al cien por cien) y relaciones (que la ayudarán a madurar) pueden son dos buenos pilares para la educación de los hijos ante la carencia de uno de sus padres. Además, estos es lo que verdaderamente entiende un niño de esta edad.

Marina Berrio
Asesoramiento: Mercedes Tajada. Psicóloga infantil

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