La educación no son unas normas o unas indicaciones o unas recetas que aplicamos automáticamente. Es una relación, un encuentro personal, un acompañamiento único e irrepetible y, por tanto, una transmisión del sentido de la vida de persona a persona. Se estrena con cada hijo porque cada uno tiene unas características especiales, un caminar, una historia que recorrerá a través de circunstancias distintas.
Los padres no somos los mismos con el primero que con el segundo que con el tercero. También nosotros somos históricos, vamos cambiando, vamos madurando y aprendiendo.
Cuando nuestros hijos son más pequeños los dos grandes pilares son el amor y las normas. Llegada esta edad, las normas se van relajando y la fuerza que los padres tienen es la de la autoridad moral bien entendida.
Es una comunicación distinta, en la que ellos deben aprender a ser responsables, a aprender a mover esa libertad que no es escoger entre varias posibilidades sino escoger el bien, y por tanto el diálogo ya se basa en ver dónde está el bien y qué es lo que a ti te va a ayudar a edificarte, es enseñarles a través de los errores que van a ir cometiendo porque son impetuosos, idealistas en el mejor de los sentidos, no entienden los riesgos que suponen ciertas opciones de vida. La labor es esa: dialogar para construir criterios y sobre todo replantearse a través de los errores los aprendizajes que tienen que ir haciendo.
Educar sin sobreestimular
Hay que cuidar no sobreestimular a los chicos. A veces lo que les pasa es que lo tienen todo demasiado pronto, demasiado fácil. Es la educación en la austeridad, que aprendan a dar valor a las cosas, desde las cosas más sencillas materiales hasta los logros más profundos.
Nosotros no podemos tener más interés que ellos en su vida, aunque lo tengamos, pero no se nos debe notar. Nosotros facilitamos pero no sustituimos. A veces se va excesivamente por delante, se les gratifica demasiado, y entonces la capacidad de asombro y de valoración y de entender que hay un camino que hacer en el que son protagonistas se pierde y se transforman en espectadores.
Diálogo familiar para abrirles los ojos
A través del diálogo familiar podemos abrirles los ojos a nuestros hijos. No se trata de censurar lo que nos rodea, sino de dialogar sobre lo que está pasando, qué está en las noticias de actualidad. A ellos les encanta opinar, son edades donde quieren arreglar el mundo, son impetuosos, críticos en general.
Debemos aprovechar todo lo que nos rodea para intentar juzgar y diferenciar el bien del mal y hacer propuestas positivas. No ser políticamente correcto es complicado, y un joven que es auténtico, que va contracorriente, lo tiene complicado. Facilitárselo, valorarles cuando son capaces de hacer este camino, escucharles cuando se atreven en casa a ser críticos y sostenerles es fundamental.
Nieves González Rico. Directora de la Fundación Desarrollo y Persona
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