Cuando nuestros hijos practican un deporte o cualquier disciplina deportiva que exija un esfuerzo físico, no sólo están fortaleciendo su cuerpo, con los innegables beneficios que eso supone para su salud, sino que aprenden a controlar su mente. Y ese valor del esfuerzo es muy importante porque repercutirá directamente en su capacidad para ser felices.
Viernes, ocho de la noche, hace un rato que se vislumbró el «bajo cero» en el termómetro. No queda prácticamente nadie en lo que antes fue un bullicioso patio de colegio. Un puñado de niñas en ese punto inestable que las conduce a la adolescencia corren detrás del balón camino de la canasta. El entrenador, un chaval en sus años de universidad capaz de cambiar una noche de copas por una dura sesión de baloncesto a la intemperie, vocifera: «¡Una vez más!» Y las chicas vuelven a la carga. Una vez y otra y otra. Llegan las primeras quejas: hace tanto frío* Pero él no cede. Y otra vez y otra y otra… Hasta que, exhaustas, casi al término del entrenamiento, lo consiguen: la jugada sale perfecta. A partir de ahí todo es coser y cantar. La repiten sin problemas. Saben que mañana, al punto del alba, en el último partido de la temporada, van a ganar. Y se retiran del campo tan agotadas y ateridas como satisfechas.
La escena podría darse en cualquier campo de entrenamiento, en cualquier lugar del mundo, con cualquier deporte. Representa el ‘plus’ educativo que se consigue con la práctica continuada de toda actividad: esfuerzo, sacrificio, compromiso, autocontrol, resistencia, resiliencia, obediencia… Virtudes que resultarán de enorme utilidad a nuestros hijos en una vida que les deparará no pocos sinsabores.
La práctica de cualquier disciplina deportiva les va a ayudar a adquirir estas capacidades con mucho más éxito que lo que nosotros logremos en casa. ¿Por qué? Porque si hemos trabajado bien en la educación de nuestros hijos en su infancia, lo más probable es que acepten sin problemas la autoridad del entrenador. Eso significa aceptar un alto grado de compromiso sin réplica.
Niños y adolescentes que pueden acostumbrar a cuestionar las decisiones de sus padres, como por ejemplo por qué hay pescado para cenar otra vez, en muy pocas ocasiones se atreven a replicar a las decisiones del entrenador. De hecho, las quejas proceden en más ocasiones de los padres que de los hijos.
El entrenador exige a nuestros hijos al límite de sus posibilidades físicas. Los padres no solemos hacerlo. Animamos a los hijos a dar el máximo de su capacidad mental, pero rara vez nos entretendremos en tenerle en la calle pasando frío, de modo que es más probable que sea en su actividad deportiva donde descubra esa capacidad de esfuerzo para superar sus propios límites.
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El respeto a las normas en la disciplina deportiva
Una parte básica del proceso de socialización de nuestros hijos consiste en que se habitúen a respetar las normas, incluso aquellas con las que no están de acuerdo, y a someterse al control y la posible sanción de quien ostente la autoridad.
Cuando nuestros hijos practican algún deporte, sea individual o de equipo, están sometidos al escrutinio de árbitros y jueces. Las normas son claras y mucho más rígidas que las que tienen en otros ámbitos de su vida. No hay negociación posible. Tienen que aceptar las decisiones arbitrales, incluso en aquellas circunstancias en las que se ha producido un error que deviene en injusticia.
Este aprendizaje sobre el terreno de juego se trasladará después a su vida como adultos. Para que se conviertan en ciudadanos ejemplares y honestos, tienen que comprender cuál es el sentido de las normas, por qué su cumplimiento es clave para garantizar la correcta organización de los grupos y qué impacto tiene el respeto a la autoridad.
El cumplimento de las normas y el pensamiento crítico
Una de las preocupaciones de los padres cuando sus hijos viven experiencias de dura disciplina deportiva es mantener el equilibrio entre el cumplimiento de las normas y un sano pensamiento crítico. En el siglo de la ‘asertividad‘, nos puede resultar complicado transmitir a nuestros hijos el mensaje adecuado cuando se enfrentan, por ejemplo, a una decisión arbitral injusta.
El reto radica en mostrarles que, si bien pueden y deben valorar la decisión arbitral, es más relevante que la acepten y no socaven la autoridad aunque sea discutible. La obediencia es un valor en desuso que les será de gran ayuda.
Al mismo tiempo, tenemos que conseguir que establezcan sus líneas rojas claras, es decir, aquellos comportamientos que no se pueden tolerar sea cual sea su origen. Así, si un entrenador está abusando de manera clara de algún miembro del equipo o si provoca que el resto de los jugadores se burlen de él, nuestro hijo necesitará la asertividad suficiente para enfrentarse a esa medida y defender el bien.
Silvia García Paniagua
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