¿Nuestra personalidad se ve afectada por lo que leemos? ¿Las conversaciones con los personajes de las historias nos ayudan a relacionarnos con nuestro entorno? Las lecturas que hemos devorado desde nuestra infancia se asumen en nuestro carácter e, inevitablemente conforman una predilección en cuanto a géneros literarios.
La lectura es un soporte de nuestra forma de ser. Los personajes con los que nos encariñamos, a los que les cogemos manía; las imágenes que nos describen párrafos enteros sin diálogos; el estilo literario del primer autor que admiramos. Todo ello influye, letra a letra, en la confirmación de nuestra personalidad y nos permite formar nuestros propios criterios.
Pero… ¿leemos?
En España, cada vez se lee más. Al menos así lo acredita el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros, elaborado por la Federación de Gremios de Editores (FGEE) en el que aseguran que el porcentaje de lectores mayores de 14 años se sitúa ya en 65,8%, aumentando 2,8 puntos al año desde 2012.
«Es cierto que ha crecido el número de lectores, pero ha sido un aumento poco significativo y el tipo de lectura, tranquila, atenta, reflexiva que necesita un libro no ha mejorado», afirma Javier Fernández, presidente de la FGEE. Y, es que, aunque se ha incrementado la lectura, esta no necesita ser exclusivamente de libros.
El desarrollo de Internet y la creación de nuevas plataformas han propiciado que el hábito lector se traslade al sector online. Así, los hombres acceden a webs, blogs y foros online, mientras que las mujeres se decantan más por las redes sociales y las versiones digitales de sus revistas favoritas. En el terreno convencional del libro, éstas últimas también son las más activas. Casi el 65% de las mujeres leen alguno al año, mientras que en el caso masculino el porcentaje queda reducido a un 54%.
El tanto por ciento restantes continúa «inmune a los encantos de los libros». Aunque la principal excusa que argumentan los «no lectores» es la falta de tiempo, muchos otros aseguran que prefieren dedicar su ocio a otro tipo de entretenimiento o que, directamente, es una actividad que no les gusta. En este caso, el porcentaje alcanza el 49,4% entre los 25 y los 34 años, edad a la que se abandona paulatinamente la lectura.
Lo realmente significativo es que, al contrario de lo que se suele pensar, los jóvenes son los más lectores.
El 85,5% de los niños entre los 6 y 9 años leen de forma habitual y el 82,7% de los padres consultados afirman leer cada día a sus hijos. Además, el 80% de los jóvenes entre 10 y 14 años tienen hábito de lectura, aunque este se reduce considerablemente a partir de esta edad y digiere otra caída significativa cuando cumplen la mayoría de edad.
Si hablamos de Comunidades Autónomas, Madrid continua siendo la región con mayor índice de lectores (71,4%), seguida por Navarra, País Vasco, La Rioja, Cantabria, Cataluña, Aragón, Comunidad Valenciana y Baleares. Aunque gran parte de los territorios registra un crecimiento, situando la media nacional al 59,7%, esta no alcanza el promedio de Europa, donde el hábito está presente en el 70% de la población.
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De personalidad literaria
Así como guió a Dorothy hasta la Ciudad de Oz, pareciese que muchas librerías y bibliotecas contasen con su propio camino de baldosas amarillas que conducen a los lectores directamente hasta la sección de sus géneros predilectos: Narrativa, Historia, Romántico, Infantil, Young Adult, Filosofía…
Y es que, al igual que ocurre con prácticamente todos los contenidos culturales, la lectura es una actividad íntima que se acopla a nuestra personalidad.
Mientras que ante una película somos meros espectadores pasivos, un libro nos obliga a usar la imaginación en un proceso que facilita un mejor entendimiento y un desarrollo personal mucho más elevado.
Por lo que, si la imaginación moldea de alguna manera nuestra personalidad, hay determinados géneros literarios que potencian aspectos del carácter de cada uno. Los libros románticos, por ejemplo, generan en sus lectores una mayor empatía hacia los demás; mientras que la ciencia ficción sería el último género en potenciarla.
Un estudio de la Universidad de Texas (Reading other minds. Effects of literature on empathy) analiza varios argumentos por lo que la literatura puede afectar, no solo a corto plazo, a cambios en nuestra personalidad. Así nos explican que la ficción narrativa, al dejar que nos adentremos en la mente de gran variedad de personajes, nos aporta la posibilidad de explorar el universo subjetivo. Este tipo de libros aporta experiencia social, al igual que aquellos que se inclinan a la ciencia y la historia.
La literatura en general, según presentan en el estudio, puede llegar incluso a «desestabilizar la personalidad». El estilo y las expresiones de la historia, además de esa inmersión que el lector lleva a cabo cuando lee, les ponen en una montaña rusa emocional, ya que lo habitual es situarse en el papel del protagonista. La ficción narrativa tiene el poder de acogernos en un espacio reducido en el que nos permitimos abrirnos a experiencias muy personales.
Lo que diferencia a géneros de lectura puramente narrativos frente a textos científicos o publicitarios, es que los primeros «invitan a los lectores a dibujar sus propias inferencias». La exposición de los sentimientos de los personajes se infiere una conversación con el lector. A través de estos aprendemos cómo se pueden sentir las personas reales que tenemos al lado, la llamada empatía antes mencionada, por lo que resulta claro que la literatura fomenta este aspecto de la personalidad tan valorado y necesario en nuestra vida en sociedad. «No se trata de que la gente empática lea más, sino que leer promueve la empatía», concluye el estudio.
¿Somos de carácter predecible?
Nos gusta pensar que no. Que, si un día nos apetece, entraremos a la librería y nos compraremos el último ensayo de ese pensador que sale en todos los periódicos y que nos recomiendan en la oficina a la hora del café. Y por supuesto que podemos hacerlo y que nos encantará. Pero, al igual que la tierra llama, nuestro género literario predilecto también.
Porque aunque tengamos una versatilidad lectora, la personalidad surge a la hora de coger un tomo u otro. Las portadas, la promesa de un tipo de historia e incluso el propio carácter del personaje principal, son aspectos que escogemos casi inconscientemente de alguna manera porque nos resultan afines. De ahí que sea inevitable esa relación tan estrecha entre nuestro consumo cultural de libros, cine, revistas y televisión.
Los amantes de los libros románticos prefieren las películas dramáticas y sostienen una mayor inclinación religiosa. Los que prefieren los clásicos literarios disfrutan del arte y las humanidades, las películas extranjeras y la poesía. A su vez, los ávidos lectores de historias de aventuras y acción prefieren los libros de misterio y policíacos, así como thrillers y films de ciencia ficción. Y luego se podría clasificar a aquellos que son puros consumidores de documentales e información actual, mucho más inclinados a los libros de no ficción.
Siempre hay datos que respaldan cómo los hombres tienden a leer títulos de historia, biografías y memorias; mientras que las mujeres prefieren los libros de misterio, crimen y romance.
Por edades, los más pequeños buscan aquellos que les hagan reír y les permita usar la imaginación; y los adolescentes historias fantásticas o más realistas, siempre y cuando se sientan identificados con los personajes.
A pesar de esto, las preferencias culturales, y por ende literarias, no responden exclusivamente a factores como edad, género o educación, sino a perfiles ciertamente psicológicos. “Las conexiones entre la personalidad y las dimensiones de preferencia cultural sugieren que las personas buscan un entretenimiento que refleje y refuerce aspectos de sus personalidades”, aseguran en el estudio Reading other minds. Effects of literature on empathy.
Ana Cemborain
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