El éxito de la vida académica juega un papel muy importante en la vida del niño. Sacar adelante el curso escolar y aprobar con buena nota las materias, así como comprender los contenidos de las asignaturas, es algo básico en los más pequeños y adolescentes. ¿Cómo conseguir estos objetivos? ¿Cómo mejorar la vida de los centros educativos de los estudiantes?
Sobre este asunto ha hablado el informe «¿Para qué educamos?» que ha elaborado PwC y Ashoka junto con otras entidades como la Universidad Rey Juan Carlos. En este trabajo se ha analizado las fórmulas que pueden ayudar al niño a obtener el éxito escolar, técnicas entre las que destaca conceder un papel más activo al estudiante dentro del proceso de enseñanza.
Alumno, agente de cambio
Este estudio define al alumno como el receptor directo de la educación, aunque se destaca que la voz de estos no cuenta con toda la importancia que debiera dentro del proceso de enseñanza. En este punto, Jesús Díaz de la Hoz, presidente de PwC destaca que es necesario «definir un nuevo marco donde la educación pueda adaptarse a las exigencias y necesidades del presente y futuro del alumnado, ampliando los tradicionales enfoques por conocimientos».
Este informa sugiere iniciar nuevos modelos donde el papel del profesor se redefine al de orientador y el del alumno adquiera un papel más activo. Se trata por tanto de conceder más protagonismo al alumno en el proceso de aprendizaje mientras que el docente pasa a ser un facilitador de aprendizaje.
En este nuevo enfoque el profesor sirve para guiar al alumno en el proceso de investigación y aprendizaje de los alumnos, haciendo que sea él quien tenga que realizar una mayor cantidad de trabajo. Por su parte, los alumnos inician un proceso de enseñanza cooperativo donde deben realizar diversas actividades en grupo.
La misión es hacer que los alumnos trabajen en pequeños grupos, de 3 a 6 miembros, con una composición diversa, no formados por conocidos. Estos estudiantes son los responsables de esta actividad, mientras que los docentes deben recordar este deber y facilitarle en la medida de lo posible esta misión, nunca realizarla por ellos.
En este trabajo cada alumno asume un rol dentro del grupo, papel que debe cumplir con responsabilidad para conseguir el éxito del círculo ya que no cumplir con el deber tiene efectos negativos sobre el resto. Este es el esquema de actividad que se propone:
– Presentación del tema por parte del profesor.
– Reparto de papeles, tareas y responsabilidades entre los estudiantes. Se debe nombrar a un coordinador del grupo.
– Planificación, por parte del alumnado, del proceso teniendo muy en cuenta las tareas y plazos. En este punto los profesores pueden ejercer como orientadores, especialmente en los alumnos más pequeños.
– Reuniones de trabajo para puesta en común de los resultados obtenidos e inclusión en el trabajo común.
– Asistencia a reuniones con el docente para que valore la situación del trabajo y pueda guiar a los alumnos con el fin de obtener mejores resultados.
– Evaluación y puesta en común de los resultados con el resto de la clase.
Aumento de la responsabilidad
Los responsables de este informe explican que este nuevo enfoque ayuda también al desarrollo de otras habilidades sociales como la responsabilidad y las capacidades interpersonales. La composición heterogénea del grupo hace que el estudiante aprenda técnicas de socialización, favoreciendo su empatía y relación hacia otras personas.
«Al ser los propios alumnos los que desarrollan íntegramente la investigación y el aprendizaje, trabajan tareas complejas, adquieren nuevos conceptos, fomentan el pensamiento divergente y descubren soluciones creativas», se expone en este trabajo que también destaca la preparación del estudiante al mundo laboral. Desde muy pequeños los alumnos se ven inmersos en un ambiente que le será muy conocido una vez que acceda a su primer empleo.
Damián Montero
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