Ya sea en sus duras versiones originales o en sus adaptaciones edulcoradas de la actualidad, los cuentos son extraordinariamente útiles para la educación porque cuentan historias que enganchan a niños y adultos.
¿Qué nos cuentan hoy los cuentos? Los cuentos nos cuentan historias de personajes con los que nuestros hijos pueden asociarse fácilmente. Los protagonistas suelen ser niños. Son pequeños que padecen y tienen un buen fondo moral, pero también ceden a la tentación, se equivocan. Son protagonistas que se sienten solos y necesitan del amparo de una madre, de un hada madrina, de la magia, como los niños buscan a su familia.
Y solo porque son historias buenas, bien escritas, con personajes suficientemente complejos, marcados por la lucha interior, los cuentos infantiles ayudan a los niños a comprender la complejidad de lo que les pasa por sus cabezas.
Las interpretaciones de los cuentos
Si prescindimos de extrañas interpretaciones devenidas del desarrollo del psicoanálisis que quieren ver en los cuentos comportamientos sexuales ocultos que los niños jamás verían, y si pasamos por alto otras nuevas interpretaciones empapadas de ideología de género que acusan a los cuentos de todos los males del machismo, las narraciones antes de adultos, ahora de niños, nos hablan, sobre todo, del mal.
El profesor Cashdan ha llevado a cabo un meticuloso estudio no solo de los cuentos clásicos sino también de las versiones actuales y de otras anteriores a las más famosas y ha alcanzado una clasificación que resultará sorprendentemente familiar: las enseñanzas detrás de estas narraciones ofrecen a los niños el escudo protector contra los siete pecados capitales.
Pero los pecados no están solo en la bruja mala (tenga forma de bruja, de madrastra o de criada disfrazada de princesa). También están en el protagonista de cada historia. Blancanieves se deja engatusar por la madrastra disfrazada que le quiere vender unas cintas que le harán estar más guapa. Hansel y Gretel no pueden dejar de comer en la casita de chocolate. La sirenita desea que el príncipe se fije en su físico, puesto que ya no habla, y la ame. En la historia del Gato con botas, las mentiras se multiplican en torno al falso marqués de Carabás. Como recuerda Ana Rodríguez de Agüero, «los niños saben interpretar estos cuentos. Ni siquiera necesitan moraleja, aunque Perrault quiso dejarla plasmada en cada narración».
Rememorando las palabras de Chesterton, «los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos» y eso es lo que necesitan los niños. Para Rodríguez de Agüero, estos cuentos, herederos de la tradición oral del medievo, están marcados por un pensamiento tremendamente simbolista.
La humanidad no era entonces capaz de un pensamiento tan abstracto como el que hoy tenemos y, sin embargo, podía alcanzar los conceptos de abstracción gracias a este tipo de historias. A los niños les ocurre algo parecido: es más sencillo imaginar al lobo comiéndose a la abuela que entender por qué no se habla con extraños.
María Solano Altaba
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