Lo vimos con nuestros propios ojos: estudió, pero no supo contestar bien las preguntas y la nota fue mala. Quizá llevaban meses entrenando para esta competición y los vapulearon en el terreno de juego. Había soñado con ese cumpleaños tan especial de sus compañeros del colegio, pero esa mañana amaneció con mucha fiebre. Son innumerables las ocasiones en las que algo no sale como esperábamos.
Los mayores hemos aprendido a tolerar la frustración pero, ¿cómo hacemos entender a los niños que a veces las cosas salen mal? Dicen de esta generación que es la menos resistente ante la frustración. Les cuesta mucho asimilar que algo no sale como ellos quieren.
No importa si la culpa es suya, de otros, o de nadie en particular. Pero en nuestro papel como padres tenemos que explicarles cómo deben aceptar esos baches que van a surgir en el camino sin que eso trastoque por completo el resto de su trayectoria. ¿Cómo podemos ayudarles?
Cuando nadie tiene la culpa, pero las cosas salen mal
Una lluvia torrencial ha empapado su jersey favorito, justo el que quería ponerse esta tarde. O hemos tenido que cambiar de planes en el último momento porque, cuando íbamos a salir a cenar para celebrar su cumpleaños, el coche decide no arrancar y tenemos que volver a casa.
A todos nos contraría que los planes se vean trastocados por una contrariedad con la que no contábamos. Y podemos reconocer en nosotros mismos esa primera sensación de enfado puntual. Nos ocurre constantemente con situaciones tan cotidianas como que el semáforo se ponga en rojo cuando íbamos a pasar, que llueva el día en que no tenemos paraguas o que el ordenador se estropee en el momento clave de nuestro trabajo.
Lo que los adultos tenemos que ser capaces de transmitir a los hijos es la virtud de no protestar más allá de un momento por lo ocurrido. Eso no es tarea fácil. Nos pueden ayudar estas pautas:
– Podemos enseñar a nuestros hijos a relativizar sus problemas. Es uno de los aprendizajes más importantes que tendrán que lograr a lo largo de su infancia. Los niños ven sus preocupaciones como extraordinariamente grandes. Los padres debemos mantener el difícil equilibrio entre concederles la importancia que tienen y aceptar al mismo tiempo que a ellos les genera sufrimiento.
– La situación puede provocar enfado o tristeza pero el enfado o la tristeza no pueden derivar en un mal comportamiento. Esta es la clave para que aprendan a asumir los inconvenientes que van surgiendo en el camino. No esperamos de ellos que asistan impasibles ante la adversidad, pero sí que, a pesar de la adversidad y el sentimiento de pena o enfado que les produzca, sean capaces de seguir avanzando.
– El ejemplo de los padres es la mejor herramienta. Si queremos enseñarles a tolerar la frustración y a no quejarse de cada pequeño problema que surge en el camino, tendremos que ser los primeros que no protestemos por lo que nos sucede en la vida cotidiana.
Cuando otro es responsable, ¿saben tolerar la frustración?
Se han enfadado porque nos hemos olvidado de comprar eso tan importante que nos habían pedido. O han llegado tarde a una fiesta porque uno de sus hermanos se retrasó a la salida del colegio. Quizá hayan recibido una mala calificación en un trabajo en grupo porque un compañero no se comprometió con la parte que le correspondía.
El enfado, al igual que comprobamos en la situación anterior, es una reacción natural. Pero tendremos que enseñarles a controlar otros sentimientos como la ira, y a no descargar su frustración sobre el responsable de lo ocurrido.
– Serán ocasiones propicias para desarrollar el verdadero sentido del perdón, que no consiste en perdonar lo que no nos importa sino lo que nos ha importado.
– Tenemos que fomentar en nuestros hijos la capacidad de una sana comunicación con el prójimo. Debemos enseñarles a transmitir adecuadamente sus sentimientos sin que por ello hieran los sentimientos de los demás.
– Debemos mostrarles cómo analizar que, a pesar de que alguien haya sido responsable de lo ocurrido, ya no podemos dar marcha atrás en el tiempo y es más conveniente que centremos la atención en cómo solucionar el nuevo problema que se ha generado.
– El enfado suele nublar el razonamiento y lleva a cargar sobre una persona toda culpabilidad sin entrar a valorar factores externos como las circunstancias. Trabajar la empatía les ayudará a comprender situaciones complejas.
Cuando ellos son responsables
Se les ha olvidado la mochila de deporte y los dejan sin entrenar en el banquillo. Les habíamos dicho que tuvieran cuidado con ese juguete muy delicado y, como no nos hicieron caso, acabó roto en mil pedazos. Llegan tarde a la casa de un amigo porque se distrajeron viendo vídeos en internet. Si es duro aceptar un revés, aún más duro resulta para los niños reconocer que la culpa es de ellos.
Lo más habitual es que intenten buscar responsables en otras personas, excusar sus propios comportamientos y descargar así su ira. Pero aprender de los errores es la mejor enseñanza:
– Es importante que dejemos caer a nuestros hijos. Los errores de la infancia suelen ser pequeños y tienen fácil arreglo. Para ellos suponen un aprendizaje experiencial que les marcará en el futuro.
– Les tenemos que ayudar a analizar situaciones complejas en las que ellos tienen parte de culpa aunque otras personas también hayan participado. Descubrir sus propios errores les ayudará a ser más justos con los errores ajenos.
– Uno de los retos de la educación en la resiliencia radica en que, una vez que han descubierto cuáles son sus propios errores, aprendan de ellos y vuelvan a intentarlo. Por eso nuestro objetivo no debe ser solo que acepten su error sino que, en la medida de lo posible, lo corrijan para otras ocasiones.
– Cometer errores les puede servir para asumir que nuestras acciones tienen consecuencias. Necesitan aprender esto temprano para que en la adolescencia sean capaces de medir los riesgos a los que se van a enfrentar.
Alicia Gadea
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