En una sociedad individualista, egoísta y materialista, somos familias contra la corriente y sabemos qué queremos para nuestros hijos.
Cuando los educamos, nuestra máxima es conseguir que sean buenas personas, que se porten bien, que piensen en los demás, que se muevan por principios rectos, que tengan valores bien asentados y que se conviertan en ejemplo de virtudes.
El plan es complejo y a la vez necesario porque si son buenas personas, sabemos que, además, serán felices y harán felices a los demás.
Enséñales a estar atentos a los demás
En medio del individualismo, el egoísmo y el consumismo, nuestra apuesta es que miren siempre al prójimo, en especial, al que tienen cerca.
Explícales las consecuencias de sus actos
Nuestro mundo se niega a hacerse cargo de sus propias responsabilidades. Nosotros no victimizamos, asumimos nuestros errores y seguimos avanzando.
Recuérdales que el valor de lo que hacemos es el amor
No nos mueve la codicia ni el qué dirán ni el egoísmo ni el interés propio. Nos mueve cómo podemos hacer del mundo un lugar mejor. Y lo logramos.
Trabaja con ellos el verdadero sentido de la palabra “éxito”
Otros valoran el triunfo económico y profesional, pero en nuestra familia es más importante por qué hacemos las cosas, no los resultados.
Anímales a ser generosos sin esperar nada a cambio
No es fácil en un mundo acostumbrado a comerciar por todo y a veces parece que salimos perdiendo si nos portamos así. Pero la realidad es que ser generosos agranda nuestro corazón.
Convencerles de que el bien triunfa aunque a veces no es inmediato
Las buenas personas sufren no pocas injusticias porque a veces ven cómo triunfa el mal. Pero suele ser un éxito aparente. Con el tiempo, el bien siempre gana.