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Catherine L’Ecuyer: «No creo en la idea de ‘educar en el uso responsable’ de las tecnologías»

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¿Qué está sucediendo hoy en los colegios? Para entender el desencanto generalizado de los padres respecto a la educación tradicional y ser crítico con el amplio abanico de ofertas educativas que se venden como innovadoras, Catherine L’Ecuyer, doctora en Educación y Psicología y madre de cuatro hijos, acaba de publicar Conversaciones con mi maestra. Dudas y certezas sobre la educación (Espasa), donde desmonta muchos mitos y tópicos sobre la educación actual.

Este libro novelado al estilo de narrativa de no ficción rompe con el estilo tradicional y, a través del diálogo entre una sabia maestra jubilada y un inquieto alumno de magisterio, nos explica el origen y la implicación de los métodos que existen actualmente en las aulas, como por ejemplo la educación basada en la neurociencia, las inteligencias múltiples, la estimulación temprana, el trabajo por proyectos y la educación emocional.

Pero, además pretende dar respuestas a problemas como la falta de atención, la sobreestimulación de los niños, las nuevas tecnologías en el aula… y hace hincapié en que la educación ha de estar basada en las evidencias, no en las ocurrencias.

Dudas y certezas sobre la educación

Resulta original y sorprendente adentrarse en una visión global del mundo educativo a través del diálogo entre unos personajes, ¿qué le movió a escoger este tipo de narrativa para realizar un libro divulgativo?
Los padres son los primeros educadores de sus hijos, y lo son por el mero hecho de ser padre o madre. Y no solo es un derecho, es también una obligación, que va de la mano con la de formarse continuamente para ello. En la práctica, la mayoría de los padres recibimos ayuda de terceros (colegios) para llevar acabo lo que es la instrucción. Es lógico, la mayoría de los padres no son expertos en materia educativa, y tampoco disponen del tiempo para llevar a cabo esa tarea. Puesto que existe un abanico cada vez más amplio de ofertas educativas y que el colegio ha de ser continuación del hogar, los padres tienen suficientes motivos para sentirse perdidos a la hora de elegir un centro educativo. Por todo ello, quise explicar cuáles son las corrientes educativas que existen de la forma la más amena y sencilla posible para llegar a cuantos más padres mejor. El objetivo que me marqué es proporcionar los medios para que los padres sepan lo que está en juego con la educación de sus hijos, que conozcan los métodos, sus orígenes, y que tengan la información completa para poder juzgar por sí solos acerca de la oferta de los colegios y de las leyes educativas (las del partido que sea). La educación nunca es neutra.

¿Qué mensaje quiere hacer llegar los padres que se enfrentan a una elección de centro educativo en medio de un panorama de leyes educativas que están cambiando constantemente?
En Conversaciones con mi maestra dibujo tres corrientes que marcan la historia de la educación. La primera es la corriente mecanicista, en la que el niño es pasivo y la educación consiste en «inculcar» desde fuera porque «la letra con sangre entra». Dentro de esa corriente, encontramos por ejemplo el conductismo y el voluntarismo. La segunda es la romántico-idealista, inspirada principalmente en Emilio que, lejos de ser un tratado de educación, consiste en un manual de implementación del sistema político descrito por Rousseau en El Contrato Social. Según esa visión, la educación está al servicio del proyecto político, no al revés; por lo tanto, el aula asume una función principalmente social y política. La libertad se entiende como una liberación social o política de las cadenas de las desigualdades. La tercera corriente es la realista-clásica, que considera que el fin de la educación es el niño mismo. La obra maestra de la educación, no es externa, es ante todo interna. Somos lo que hacemos, decía Aristóteles.

Conocer es crecer, transforma al que hace suyo lo aprendido.

Según esa visión, educar consiste en desarrollar la personalidad buscando la perfección de la que es capaz nuestra naturaleza. Para esa corriente, la verdadera libertad es personal, no colectiva; sin disciplina interior personal, la libertad colectiva es una quimera. Solo la disciplina, la libertad y la responsabilidad personal pueden ser la base de una buena convivencia social. Hoy en día, nos encontramos en un panorama de leyes que van alternando entre las dos primeras corrientes, aunque la tendencia dominante en la educación actual es sin duda la segunda corriente. Los padres han de ser conscientes de esas corrientes, saber reconocerlas y ser capaces de escoger cuál de ellas corresponde con su proyecto familiar.

La pandemia ha masificado el uso de tabletas y otros dispositivos tecnológicos en manos de los niños, ¿cómo racionalizar esa búsqueda desenfrenada de información y las posibles adicciones infantiles que pueda generar?
En Educar en la realidad advertía de las implicaciones de dar un dispositivo tecnológico a una persona que no está preparada para usarlo. No creo en la idea de «educar en el uso responsable» de las tecnologías en edades en las que el niño aún no tiene consolidadas virtudes como la discreción, la templanza, la fortaleza, la prudencia, entre otras. Es más, el acceso a las redes y a Internet interfiere con todo ello. Dar un dispositivo que requiere ser un gigante en el ejercicio de esas virtudes a una edad en la que no las tienen mínimamente desarrolladas, es traicionar el sentido mismo de la libertad. Si los adultos nos encontramos con dificultad a la hora de gestionar esas herramientas, ¿es realista pedírselo a un niño o a un joven? No me extraña que haya cada vez más padres que se sienten fracasados en esa tarea. En realidad, no lo son, el problema nace cuando se embarcaron, siguieron los consejos de unos pseudo expertos, en una cruzada imposible e irrealista. Tan irrealista como pedir a un niño de 4 años que se tome un vasito de agua de una boca de incendio sin mojar o salpicarse. Creo en atrasar al máximo la edad de introducción de esos dispositivos.

La mejor preparación para el mundo online, es el mundo offline, el mundo real.

¿Cómo influyen las nuevas tecnologías en la atención de los niños?
La atención se pone en marcha cuando aquello que contempla el alumno tiene sentido. La atención es una condición sine qua non para el aprendizaje, un proceso lento que ocurre cuando hay un reconocimiento personal y participante de la realidad. No es lo mismo una educación personalizada que la educación individualizada que proporciona el dispositivo tecnológico con sus aplicaciones y sus algoritmos. Una educación que se apoya en algoritmos programados para la masa por expertísimos ingenieros tiende a ser conductista, no personal, porque entienden al alumno como una caja negra. «Entra tal estímulo», entonces «sale tal resultado». Si acierta el alumno, se le da un premio; si no acierta, no lo recibe. Ante la pantalla, el niño es como un periférico, reacciona ante estímulos frecuentes e intermitentes. Es clave distinguir entre atención sostenida y fascinación pasiva. Paradójicamente, se recurre a las nuevas tecnologías en las aulas para que el aprendizaje sea más activo. En realidad, el aprendizaje no es activo porque alguien se mueve físicamente, o porque está alborotado, lo es cuando alguien escucha atentamente y hace suya la explicación, despacio, a su ritmo.

Ante estímulos estridentes, la mente se acostumbra a los cambios de imagen bruscos y rápidos y el niño se vuelve cada vez más inadaptado a la lentitud de la realidad y de la vida cotidiana.

En ese sentido, la tecnología en las aulas es un paliativo que tapa en apariencia los síntomas de la inatención; en lugar de atender a la inatención, la acentúa.

Tener un buen maestro ha sido una maravillosa influencia para los que lo hemos conocido, ¿un buen maestro es el que sabe enseñar o el que sabe lo que enseña?
Ese dilema existe desde hace siglos. Por un lado, están los educadores racionalistas que defienden la importancia de la razón; acusan a los educadores románticos de contribuir a una degeneración del conocimiento ya que otorgan demasiada importancia a la vivencia. Por otro lado, están los defensores de la Educación Nueva, inspirados en el idealismo y el Romanticismo, que defienden que un conocimiento cortado de la raíz sensible que lo generó es la negación misma de la educación. Defienden el papel de las emociones, pues para ellos «sentir es pensar». Defienden el enfoque competencial porque dan prioridad a la vivencia, a la experiencia. Defienden la imaginación productiva y aborrecen las evaluaciones porque consideran que el aprendizaje, por ser subjetivo, no es medible. Los primeros defienden el «saber para enseñar» y dan importancia a los contenidos, mientras que los segundos defienden el «saber enseñar», dando importancia a la didáctica (el modo en el que aprende el alumno). En realidad, tanto «saber para enseñar» como «saber enseñar» son importantes.

Para enseñar bien es tan importante dominar la materia como saber transmitirla.

Lo que ocurre es que la didáctica, los métodos y las técnicas nunca pueden renegar de la importancia de los conocimientos. La didáctica por sí sola no puede cumplir con el propósito de educar si el maestro no tiene un conocimiento profundo y amplio de lo que está transmitiendo.

¿Cree que la educación todavía no pone al niño como verdadero protagonista? ¿Qué debe dar sentido a su aprendizaje y despertar la chispa del interés y la motivación?
Hoy en día, hay dos obstáculos para que el alumno haga suyo el aprendizaje: El conductismo y el voluntarismo. El conductismo es adiestramiento y condicionamiento; si el niño acierta, se le da un premio y si no, no. Para el voluntarismo, conocer es el mero resultado del esfuerzo entendido como un acto frío y mecánico de la voluntad. El voluntarismo desprecia el conocimiento de lo que es verdadero, reduciendo así la educación a lo que está bien y lo que está mal, a las prohibiciones y a las obligaciones morales. Consiste en plantear la virtud como un suplemento externo de fuerza para capacitar al alumno a hacer algo bueno, para cumplir con un deber que no le atrae. Esa visión es muy pobre. La virtud no es un acto frío de la voluntad o un mero hábito consecuencia de la repetición esencialmente mecánica, es una cualidad estable que existe como consecuencia de unos actos gozosos encaminados a un fin (es el fin que proporciona el gozo).

Se enciende la chispa del interés cuando hay asombro, contemplación del sentido, cuando hay un fin.

La voluntad necesita un propósito inteligente, un fin que anhelar. Dicho de otra manera, la voluntad debe ser inteligente y la inteligencia deseosa.

¿Qué papel juegan las emociones en el aprendizaje de los niños?
Entiendo que se dé importancia a la dimensión emocional, porque los niños aprenden mejor cuando tienen una actitud positiva frente a lo que aprenden, sobre todo en la etapa infantil en la que las experiencias sensoriales y las relaciones personales tienen más importancia y la capacidad de abstracción es incipiente. En realidad, esa actitud positiva es consecuencia del placer que deriva del conocimiento personal y participante (cuando uno hace suyo lo aprendido y que tiene un sentido). Como decía Iolanta a su amante, en la ópera de Tchaikovsky, ¿cómo puede uno desear ardientemente lo que solo puede ver confusamente? No se puede apreciar y disfrutar con lo que se desconoce. Ahora bien, por desgracia la emoción se está convirtiendo en una palanca para condicionar comportamientos.

¿En qué sentido?
Condicionar al alumno mediante estímulos externos para provocar emociones de felicidad y de ilusión para que aprenda de forma más eficaz, utilizar la emoción como refuerzo para conseguir un comportamiento concreto, eso es conductismo. En realidad, son los fines que mueven las actuaciones de las personas, no las emociones. Sentir es importante, pero somos seres racionales, y no es lo mismo sentir que pensar. Las emociones son indicadores que nos proporcionan información sobre cuáles son nuestros fines y que nos indican si hay armonía entre ellas y la realidad de nuestro entorno. Nunca deberían ser palancas para condicionar comportamientos.

Leyendo en sus páginas vemos que la Nueva Educación que nos venden no lo es tanto. ¿Cree que estas teorías que surgieron a principios del siglo XX son válidas para el momento actual o debemos buscar nuevos horizontes?
Efectivamente, en mi libro explico que la Educación Nueva del siglo XXI es un «remake» de la Educación Nueva del siglo XIX y XX inspirada en el Romanticismo pedagógico de Rousseau. Si bien es cierto que los contenidos pedagógicos han de estar al día de los nuevos descubrimientos y conocimientos, no me gusta plantear a las corrientes educativas en términos de «progreso», entendido como apertura al cambio continuo.

De hecho, es ese concepto de la modernidad que nutre el paradigma actual de la vorágine de la ‘innovación’ en la educación, un concepto esencialmente comercial, por cierto.

Una corriente educativa remite a una corriente filosófica. Y la filosofía remite a los fines de la educación y de la persona. El verdadero progreso no consiste en cambiar continuamente la visión de la educación y del niño, sino en cambiar la mentalidad del educador, de forma que encaje dentro de la visión de las constantes antropológicas del alumno. Si lo pensamos bien, el ser humano y sus fines tampoco cambian cada vez que surge un cambio de circunstancias culturales, tecnológicas o una nueva era filosófica. El educador puede decidir que quiere ver el mundo de una forma o de otra, pero esa visión del mundo nunca va a cambiar cómo es la persona que se educa.

Marisol Nuevo Espín

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