Es sorprendente la expresión que alguna vez se oye en la boca de ciertos padres cuando alguno de sus hijos hace alguna trastada: «¡Ay, no sé a quién ha salido este niño, de verdad!». Es la típica situación que se da cuando el chiquillo delante de alguien más o menos conocido hace una de las suyas y los padres, quizá ligeramente avergonzados ante el descaro, la travesura o la metedura de pata de su churumbel, dejan bien claro que eso no va con ellos, que es cosa del chiquillo.
Y es que, efectivamente, sucede que a veces los padres se ven extrañados por algunos de los comportamientos de sus hijos, y no se ven directamente implicados. Da la impresión como si el tema no fuese con ellos, y no se explican en ocasiones cómo puede ser que sus hijos actúen de determinada manera.
De hecho, piensan que nunca les han enseñado ese comportamiento, y puede que sea cierto: directamente nunca les han enseñado tal o cual comportamiento, pero quizá indirectamente, en los pequeños detalles del día a día, les estemos «invitando» a que tomen esa actitud que tanto nos sorprende.
Este es un tema más grave de lo que a primera vista parece porque se está jugando con algo muy importante, con la educación de nuestros hijos, y porque sus futuras vidas van a depender, en mayor o menor medida, de lo que ellos reciban de nosotros.
La forja del carácter de los niños
Los rasgos del carácter o de la personalidad que una persona presenta en su madurez dependen de muchos factores. Sin entrar en mayores detalles se podrían simplificar en los siguientes.
En un principio, influye lo que adquirimos o recibimos por el simple hecho de nacer. Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles, y por lo tanto presentamos unos rasgos propios en nuestro carácter y que solo nos pertenecen a cada uno de nosotros: esa es nuestra singularidad.
Otro factor influyente es la trayectoria de nuestras vidas a lo largo de los años, la suma de todos los acontecimientos que se dan a nuestro alrededor y que nos van «configurando», poco a poco: el lugar en el que hemos nacido, la situación social o política de nuestro país, nuestras familias, amigos, las personas que hemos ido conociendo y que nos han influido de una u otra manera, etc. Y, por último, también podríamos añadir la Providencia, de modo que unos y otros vamos yendo por distintos caminos debido a elementos o situaciones que no podemos controlar.
Todo esto se mezclará en una coctelera para que, una vez agitado y bien mezclado, dé un cóctel bien sabrosón que no es otra cosa que lo que cada uno de nosotros somos ahora mismo con nuestras virtudes y nuestros defectos, ni más ni menos. Ahora bien, en todo este proceso, ¿qué papel tenemos los padres? Pues en la medida de nuestras posibilidades, intentamos influir del modo más positivo que sepamos, podamos y queramos en la personalidad de nuestros hijos; es decir, intentamos educarles con nuestras mejores armas. Como vemos, hay muchos factores que no dependen de nosotros como padres, pero hay otros en los que quizá sí que podamos hacer algo. ¿No es responsabilidad de los padres el intentar hacerlo lo mejor posible?
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Dos errores comunes que cometemos los padres
En el tema de la educación podría decirse que hay dos errores bastante comunes. El primero de ellos, la actitud que toman algunos padres ante su relación con sus hijos, que se podría resumir así: «Yo soy tu padre y sé perfectamente lo que debo hacer, nadie me tiene que decir cómo tengo que educar yo a mi hijo». Este es el típico modelo de personas que viven la educación con sus hijos de lo que ellos han recibido durante sus vidas, y piensan que eso es suficiente para educar correctamente a quien se les ponga por delante. No necesitan nada más. ¡Y ojo, no seas tú el que le digas lo contrario!
El segundo error es el de aquellos padres que, si bien son conscientes de que deben instruirse y aprender en una cuestión tan importante como es la educación, piensan que se aprende igual a tratar a los niños como se puede aprender una lección de matemáticas o de ciencias naturales. Y, efectivamente, es bueno leer e instruirse sobre el tema, es bueno y es básico, pero aquellos padres que se limiten a hacer lo que dicen los libros sin intentar aplicarlo a sus vidas, tienen poco futuro como educadores.
Buenos modelos para nuestros hijos
Hace tiempo, un profesional del tema impartió una charla a un foro bastante numeroso de personas, y una vez acabada la misma se le acercó una madre joven y le preguntó que, a la hora de tener hijos, qué momento consideraba él que era el más oportuno para empezar a aprender cómo educarlos. El conferenciante se le quedó mirando y, tras una breve pausa, le contestó: «Pues hace ya treinta años, señora».
Y es que nuestros hijos van a aprender, no lo que nosotros le digamos, sino lo que nosotros seamos capaces de transmitirles vivencialmente.
¿Cómo no va a chillar nuestro hijo a su hermanita cuando ella le ha quitado sus lápices de pintar, si nosotros somos los primeros que gritamos a nuestro marido o mujer cuando no está a punto y vamos a llegar tarde? Por mucho que nosotros le digamos que no hay que gritar a nadie, si al día siguiente el chico ve que sus padres lo están haciendo no dudará en hacer lo mismo con su hermanita.
Aprender a educar es bueno, sí, pero quizá es más bueno aprender a educarnos a nosotros mismos, para que nuestros hijos no vean en nosotros un recetario de lo que deben y de lo que no deben hacer, sino un modelo que pueden seguir, unos padres que se esfuerzan en vivir aquello que intentan transmitir, unos padres que intentan simplemente ser coherentes con sus vidas y desean para sus hijos lo mismo que desean para sus propias vidas.
Y eso será lo que realmente les llegue porque verán un modelo de verdad, un modelo de verdad que les atraerá por sí mismo. De este modo, esa tierna autoridad paterna (no autoritarismo, una forma de egoísmo que genera egoísmo) irá fluyendo por sí sola hasta que, poco a poco, conforme vayan creciendo y madurando los hijos, sea cada vez menos necesaria.
Primero, educarnos a nosotros mismos
Por eso, resulta especialmente importante lo que se transmite a los hijos casi sin darnos cuenta, con nuestros actos del día a día, desde que nos levantamos y cómo nos levantamos hasta que nos acostamos y cómo nos acostamos. Y, por ello, lo primero que tenemos que plantearnos a la hora de educar sería si no tenemos que educarnos primero a nosotros mismos. Pero, claro, eso implica varias cosas que quizá no sean de nuestro agrado:
– implica asumir que el «yo soy su padre y sé perfectamente cómo le debo educar» igual no es tan cierto
– implica adquirir humildad para aceptar que lo podemos hacer mucho mejor y que tenemos que estar en continuo proceso de aprendizaje
– implica aceptar que los primeros que necesitan educación somos los propios padres
– implica salir de nosotros mismos para poder ver a nuestros hijos como personas independientes y autónomas, no como personas a las que podemos manejar como marionetas
– implica tener la capacidad para arriesgarse a no tener a los hijos atados de cerca, sino respetarles para que ellos actúen libremente una vez nosotros les hayamos marcado unas directrices, nuestras directrices, las directrices en las que nosotros creemos, aun a riesgo de que no hagan lo que nosotros esperamos o queramos.
Por ello, en este enfoque de lo que es la educación va asociado un proceso de reciclaje, de aprendizaje. Y no se trata de aprender de carrerilla un tratado de la buena educación para luego aplicarlo en nuestros hijos, aunque es muy importante también que leamos y estudiemos sobre el tema. Lo que ocurre es que también se tiene que aprender a ser personas, estar en un continuo y atento auto examen, día a día, intentando crecer cada día un poquito más. Si estamos en esta línea, todo lo demás se nos dará por añadidura, y veremos el fruto, ¿por qué no?, en nuestros hijos.
Consejos para forjar el carácter de nuestros hijos
– ¡Qué poco nos conocemos a veces! Es tan importante el comenzar por uno mismo que puede ser interesante concretar una sesión “crítica” con nuestro marido/mujer (no se trata de hacerse reproches) o un buen amigo y pedirle que nos haga ver nuestras virtudes y nuestros defectos. Aprenderemos mucho de esta conversación, sobre todo si no esforzamos por aceptar esta nueva visión sobre nuestra personalidad y comenzamos a cambiar…
– Los detalles pequeños educan mucho más de lo que podemos pensarnos. Mil charlas o sermones a nuestros hijos quizá no les hagan mella, pero un ejemplo concreto… Quizá con eso nos lo ganemos y les ayudemos a dar un paso importante.
– El mejor momento para educar a los hijos es desde ya, si no hemos empezado aún. Antes, incluso, de tener hijos. ¿Cómo? Esforzándonos por aprender a educarnos a nosotros mismos: una actitud flexible y humilde resulta básica en la apasionante tarea educativa.
– Nuestros hijos van a aprender, no lo que nosotros le digamos, sino lo que nosotros seamos capaces de transmitirles vivencialmente, para que los hijos no vean en nosotros un recetario sino unos padres que se esfuerzan en vivir aquello que intentan transmitir.
En la práctica
En alguna ocasión, podríamos creer, inconscientemente, que educamos cuando prohibimos, les decimos lo que tienen que hacer, obedecen, etc. Aun cuando hay que regañar a veces, por ejemplo, existen muchos otros momentos en los que estamos con nuestros hijos relajados, hablando con ellos o leyéndoles un cuento o participando de un rato de tertulia familiar y les estamos transmitiendo una buena cantidad de formación.
Alfredo Esteve. Ingeniero de Caminos y autor de artículos educativos
Más información: Educar el carácter. Principios clave de la formación de la personalidad. (Palabra) Autor Alfonso Aguiló.
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