Nuestros hijos se han criado como «huérfanos digitales» a la hora de aprender a usar sus teléfonos móviles. La tecnología ha entrado en sus vidas para quedarse. Y solo si aprenden desde el principio a hacer un uso razonable, garantizaremos que estén fuera de los riesgos que su abuso entraña.
Hubo un tiempo, hace unos años, donde la pregunta del millón era «a qué edad deben tener su primer móvil«. Hoy la respuesta ya no es tan significativa: lo importante es que tarde o temprano (más temprano que tarde) todos lo tendrán. De modo que en esta tarea de lograr que nuestros hijos crezcan y se valgan por sí mismos, tenemos que ponernos manos a la obra cuanto antes para enseñarles a manejar una herramienta tan versátil y potente como extremadamente peligrosa.
De hecho, es de los peligros de lo que más se habla a niños y adolescentes. Hay toda una formación en la escuela y una creciente preocupación en la familia para lograr un uso adecuado de las tecnologías. Pero el discurso se centra, en demasiadas ocasiones, en problemas que tienen que ver con los comportamientos delictivos o peligrosos, como el intercambio de fotografías de contenido sexual, la ludopatía, la adicción a los juegos, la pornografía o el ciberacoso.
El abuso del móvil es lo que hace daño
Son realidades que existen y ante las que hay que estar alerta. Pero si centramos la atención en este tipo de problemas, graves, pero no tan frecuentes, olvidamos otro mucho más extendido y, a largo plazo, enormemente dañino: no es el uso del móvil sino el abuso lo que más daño hace.
De hecho, aunque la preocupación que manifiestan los padres tiene que ver con esos delitos que pueblan los titulares de nuestros medios de comunicación, el mayor problema al que se enfrentan los niños y adolescentes no es lo que se encuentran en sus dispositivos digitales sino la cantidad de tiempo que pierden en ellos, tiempo que no dedican a otras actividades más productivas.
Para afrontar esta circunstancia necesitamos tener en consideración dos puntos de partida. El primero, que nuestros hijos son «huérfanos digitales», como describe César Prieto, director de Educación Primaria del Colegio Alameda de Osuna de Madrid. Eso significa que han tenido que aprender a lidiar con la tecnología sin que los padres sepamos enseñarles cómo hacerlo porque nosotros no terminamos de entender cómo funcionan.
Prohibir el acceso a la tecnología no es la solución
Por eso no resultan exitosas -o al menos no en el largo plazo- las decisiones de los padres de prohibir por completo el acceso a la tecnología, porque deja a los hijos fuera de su entorno natural que ahora también es digital. En este terreno es difícil trabajar con una perspectiva de blanco o negro y resulta mucho más eficaz establecer escalas de grises, como días de la semana con una alta restricción de dispositivos, momentos del día específicos en los que sí se puede consultar el móvil, espacios de la casa destinados a albergar los aparatos electrónicos y, por supuesto, el mejor ejemplo de los padres.
Así llegamos al segundo punto clave de nuestra reflexión: el único camino eficaz para garantizar un uso adecuado de la tecnología es el autocontrol. Para eso necesitamos una buena formación de nuestros hijos y un acompañamiento permanente.
Si preguntamos al adolescente más «enganchado» al móvil, no le costará reconocer que tiene un problema y que preferiría no sufrir esa dependencia comportamental. De modo que su propio «examen de conciencia» nos ayudará a darles una mayor motivación para que cumplan unas normas que ellos mismos habrán delimitado y que nosotros les ayudaremos a llevar a buen término.
También les será de gran ayuda hablar de lo que encuentran en el entorno digital porque les permite darse cuenta de la intrascendencia y la pérdida de tiempo que supone buena parte de lo que hacen en la pequeña pantalla de su móvil.
María Solano. Instituto de Estudios de la Familia. Decana de Humanidades y Comunicación de la Universidad CEU San Pablo
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