Se están perdiendo las normas de cortesía. Y, aunque a veces parecen algo del pasado, lo cierto es que la convivencia es más sencilla gracias a ellas.
Las palabras mágicas de toda la vida: “gracias”, “por favor” y “perdón”. Un gesto amable para dejar pasar al otro cuando nos encontramos frente a una puerta. Servir agua al de al lado antes de servírnosla nosotros. Recoger ese abrigo que está tirado aunque no sea el mío. Decirle a alguien qué bien le sienta esa ropa que ha elegido hoy. Alabar lo buena que está la comida que alguien ha preparado. La amabilidad no cuesta nada y genera muchos beneficios porque hace que la convivencia sea más fluida, la vida más fácil y haya menos momentos de tensión.
Enseñar cómo ser amables es una de las tareas educativas más importantes que tenemos los padres. Hoy, ha perdido valor el concepto de “amabilidad” porque algunas personas confunden esos buenos modales con una forma de hipocresía. Lo cierto es que esas normas básicas de convivencia tienen dos finalidades: facilitar la vida en sociedad y recordarnos a nosotros mismos que tenemos que ser agradecidos con lo que hay a nuestro alrededor. Por eso pedimos las cosas “por favor”, por eso nos disculpamos cuando algo ha molestado a alguien incluso si no somos responsables de ello. Por eso damos las gracias cuando recibimos algo aunque entre dentro del devenir cotidiano y sea tan poco relevante como un vaso de agua. Y esta forma de comportarse se aprende de manera muy sencilla en casa.
- Las gracias se dan siempre. Siempre. Siempre. Hasta por las cosas más minúsculas porque no cuesta nada y le muestra a la otra persona que valoramos el esfuerzo que está haciendo con lo que sea. Dar las gracias va mucho más allá de la buena educación porque supone ir adquiriendo la conciencia de que la mayoría de lo que somos y tenemos es un verdadero regalo. Valorar la vida desde la gratitud es una garantía de felicidad porque nos ayuda a ver el lado positivo de lo que nos ocurre.
- El ejemplo es lo principal. Los padres tenemos que ser los primeros en ser educados y agradecidos, mantener el tono adecuado, dar las gracias cuando nuestros hijos hacen algo y pedirles “por favor” incluso aquellas tareas que sabemos que están obligados a hacer. La amabilidad es un elemento que favorece que la obediencia en la familia no tenga ese carácter impositivo tan pernicioso sino que sea una respuesta voluntaria de ayuda mutua.
- El perdón es una forma de empatía. La palabra “perdón” tiene un significado complejo. En ocasiones consideramos que sólo tenemos que pedir disculpas por aquello que hemos hecho voluntariamente y que ha tenido consecuencias negativas para otros. Pero el perdón debe ser mucho más amplio. Debe incluir las situaciones en las que no somos responsables de lo que ha pasado (por ejemplo, hemos llegado tarde porque el autobús se estropeó) y en las que no hemos ocasionado un gran daño (por ejemplo, se nos ha caído la barra de pan al suelo). El gesto de pedir perdón va más allá de la mera cortesía. Está demostrando al resto de las personas que son importantes para nosotros.
- Pedir algo “por favor” es anticipar las gracias. Hasta en los favores más sencillos deberíamos utilizar esta fórmula de amabilidad, porque lo que estamos logrando al introducirla en nuestra petición es que la otra persona sepa que somos conscientes del esfuerzo que hace (aunque sea muy pequeño) para satisfacer nuestra demanda. El agradecimiento es un sentimiento fundamental para que las relaciones en el seno de la familia sean fluidas y no se caiga en la tentación de llevar una suerte de “contabilidad de favores” desde una perspectiva egoísta.
- Una sonrisa no cuesta nada y hace el mundo mejor. Si sonreímos, generamos en la persona que recibe nuestra sonrisa una sensación de bienestar que, aunque no le vaya a resolver ninguno de los problemas que tenía, simplemente le hará sentir mejor y le dará más ánimos para el día. Así que esta sencilla muestra de amabilidad, gratuita y fácil de llevar a cabo, realmente transforma el mundo.
María Solano Altaba