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Los amigos: ¿por qué los necesitamos tanto?

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– ISTOCK

Pocos dudan de que la amistad es un bien para la persona. Sin embargo, los ritmos de vida modernos, el auge de las nuevas tecnologías y los cambios en las costumbres sociales están poniendo en peligro esas relaciones entre iguales que son tan beneficiosas para la persona. Y si lo son para la persona, los beneficios redundan, necesariamente, en la familia.

Los amigos son muy importantes en nuestra vida, pero ¿por qué los necesitamos tanto? Cuidar a las amistades y propiciar que nuestra pareja y nuestros hijos también lo hagan garantiza que la familia vivirá con más tranquilidad y alegría.

La grandeza de la amistad

Amistad: «Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato». Así define la Real Academia de la Lengua en su Diccionario este concepto tan preciado para una persona. Los amigos forman parte de las relaciomes propias del ser humano, la amistad supone generosidad, entrega pura al amigo. Requiere del trato cercano y habitual, necesita que la rieguen para no marchitarse.

Pero confiados en la grandeza de la amistad, en la generosidad de los amigos, muchas veces relegamos su cuidado a los pocos huecos libres de nuestras apretadas agendas. Sabemos, y posiblemente no nos equivocamos, que el buen amigo siempre estará ahí, aunque no lo tratemos de manera habitual. Pero sentimos que no estamos disfrutando de esa amistad en el grado en que debiéramos.

También a los jóvenes, a pesar de estar aparentemente llenos de amigos, les ocurre algo similar. El tiempo se les consume en un sinfín de conocidos con los que se relacionan a través de las redes sociales y no se reservan los espacios para tratar con verdadera profundidad a esas pocas personas que conforman el espacio de la amistad entendida en sentido estricto.

La importancia de cuidar a los amigos

Y sin embargo, metidos en esta vorágine de la cotidianeidad, a veces no nos damos cuenta de los motivos que hacen importantes a esas amistades, que son necesarias para conformar la estabilidad de nuestros días, que nos ayudan a compartir alegrías y preocupaciones, que nos socorren cuando es necesario, nos hablan sin juzgar, y nos corrigen con el máximo cariño cuando nos hemos equivocado para que salgamos de nuestro error.

No cuidar a las amistades es malo porque, sin darnos cuenta, nos estamos descuidando a nosotros mismos. Si el espejo en el que mirarnos se vuelve opaco y deja de reflejarnos, ya no sabremos bien quiénes somos.

Las amistades empiezan desde nuestra más temprana infancia aunque el arranque de nuestra vida en sociedad no está marcado por los amigos. Los expertos calculan que hasta los tres o cuatro años, los niños no tienen una verdadera interrelación, es decir, no comparten juegos sino que sencillamente juegan a lo mismo. A partir de ese momento, las amistades se irán desarrollando, en la mayoría de los casos, en función de afinidades de carácter y de intereses comunes. Son amigos los niños que son vecinos, los que están apuntados a la misma extraescolar, los que son los dos muy tranquilos, o muy nerviosos.

Pero estos «amigos de infancia» tienen un componente marcadamente egoísta: si el amigo empieza a molestar o, simplemente, le gustan otros juegos, deja de ser amigo y se sustituye de inmediato por el siguiente. Por eso en las primeras etapas de la infancia es frecuente que la lista de amigos fluctúe tanto como los cambios de pupitre.

Los amigos de la infancia

En la etapa de Primaria, la circunstancia es similar, sin embargo, los lazos se van afianzando porque se comparte mucho tiempo e incluso es frecuente que las amistades influyan decisivamente en aspectos tales como las aficiones compartidas. Aun así, nada asegura por ahora que estos vayan a ser los amigos de la madurez. Pero el trato habitual puede consolidarse en la adolescencia y la juventud.

Sin embargo, a partir de los doce años aproximadamente, las relaciones con las amistades pasan por tantos altibajos como el resto de la vida de los adolescentes. Los que hoy son mejores amigos y darían la vida por el otro, se convierten en acérrimos enemigos de la noche a la mañana por algún altercado que ellos entienden como «traición intolerable». Y un tiempo después una nueva vuelta de tuerca retrotrae la historia al principio.

Los nuevos amigos

Cuando el joven empieza a dar sus primeros pasos en la conformación de su etapa adulta será cuando forje sus mejores amistades, ya vengan de atrás, desde la etapa escolar, ya sean nuevas. Aquí, si se cuidan las amistades, aparecerán las primeras confidencias sinceras de temas de cierto calado, y si las amistades son de verdad, también llegarán los consejos oportunos, que no siempre coinciden con los que se quiere escuchar. Los amigos ya no serán refugio de huida de los padres, como en la adolescencia, sino iguales con los que compartir experiencias.

Con el noviazgo y el matrimonio llegarán nuevos amigos, los de uno y los de otro, más los comunes. Y los hijos abrirán la veda a los padres de amigos y más relaciones. Pero será en esta etapa en la que más riesgos corramos de perder las verdaderas amistades porque no hay tiempo suficiente o de centrar demasiado nuestra atención en amistades circunstanciales y pasajeras.

María Solano

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