El bullying se caracteriza por agresiones físicas y/o psicológicas, con una alta carga de violencia, ya sea mediante el empleo de la fuerza, intimidación o humillaciones constantes, continuas y duraderas en el tiempo. En este sentido, el comportamiento del agresor o acosador obedece a una conducta típicamente de naturaleza animal, ya que actúa en base a instintos primarios de control y dominio territorial, circunscrito al entorno educativo.
En el bullying, la utilización de la violencia es una herramienta de sometimiento al grupo y un fin en sí mismo, con la que el acosador obtiene resultados. Así pues, el menor agresor de bullying actúa como líder de su «manada», compuesta por seguidores que jalean, acompañan y ensalzan sus acciones, reforzando su comportamiento; siendo sus motivaciones muy dispares, como el miedo, juego, entretenimiento, búsqueda de nuevas sensaciones u afán de protagonismo, por indicar algunos ejemplos.
El agresor del bullying: un líder temido en la escuela
Sea como fuere, cualquier elemento nuevo, disruptivo o diferente, será visto como una amenaza por el agresor, que ejercerá su dominio con más fiereza y puño de hierro, enviando, por tanto, un mensaje muy claro: el poder de decisión se encuentra bajo su mando, supervisando y dirigiendo cualquier movimiento que se desarrolle en el centro, y más aún si se cuestiona o pone en entredicho su autoridad; por tanto, quien desee alterar el orden de las cosas, deberá retarle y enfrentarle directamente, tal como ocurre en la naturaleza animal y mundo natural.
Bajo estos parámetros y estructura jerarquizada, todos los menores que intervienen en el inicio, desarrollo y ejecución del bullying o acoso escolar, ya sea directa o indirectamente, ostentan un perfil claramente definido y diferenciado:
En primer lugar, el agresor aprende a conseguir lo que quiere mediante el empleo de la fuerza o intimidación física y/o psicológica, utilizando el poder del miedo como un fuerte elemento de control sobre el grupo.
En segundo lugar, los observadores o espectadores aceptan pasivamente estas conductas hostiles y de hostigamiento hacia otros iguales en la creencia de que adoptar una actitud indiferente les aleja de cualquier daño, represalia o ataque que puedan recibir; en otras palabras, «mejor que les ocurra a otros que a mí».
En tercer y último lugar, los seguidores se alinean con el agresor sobre la base de que el poder del más fuerte es el que prevalece y recompensa su apoyo.
Las habilidades sociales del agresor de bullying
En cualquier caso, contrariamente a lo que pueda parecer e incluso imaginar gran parte de la opinión pública, el agresor o acosador sí cuenta con las suficientes habilidades sociales para perpetrar sus actos y ejecutarlos.
En este sentido, en un alto porcentaje de casos goza de capacidades de persuasión, manipulación psicológica, una personalidad carismática, fuertes convicciones y unas creencias arraigadas, que no duda en utilizar, si fuera necesario, para justificar sus acciones, en forma de toda clase de razonamientos, argumentaciones y contrarréplicas.
Estas cualidades le dotan de un áurea de falso liderazgo, pudiendo, en muchas ocasiones, dar la impresión de poseer una autoestima y seguridad deslumbrante, arrolladora y cautivadora, que seduce a sus iguales, generando grupos de seguidores, por un lado; y una posición de dominio y autoridad, por otro, que muchos no se atreven a cuestionar.
Esta clase de perfil psicológico sería muy similar al que podemos observar en los maltratadores y casos de violencia de género. En estas situaciones, los agresores son perfectos manipuladores, hábiles en crear escenarios, hechos, realidades y alterar o modificar, hasta límites insospechados, cualquier versión que resulte creíble, por muy inverosímil que parezca, para defender sus posturas, ideas o posiciones; ocultando, de esta manera, su auténtica personalidad y oscuras intenciones.
En pocas palabras, ni tan siquiera su círculo más cercano conoce realmente como es, «saben tirar la piedra y esconder la mano».
Así pues, encontramos muchas similitudes de este perfil en los menores acosadores; aunque, en otras ocasiones, los parámetros son bien distintos, ya que el menor agresor hace prevalecer su evidente preponderancia y fuerza física, para llevar a cabo sus actos de hostigamiento.
En cualquier caso, una cosa está clara, el acosador adolece de la suficiente sensibilidad y compasión para empatizar con sus víctimas, intolerancia a la frustración, falta de referentes positivos y una necesidad preocupante por la inmediatez y obtención de las cosas rápidamente; con lo que se hace imprescindible una profunda labor de reeducación en esta dirección, por parte de las instituciones, poderes públicos y profesionales.
Ricardo Lombardero Calzón. Abogado, Mediador y Coach. Cofundador de Lomber Soluciones Cyberbullying
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