Pensar que podemos elegir el tipo de trabajo que tenemos es utópico para la mayoría de las personas. Lo más probable es que no tengamos demasiadas posibilidades de buscar algo que se ajuste mejor a nuestras necesidades familiares. Aún más, en muchas ocasiones ni siquiera estaremos en disponibilidad de plantear medidas a las que tenemos derecho, como una posible reducción de la jornada laboral.
Si esta es nuestra situación, al menos podemos tratar de que el trabajo no nos persiga hasta nuestra casa o invada lo menos posible nuestro tiempo en familia. Algunas empresas tienen horarios de entrada y salida flexibles. Muchos padres eligen entrar más temprano porque en las primeras horas del día llegan con menos atasco y sacan más trabajo adelante.
En cualquier caso, es el momento de organizarse bien las tareas. En los trabajos actuales, las interrupciones constantes de los dispositivos digitales simplifican muchos procesos pero ralentizan la concentración. Una buena higiene de horarios mejora el rendimiento. Además, la empresa quedará satisfecha ante el aumento de eficacia.
Conviene que aprendamos a decir que no a la reiterada solicitud de trabajos fuera de horas. El problema de estas situaciones es que aceptar un compromiso laboral que invade nuestro espacio familiar provoca que se multiplique el sentimiento de culpa. La empresa no necesariamente conoce nuestra situación.
Podemos plantear que se saque adelante ese mismo trabajo en un momento en que la familia no se vea perjudicada: por ejemplo, en lugar de quedarse por la tarde y perderse la cena con los niños, podemos madrugar al día siguiente sin que tengamos la sensación de no haber dedicado tiempo a los nuestros.
Hay profesiones y puestos de trabajo que facilitan la conciliación más que otros. Si el nuestro es uno de los que ponen las cosas difíciles, quizá para salir de esa frustración hay que plantearse un camino a medio plazo que nos permita cambiar de sector o actividad a otro más acorde con nuestras circunstancias.
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