El día de la madre del año pasado, al salir de una reunión tuve la suerte de presenciar la conversación entre tres madres que contaban como había sido su día y su regalo. La primera se quejaba con mucha gracia del regalo de su marido. Nos contaba: ¡Me ha regalado una crema antiarrugas, la misma que había devuelto el año pasado ¡
La segunda dijo: yo tenía ganas de tener una falda que había visto hace tiempo. Fui y me la compré. Le llamé al trabajo y le dije que no se rompiera la cabeza porque ya me había comprado yo el regalo y estaba encantada.
La tercera que escuchaba en silencio entre las risas de las cremas y las faldas dijo: Yo sabía que iba a llegar muy tarde así que en la cena saqué mi regalo y les dije a los niños: ¡Mirad lo que me ha regalado papá! El asombro y agradecimiento de mi marido eran dignos de ser filmados.
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Como se aprende tanto de los demás, ese día aprendí que una madre «en su día» puede llegar incluso a pensar como hacer que todos se sientan bien, tapar el posible olvido y provocar la sonrisa de sus hijos ante el detalle del padre.
Esta mujer, con ese modo de ser madre, es imposible que no sea feliz. Este es un ejemplo entre miles, de que incluso en un día en el que puede esperar que se acuerden de ella, evita sentirse defraudada. Ha elegido pasar un día feliz en lugar de haber encontrado un motivo para el reproche. Además, conseguirá que su marido, probablemente no vuelva a olvidarse de este día.
Esta actitud ante la vida parece difícil pero no lo es tanto. Depende casi exclusivamente de tener claro que el ser humano se realiza y es feliz cuando sale de sí mismo hacia el otro, cuando ama.
Como dice Juan Manuel Burgos:» «La persona es un ser digno en sí mismo, pero necesita entregarse a los demás para lograr su perfección; es un ser dinámico y activo, capaz de transformar el mundo y de alcanzar la verdad; es espiritual y corporal, poseedor de una libertad que le permite autodeterminarse y decidir en parte no sólo su futuro, sino su modo de ser.
Aquella conversación me hizo pensar qué responderían nuestros hijos al preguntarles que esperan de una madre de este siglo:
– Que venga un poco antes a casa, cuando pueda.
– Que sea cariñosa; que me diga las cosas bien; que me explique los porqués de las cosas.
– Que le veamos contenta.
– Que tenga tiempo para salir con nosotros para escucharnos.
– Que se dé cuenta cuando nos pasa algo o nos sentimos solos.
– Que me ayude a superar mis defectos, pero no los diga delante de los demás.
– Que confíe en mí.
– Que me diga de vez en cuando lo que hago bien.
– Que me diga que me quiere.
¿Qué pediría un marido para celebrar con gusto el día de la madre?
– Que me sienta tan querido como los niños.
– Que no me corrija tanto y me anime en ocasiones.
– Que le vea con ilusión por salir y estar juntos y a solas.
» Que me haga sentir que todavía le gusto.
» Que le pueda confiar lo que me hace sufrir y lo que me ilusiona. A veces no nos dedicamos tiempo.
– Que nos mostremos respeto siempre, en los modos, en los gustos, en las aficiones.
Ser padre o madre, amar, está reñido con las matemáticas: no es cuestión de disponibilidad al 50% cada uno. Se trata de compromiso al 100% con independencia de que marido y mujer se distribuyan el tiempo de la mejor manera para la familia.