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La familia, clave en una buena educación nutricional

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Hace unos días mi marido y yo vimos un interesante reportaje sobre el problema del sobrepeso entre niños y adolescentes estadounidenses. Nos quedamos tan impresionados al comprobar que el origen de esa epidemia de obesidad radica en el volumen de alimentos procesados que consumen que decidimos que nuestras hijas mayores también vieran el documental.

Nuestro nutricionista de cabecera en Hacer Familia, Pedro J. Toranzos, nos explicaba recientemente en la revista la enorme importancia de formar a nuestros hijos desde la infancia para que aprendan y comprendan qué es una dieta equilibrada.

El reportaje que me ha movido a escribir nos heló la sangre porque nos dimos cuenta de que la sociedad ha estado obsesionada por las grasas sin prestar la más mínima atención a los azúcares que saturan alimentos en los que ni sospechamos de su presencia. Y esos azúcares no sólo se convierten en grasas cuando llegan en cantidades literalmente industriales, sino que generan una dramática propensión a la diabetes adquirida.

Lo malo es que vivimos en la más absoluta ignorancia. Servimos a nuestros hijos un delicioso vaso de zumo orgullosos de haber empleado algo más de dinero en el que reza «100% de frutas exprimidas» sin caer en la cuenta de que, para que esté tan delicioso, le han añadido un 20% de azúcar. Unas galletas muy apetecibles pueden llevar tal cantidad de azúcares que, sin darnos cuenta, hayamos completado la cuota diaria de nuestros hijos al empezar la mañana.

Cómo enseñar nutrición a los niños

Foto: ISTOCK 

En nuestra cultura iberoamericana teníamos la suerte de proceder de largas tradiciones culinarias que mantenían en nuestros hogares los estándares nutricionales sin demasiados esfuerzos. En España, por ejemplo, la llamada dieta mediterránea ha sido garantía de éxito incluso allí donde no había una formación específica en la materia. Los menús que se confeccionaban, ligados a productos de temporada, no sólo cuidaban los aspectos gastronómicos sino que garantizaban el equilibrio de la pirámide de los alimentos.


El factor decisivo del cambio en esta tendencia radica en el estrés, en la prisa, la urgencia con la que afrontamos lo cotidiano.


Dedicamos mucho tiempo y esfuerzo al trabajo y al transporte y nos quedan pocas fuerzas para la comida, de modo que caemos fácilmente en las redes de los precocinados, siempre excesivamente edulcorados.

La solución es mucho más sencilla de lo que parece y no requiere tiempo en los fogones, sino el establecimiento de una rutina que nos permita plantear, semana tras semana, un menú que sea saludable, fácil de preparar, transportable si no podemos comer en casa y siempre rico.

Si además vivimos estos momentos gastronómicos en familia, habremos conseguido transmitir a nuestros hijos la importancia de una dieta saludable, de comer bien y sano, les enseñaremos tareas tan fundamentales como aprender a elaborar una lista de la compra con criterio, les animaremos a cocinar y, con ello, a comer, porque no hay niño que no coma lo que ha cocinado, les implicaremos en este evento diario y haremos de todo lo que rodea a un buen plato un momento inmejorable para «hacer familia».

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