Saber descansar es una ciencia que requiere estudio. Que nadie se rasgue las vestiduras, cualquiera que eche un vistazo a las vacaciones de los últimos cinco años puede sacar consecuencias. No se trata de repetir esos cuentos de hadas que nos inventamos para que se les hagan los dientes agua a los amigos.
Esa versión la hemos escuchado mil veces. Todos hemos estado en la mejor playa de la costa y el ambiente era ideal pues, a juzgar por las referencias, todo el litoral de la Península es una inmensa «playa familiar», donde todos estamos muy separados de otros sin el menor agobio, el ambiente está distendido, nada chocante se encuentra por las calles y un silencio relajante nos arrulla entre los pinos. Para colmo, aunque no es barato, pues la gente tiene que hacer su «agosto», el pescado es fresquísimo. Esto ya lo sabemos, lo hemos escuchado y adornado con los colores más vivos, según la imaginación de su narrador.
Hay otra versión. Marido y mujer han trabajado mucho más que durante el curso, pues las comidas -aunque sencillas- también hay que hacerlas y no se tienen a mano las mismas herramientas que en nuestra casa. Los hijos no dan «palo al agua», desde el día que llegan hasta el que regresan. No hay manera de tener un rato de conversación, pues cada uno va su «bola» y los horarios no coinciden. Las «levantadas» son una batalla campal, pues la noche anterior se prolongó hasta las luces del alba y los encuentros por los pasillos se resuelven con un bramido, ya que nadie despierta hasta la una de la tarde.
Lejos de relajarnos se ha generado una tensión añadida. Me llamó mucho la atención encontrar unas estadísticas donde se aseguraba que las crisis matrimoniales se multiplicaban en las vacaciones. Según la opinión de algunos, en esa época surgen más agudas las tensiones que durante el curso están larvadas. Me parece una simplificación de las muchas que nos manejamos como tópicos. Como mucho se hacen más patentes algunos síntomas que durante el curso se han atenuado, olvidando el problema con un somnífero.
Saber descansar
Sea como fuere, el hecho es que el ocio tiene también sus propias reglas, porque la condición humana está diseñada de una forma y cuando se atropella la naturaleza todo acaba en desgarro.
Vamos por partes. Planteemos el tema con otra idea «políticamente incorrecta»: los que no saben descansar son los mismos que no saben trabajar. Ojo, he dicho trabajar, no confundir con el activismo de hacer muchas cosas sin sentido, moverse continuamente y estar pendiente de la cara que tiene el jefe. Eso es estar inmensamente atareado, que es cosa bien distinta. Para plantearse las vacaciones, marido y mujer han de proyectar juntos, -y con los hijos cuando son un poquito mayores-, qué proyecto tienen de veraneo. Qué se proponen, qué buscan. Si no saben lo que quieren, malamente lo encontrarán.
Descansar no es hacer el vago, descansar es cambiar de ocupación para darle al cuerpo y al espíritu la oportunidad de disfrutar de otros aspectos de la vida que mientras trabajamos nos es mucho más difícil ejercitar. El objeto de las vacaciones es pasarlo bien. Pasarlo bien como seres humanos, como personas que se hacen más personas también en el ocio del verano. Espero de la agudeza del lector, que no intuya que mi propuesta va en la línea de que toda la familia visite museos o monumentos arquitectónicos, lea a los clásicos griegos y oiga música sinfónica a la luz de la luna. De ninguna de las maneras. Insisto que la finalidad es pasarlo bien.
La primera condición es que haya un horario. Un plan donde la familia tenga ocasión de estar juntos más tiempo que de ordinario. Naturalmente, ha de ser con unas horas más holgadas, más flexibles y más adaptadas a los distintos miembros de la familia. Dentro de ese plan, cada uno ha de tener un quehacer, pues de lo contrario habrá «una» o «uno» que trabajará como un burro mientras los demás sestean.
El objeto de las vacaciones es pasarlo bien, como seres humanos, como personas que se hacen más personas, también en el ocio del verano
Hay una regla elemental para pasarlo bien: que cada uno esté pendiente de hacérselo pasar bien a los demás. ¿Qué eso es un latazo? Pruébese y evalúese al final del verano para ver qué es más rentable, si haber pasado las horas discutiendo con todo el mundo para hacer su santísima voluntad, o haber disfrutado viendo a la gente alegre y de buen humor.
Hay que intentar cultivar una afición según los intereses de cada uno y si se coincide con alguno de la familia siempre hay mayor facilidad. Son gustos que se aprenden desde pequeños y es en esa edad dónde hay que intentar que los hijos encuentren atractivo a algo diferente a pasarse ocho horas de cada día en la playa, rebozándose en arena como una croqueta.
El descanso y el tiempo libre más prolongado propicia la conversación entre el matrimonio para hacer planes con cierto sosiego y tampoco olvidar las sugerencias de mejora en su relación que siempre es posible. No se trata de sacar los tratos sucios de todo el año, pero sí de afrontar con sentido positivo el curso próximo.
No estoy planteando un proyecto de verano para familias pluscuamperfectas. Conozco matrimonios para los que el verano es una delicia -cada uno con su estilo peculiar-; y a otros -una gran parte- para los que es un infierno, del que vuelven con ganas de que empiece el trabajo para descansar y evitar roces en la convivencia. Cuando esto último se produce se han encendido las señales de alarma y hay que tomar medidas para tapar las vías de agua que se han abierto en la familia.
Mira por donde, el verano puede ser también un buen test para saber cómo marcha esta difícil asignatura de una vida feliz, que es a la que todos aspiramos.
Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales