Con la llegada del Año Nuevo, todos hacemos listas de compromisos pendientes que pondremos en marcha en cuanto pasen las uvas. Si realmente esas listas de buenos propósitos están bien trabajadas, son una oportunidad perfecta para que todos podamos crecer en familia.
Parece que está en nuestra naturaleza aprovechar cualquier fecha significativa para ponernos a hacer listas de buenos propósitos. Por eso nos anima tanto el 1 de enero a arrancar año con buen pie. En las listas de los mayores siempre se repiten intenciones similares: ir más al gimnasio, perder los kilos de más cosechados en las Navidades, dejar de fumar. Los pequeños no suelen hacer lista.
Pero lo cierto es que esa tradición consolidada puede ser una oportunidad estupenda para sentarnos a reflexionar sobre aquellos puntos en los que debemos mejorar. Como toda lista, tiene que ser corta. No se puede pretender cambiar el mundo de golpe. Además, si no, conseguiremos un efecto negativo porque tendremos la impresión de que todo sale mal, cuando lo cierto es que la mayor parte de las cosas que hacemos están bien.
Con los niños es clave que los buenos propósitos que se planteen conseguir sean muy concretos. Lo de «ser buenos», «no pelear con los hermanos» o «ayudar más en casa» suena tan genérico que probablemente está abocado al incumplimiento recurrente. Es mucho mejor descender a lo cotidiano con ideas muy precisas: «terminar los deberes antes de las 20.00», «no jugar a la consola entre semana» o «poner la mesa todos los jueves».
Lo bonito es trabajar la lista en familia. De esa manera, iremos revisando cuáles son los puntos fuertes y los puntos menos fuertes de cada uno y cómo podemos intentar mejorar en determinados aspectos. Tanto a niños como a mayores nos viene muy bien ese ejercicio de introspección.
Y resulta clave que realmente adquiramos un compromiso por mejorar, es decir, que los buenos propósitos no pueden venir impuestos desde fuera, sino que tenemos que entenderlos como necesarios para nosotros.
Al mismo tiempo que nuestros hijos van elaborando su pequeña lista, los mayores debemos trabajar la nuestra, no con los compromisos típicos, sino con aquellos que hagan la vida más sencilla a nuestra familia: gritar menos, buscar más tiempo para pasar juntos, o cuidar más del matrimonio. Concretados, la vida de todos mejorará sensiblemente. Y nuestros hijos, que pasan con nosotros la mayor parte del día y son quienes mejor nos conocen, podrán ayudarnos mucho a saber cuáles son esos puntos débiles que quizá nosotros no vimos.
María Solano Altaba. Directora de la revista Hacer Familia
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