Si los abuelos viven en la misma ciudad que sus hijos casados es bastante frecuente que puedan, si su salud se lo permite, atender a los nietos, supliendo a los padres cuando los hijos les pidan este favor.
Puede ser una ayuda diaria, cuando es necesaria por los horarios de trabajo de los padres, o bien esporádica para que ellos puedan atender a otras actividades.
La Suplencia de los padres
No hay que olvidar que también los abuelos debemos mantener una vida social. Tendremos obligaciones y actividades que atender, que no debemos dejar totalmente de lado por los nietos.
Debemos tener suficiente confianza con los hijos para con tranquilidad poder decirles que no podemos suplirles, cuando tenemos que realizar algunas tareas, o bien porque estamos cansados y nos resulta pesada la carga de estar mucho tiempo con los nietos. También debemos negarnos si consideramos que la causa que motiva la petición deben o pueden resolverla ellos de otro modo y que, por su parte, acudir a nosotros es una comodidad. La petición de los hijos puede estar motivada por su deseo de participar en alguna distracción, cenar juntos o con amigos, acudir a un espectáculo, etc. Si no se dan con excesiva frecuencia, conviene acceder a su solicitud; este descanso de los esposos, después de una semana de intenso trabajo puede ser necesario y conveniente para afianzar su matrimonio joven. Debemos disfrutar de la compañía de los nietos, pero también disfrutar de nuestra tranquilidad cuando éstos se van. Suele decirse: «Qué alegría cuando llegan los nietos y que alegría cuando se van… y podemos descansar».
La convivencia con los nietos
La convivencia con los nietos puede resultar muy positiva, pues ofrece a ambos muchas posibilidades de enriquecimiento humano. Los nietos pueden dar un nuevo sentido a nuestras vidas. Éstos serán bien atendidos por nosotros, en un ambiente más relajado que el de su casa. Es frecuente que los padres al acabar sus trabajos lleguen a casa muy cansados y con pocas ganas de conversar con los hijos. Sin embargo, los abuelos podemos estar serenos, dedicarles tiempo sin prisa y así, escucharles con paciencia y con interés cuando nos cuenten los asuntos que llenan sus vidas, casi siempre relacionados con sus amigos y su vida colegial. Somos testigos del pasado e inspiradores de sabiduría para los jóvenes y para el futuro. Debemos mantener las tradiciones familiares y darlas a conocer a los nietos, que suelen disfrutar viendo álbumes de fotos o películas que recogen momentos importantes de la vida de sus padres.
Hay más amor donde hay contacto con los abuelos
Cuando con paciencia les damos de comer, les limpiamos, les alabamos o reprendemos con cariño, reímos las gracias de un nieto, le protegemos de un peligro, le felicitamos por un trabajo bien hecho o le llamamos la atención por un proceder incorrecto, y todo lo hacemos con mucha ternura, con serenidad, sin gritos, ni desprecios que puedan herirles, estamos manifestando nuestro amor hacia ellos. Este amor con ternura irá afianzando el sentimiento de seguridad de los nietos.
Conceder caprichos o excederse en los mimos puede ser perjudicial para su educación, manifestación de un cariño mal entendido.
Por ejemplo, debemos exigirles que trabajen sus deberes escolares, explicándoles con lenguaje sencillo lo que no entiendan, pero no haciendo lo que es su obligación. Deben trabajar o jugar en la habitación que les asignemos y siempre mantener el orden material de nuestra casa; además, fomentaremos el trato amistoso con sus hermanos o primos.
Asimismo, evitaremos utilizar la televisión como niñera: tendremos que conocer los programas adecuados, según la edad de los nietos y no dedicar un tiempo excesivo que merme la posibilidad de que jueguen o lean. Es un buen recurso disponer de películas adecuadas por sus aspectos formativos. Además, debemos estar formados para trabajar con ellos en el ordenador y enseñarles un manejo adecuado.
Los educadores señalan que de los 6 a los 9 años se considera la edad de oro para la educación de las virtudes humanas. Por ello, junto con nuestra ternura debe estar nuestra exigencia en los puntos importantes que formarán su carácter y ayudarán a desarrollar sus virtudes humanas. Escuchar con paciencia a un nieto nos permite conocer sus inquietudes, responder sus preguntas y así, poco a poco, saber cómo se van formando. Conforme vayan creciendo con nuestros comentarios, les iremos introduciendo en la valoración moral de sus actos, partiendo de ejemplos sencillos de lo que esta bien y lo que está mal.
La educación del amor humano, que se deforma cuando sólo se centra en la educación sexual, es una responsabilidad de los padres; pero los abuelos somos más amigables y con ello asequibles para que los nietos se atrevan a preguntar sus dudas, o mostrar la perplejidad ante conductas que ven en la televisión. Puede ser que cuando llegue la adolescencia nos cuenten sus primeros amores antes que a sus padres. Debemos contestar con veracidad y sencillez a sus preguntas, de modo adecuado a su edad e informaremos a los padres sobre lo hablado; siempre respetaremos lo que les digan éstos. En consecuencia, nunca criticaremos ante los nietos las actuaciones de sus padres. Si detectamos alguna deficiencia en la educación se la comentemos a sus padres y evitaremos, por una mal entendida ternura, encubrir acciones inadecuadas de los nietos.
La experiencia educativa de los abuelos
Los abuelos contamos con la experiencia de haber sido padres. Hemos completado el ciclo de la crianza y educación de nuestros hijos. Por ello, podemos aportar a la formación de los nietos nuestras vivencias de padres, que ya tuvieron que enfrentarse a diferentes retos y resolver problemas para educar a sus hijos. Esta experiencia no se aprende en los libros y si sabemos trasmitirla ayudaremos mucho a nuestros hijos, ahora padres, para educar a nuestros nietos. Debemos ser conscientes de la importancia de nuestra labor en la familia, al ejercer una función complementaria en la educación de los nietos, que supone también una continuidad en la educación de nuestros hijos casados y que nos mejora también a nosotros como personas. Ahora bien, no podemos olvidar nunca que los padres son los primeros educadores de sus hijos.