En algunos momentos los abuelos podemos encontrarnos algo bajos de tono, quizá pesimistas, vemos el vaso que recoge nuestra vida medio vacío. ¿Motivos? Los hay. Algo de soledad, dolores físicos, recordar lo que consideramos fracasos de nuestra vida, las contrariedades que al cortar ilusiones suelen producir respuestas desproporcionadas que nos hacen sentirnos desgraciados… y el lector podrá añadir alguna causa más.
Séneca decía: «Un espíritu preocupado por el futuro es desgraciado». Quizá los abuelos hemos diseñado una vida feliz fuera de la realidad lo que conduce a la decepción. Añado con el refranero popular: «Lo mejor es enemigo de lo bueno y el que esté bien que no se mueva».
Es posible que incluso estemos algo desencantados del trato que recibimos de los hijos y los nietos, pues estimamos que no responde suficientemente a nuestro cariño. Ahora bien, a estas alturas de la vida, confío en que habremos aprendido que no hay que esperar agradecimientos humanos. Si llegan serán bien recibidos y nuestra alegría en ese momento estará motivada mayormente por el bien que supone ese agradecimiento para el que nos lo manifiesta.
«Siempre felices para hacer felices a los demás» (Jesús Urteaga)
El pesimismo, también puede proceder de pedir a la vida lo que ésta no puede concedernos. Con pesimismo y malhumor no podremos ayudar a nuestra familia extensa. Un abuelo triste es un triste abuelo. Los nietos necesitan abuelos felices. Ojalá que al final de nuestra vida pudieran recordarnos por nuestra felicidad y la alegría que supimos trasmitir a nuestra familia.
El optimismo -ver el vaso medio lleno- parte de un conocimiento profundo de la realidad; es la búsqueda de lo mejor posible y no puede depender de los momentos felices. Conviene disfrutar de lo que se tiene y no quejarse de lo inevitable. Es mejor tener algo que esperarlo todo.
«Siempre tranquilo por naturaleza y ahora más por la edad» (Cicerón)
Los abuelos debemos tener la suficiente fortaleza para no entristecer y abrumar a los demás con nuestras quejas y lamentos, -que no sirven para nada- y emprender las tareas necesarias para superar una situación y no hundirnos ante lo adverso. Que el que nos visite no salga deprimido. También fortaleza, a la que se une la constancia y la paciencia, para no rendirse ante el dolor. Hemos de dar muestras de aceptación del dolor y de ilusión por superar las dificultades. Huir del dolor a toda costa es imposible y nos deja sin ánimo para seguir viviendo.
Nuestra alegría más grande será la de vivir, aunque esto suponga un ejercicio de fortaleza para superar con una sonrisa el inevitable cansancio o el dolor de la enfermedad.
Manifestamos así que la felicidad no se reduce al bienestar material. Los abuelos sabemos por experiencia que la felicidad sólo se consigue si no se la persigue, como sucede cuando se busca saciar un apetito corporal. Además, buscar siempre el placer es el mejor modo de ser infeliz.
«Corazón alegre hace buena cara, pero la pena del corazón abate el alma» (Proverbios 15,13)
No debemos preguntarnos si somos felices, sino si estamos contribuyendo a hacer más feliz y grata la vida de los demás; si son felices quienes conviven con nosotros. Hacer felices a los demás es un maravilloso objetivo para los años que nos queden de vida; está a nuestro alcance y por eso vale la pena dedicarle todas nuestras energías. Sabemos que la felicidad es consecuencia del darse a los demás y, por ello, nuestra felicidad se multiplica cuando vemos que son felices los que nos rodean.
En la familia surge naturalmente un ambiente donde se es feliz y se educa para ser feliz, porque se quiere a las personas por lo que son. Los abuelos encontramos la felicidad como consecuencia del amor que ponemos al darnos a los demás y seremos verdaderamente felices si compartimos nuestra experiencia de saber y de vida con los hijos y nietos que nos rodean.
Debemos esforzarnos por recordar los momentos felices de tiempos pasados. Estas alegrías familiares deben acompañarnos toda la vida, pues nos demuestran que valió la pena el esfuerzo realizado y así aseguramos nuestro optimismo. Propongo hacer una lista con las alegrías familiares que recordemos, para poder sacarla en los momentos en que la tristeza pugne por controlar nuestra vida.
La felicidad
«La felicidad es un estado de ánimo en el cual me encuentro conmigo mismo y me encuentro satisfecho de lo que hasta ese momento ha sido mi vida, de acuerdo con lo que proyecté. La nota fundamental es la alegría». (Enrique Rojas)
Los filósofos clásicos manifestaban que la felicidad es la consecuencia de una vida lograda, de una existencia plenamente humana que ha alcanzado esta plenitud a través del amor, de amar más y mejor al otro en cuanto otro, es decir, olvidarse del propio bien y procurar el bien de los demás: esto es amar.
La felicidad arraiga en el hondón del alma: es el estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien. Se es feliz cuando se alcanza lo bueno conocido y querido. Para ser feliz es necesario aprender a querer.
El hombre está hecho para el amor que va unido siempre al sufrimiento. Se es más feliz cuanto más amor se tiene. Por eso, la felicidad puede convivir con el dolor y la tristeza, pero debe manifestarse con la alegría y el buen humor. La alegría auténtica es el fruto de la obra bien hecha y con mayor consistencia: del olvido de sí para ir al encuentro de los demás. La tristeza es positiva cuando la produce el amor a alguien.
José Manuel Cervera González. Secretario de la Asociación de Abuelas y Abuelos